Perturbar, incomodar

Con ciertos toques de Lynch, el cineasta de 'Langosta' combina con destreza el humor, lo surreal, la capacidad para incomodar, esa desazón inherente a toda su filmografía. Y, además, lo hace desde la luminosidad, en un escenario de piscina y casoplón, pero de encierro, de extraño confinamiento bajo las directrices de unos padres y sus normas. Lanthimos juega con el espectador y ha demostrado con el tiempo que es capaz de controlar la más absoluta apuesta radical como de moverse con estilo y personalidad narrativa como en la excelente 'La favorita'. En el caso de 'Canino' cuenta también con su lúdico y perverso protagonismo del lenguaje en una atmósfera hipnótica como si uno descubriese un vocabulario y una gramática de rizos absurdos, simbólicos, que llegan visualmente entre tomas largas y fijas. Bajo la pátina de cierta pedantería, lo cierto es que va revelándose la disección de lo cotidiano, de lo establecido, entre la perturbación y lo inquietante, todo destinado a que uno desde su estancia más íntima se cuestione a sí mismo y a los demás. No hay afán de ser didáctico ni de fundamentar cada paso. Y casi siempre es cruelmente divertido, inexpresivamente punzante. Fábula, cuento muy moral, o amoral, metáfora juguetona. Se adentra en lo enfermizo, escudriña los resortes de lo oscuro desde la luz y el humor negro ejerce de invocación para que todo, agresivo y duro, duela menos.