Manifiesto en rosa

Es cuqui. También luminosa, lúdica, embriagadora, agotadora. Un soplo juguetón de artificio habitado por un manifiesto rosa. Lástima que todo lo que posee de diseño artístico radical, de desbordante construcción visual, masticada hasta la saciedad como un chicle al que nunca se le fuera el sabor y sembrada de globos que te explotan en la cara, no tenga igual correspondencia en el tono de su parodia, en la metáfora feminista que atraviesa el ecosistema 'Barbie' de Greta Gerwig. La cineasta de 'Lady Bird' se queda muchas veces a medias, cae en los excesos y reiteraciones estetas y estilizadas y recurre a la agitación en una media hora final magistral que ratifica los pasajes sobrantes.

Da la sensación de que hay un pulso entre el lógico retrato afectado y la necesidad de zarandear al espectador con su casa de muñecas particular. Un filme que traza un trayecto increíble del plástico a la piel, de lo hilarante e icónico a la declaración de intenciones. Enérgica y desmesurada, en su universo se intercambian golpes el ambicioso desfile visual y el íntimo y eficaz de las ideas, a través de un guión espléndido que firma con Noah Baumbach como ya sucediera en 'Frances Ha'.

Caben tantas contradicciones en el inteligente discurso que arma Gerwig como laberintos de espejos. A menudo frena su visión feminista y en otras ocasiones parece no llegar a entender el verdadero significado intergeneraconal de un icono ligado al machismo y al consumismo. Pero, pese a las hipérboles, nunca abandona la militancia y el inspirado perfil de una inmersión tan consciente de su perfecto engranaje como falsamente superficial. De hecho subyace en 'Barbie' un musical (Hola Ken, Hola Barbie, a modo de soniquete), que parece el fruto de un abrazo coreográfico entre 'Grease' y 'La La Land', sonorizado por Dua Lipa, Billie Eilish o Karol G.

Divertida, con diálogos que procuran mantener su lado ácido, del patriarcado al sexismo, sin descender a lo obvio, 'Barbie' es una fantasía agitada por dentro y por fuera, tan graciosa como lúcida.

De verbo ingenioso y discutible tono y ritmo, declara con delicado acierto que la vida al cabo es una broma. Todo está unitariamente estructurado, sin fisuras, apabullante. Pero con una personalidad visual y narrativa sarcásticas, que funciona mejor como metacomedia demoledora. Si ya no cabe imaginar otra Barbie que Margot Robbie, Ryan Gosling merece él solo otra película. Jocoso e irónico desde la utilización del físico, firma una interpretación inmensa. Y, por supuesto, ese tramo final donde la mujer asoma como la gran tejedora de afectos sin fecha de caducidad.

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