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Película: Háblame. 2022. 95 min. Australia. Dirección: Danny Philippou, Michael Philippou. Guion: Michael H. Beck, Danny Philippou, Bill Hinzman, Daley Pearson. Reparto: Sophie Wilde, Joe Bird,Miranda Otto, Zoe Terakes. Música: Cornel Wilczek. Fotografía: Aaron McLisky Género: Terror. Salas: Cinesa y Ocine.
Inteligente, capaz de dar una vuelta de tuerca al estereotipado encuentro de jóvenes atolondrados en apuros aterradores, 'Háblame' es una sólida ópera prima. Película australiana, dirigida por dos jóvenes youtubers, subyace en ella un pulso entre la melancolía y el más allá, entre el dolor por la pérdida y la soledad y la búsqueda de asideros fuera de las limitaciones físicas y las dimensiones que marcan la frontera entre la vida y la vida.
En apariencia es una ouija 3.0 con mano visionaria en lugar de vaso y tablero, que permite invocaciones tan íntimas como sugerentes y desafiantes. Pero tras este esbozo argumental, la cinta reúne a un grupo de buenos jovencísimos actores y configura un retrato muy lúcido sobre adicciones, obsesiones y restituciones imposibles. El filme arranca con uno de esos golpes de terror desconcertantes, cuyo nexo con el resto de ficción no retomará hasta mucho después.
Los debutantes Danny y Michael Philippou elaboran con fases y tempos muy medidos, in crescendo, un clímax fundamentado en lo oscuro, en el mal y en el deseo de trascender y de recobrar los vínculos perdidos. 'Háblame', en este sentido, envuelve al espectador en una atmósfera que mezcla, sin caer en lo banal o en la parodia, fantasmas, invocaciones, hipérboles, médiums y, sobre todo, una colisión permanente entre lo obsesivo y fatalista. Además, maneja con eficacia y sentido un equilibrio entre lo diabólico y el vértigo muy humano del dolor y la soledad. La película sabe combinar la tendencia al exceso con un relato de la intimidad y de la melancolía desasosegantes.
Desde una sabia utilización de la tristeza que transmite el personaje de la actriz Sophie Wilde, consigue que esa sensación provoque más enigma y temblor que el horror de unos ojos desorbitados y un rostro desencajado por la posesión. Que todo ese magma, el de lo sobrenatural y el de la inquietud adolescente y el de la fragilidad ante la muerte, esté inmerso en un escenario cotidiano de fiestas adolescentes, familias desestructuradas y misterios fatalistas le otorga aún más valor.
Traumas y tristeza, posesiones y fantasmas tienen a priori un difícil engarce creíble, aunque los hermanos directores logran construir un constante pulso entre lo efervescente adolescente y la gravedad de un territorio desconocido a través de una intensa puesta en escena, con un par de momentos de catarsis. Además, aunque la presencia de lenguajes cruzados con las nuevas tecnologías es obvia, no evitan sanguinolentas reverencias y perturbadoras invocaciones al terror más primario.
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