
La melancolía del relato
Cinesa ·
Lo delicado, reforzado en el preciosismo de la fotografía y la música, envuelven la verdad y la mentira, lo añorado y el asombroSecciones
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Lo delicado, reforzado en el preciosismo de la fotografía y la música, envuelven la verdad y la mentira, lo añorado y el asombroLa mirada. La observación. El secreto de los ojos habitados por recuerdos vertebra un filme con encanto. De esos en los que uno se mece ... y se deja mecer. Es cierto que no se postula desde la originalidad y que su visión del colonialismo se desmaya según discurre el metraje. Pero sería una lástima que 'La isla roja' pasara desapercibida. Robin Campillo, cineasta de la excelente, pero excesiva '120 pulsaciones por minuto', se sumerge en la evocación de su infancia en la Madagascar y su huella colonial francesa. Es un filme que transcurre con levedad, que tan pronto parece vibrar en forma de alegato como se detiene en episodios de iniciación, familiares, de testimonio o de voyeur al borde de perder la inocencia. Y, sin embargo, el cineasta de 'El taller de escritura' a través de los ojos del niño que fue (en Madagascar donde estuvo destinado su padre, un militar de origen español) le permite jugar con ambigüedad, atmósfera difusa y claroscuros con la fuerza y verdad de los recuerdos.
País Francia
Año 2023
Dirección Robin Campillo
Guion Campillo, Gilles Marchand, Jean-Luc Raharimanana
Reparto Charlie Vauselle, Nadia Tereszkiewicz, Quim Gutiérrez, Sophie Guillemin, François-Dominique
Género Drama
Su arma principal es una seductora capa de ternura extrañada, de colisión amable entre la mirada infantil y el estado de los adultos, lo incomprendido y lo distante, el descubrimiento y la mirada virginal. En realidad 'La isla roja' sale tan beneficiada como perjudicada desde ese pulso que subyace entre la intimidad (los mejores momentos) y la dimensión política y social, las señales de un país y su historia marcada. Quim Gutiérrez, cada vez más inmerso en el cine francés, y Nadia Tereszkiewicz encauzan ese mundo adulto que el espectador solo puede asumir, filtrar o traducir a través de la mirada de Charlie Vauselle (que encarna al cineasta de niño).
O lo que es lo mismo, melancolía y hechos, acontecimientos de esos años setenta combaten por tener el mando del relato. En esa función narrativa entre dos posiciones, la casi onírica y fantasiosa y la de la realidad abriéndose paso constituyen los ejes emocionales de la ficción. Lo que el niño vio, lo que el adulto recuerda, y entre ambos una tristeza inherente a una foto fija familiar. Confusión y claridad en torno a un paraíso perdido que quizá nunca lo fue y que nunca se ha perdido del todo para su protagonista anclado en la deuda del relato. Lo delicado, reforzado en la fotografía y la música, envuelven la verdad y la mentira, lo añorado y el asombro.
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