
El punto de fuga
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El fatalismo, los simbolismos de periferia y de fin de la inocencia se quedan a veces en meros grafitis. Hay energía, pero escasas veces alumbraSecciones
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El fatalismo, los simbolismos de periferia y de fin de la inocencia se quedan a veces en meros grafitis. Hay energía, pero escasas veces alumbraTiene tanto de fe en el cine como de afectación. Posee tanto de cartas marcadas como de pose. Destila tantas ganas de subrayar lo de ... que 'aquí hay alguien que quiere hacer películas', como de disolución, de ausencia de narrativa sólida que siempre se ve engullida por el afán de estilo, por el cine aprehendido, por la vocación mal entendida. Mario Casas ha sabido crecer como actor y ha pasado por todas las fases de un intérprete que ha sabido imprimir un cierto sello especial a la diversidad de voces y perfiles asumidos. Quizás pretenda hacer lo mismo como cineasta, pero las buenas intenciones colisionan en su ópera prima, 'La soledad tiene alas', con los resultados, desmayados, por indefinición a veces, otras por estar más atento a la cáscara, a lo aparente que a la necesidad de dotar de hondura a sus criaturas.
País España
Año 2023
Dirección Mario Casas
Guion Mario Casas, Déborah François
Reparto Óscar Casas, Candela González, Farid Bechara, Fran Boira
Género Drama
Entre el cine quinqui de raíz, los homenajes –sobre todo a la excelente 'Deprisa, deprisa' de Carlos Saura–, y el cine social de los Mañas y Fernando León de Aranoa –por las entrañas de la cinta de Casas también pulula 'Barrio'–, el filme del debutante se detiene en ocasiones en lo impulsivo y el instinto y otras queda atrapado en el encasillamiento y a etiqueta. Es una historia de fuga a la que le falta el punto y la perspectiva necesarias, una huida hacia adelante entrecortada. Entre ambas dimensiones surgen las contradicciones. Hay ritmo pero falta sustancia. Cabe un pulso y un latido pero no siempre bien dirigido, expresado. Y prima lo fisico, del rostro al cuerpo (las de su hermano y la de su pareja en la ficción), aunque chirrían algunos diálogos y falta mordedura verbal. El desgarro físico y el confesional echan un pulso y casi siempre pierde el segundo. Cuando Casas pega la cámara a sus personajes, gana en personalidad. Lo que hay de autobiográfico, de infancia y adolescencia del propio Casas, a lo que se ha referido en muchas entrevistas, poco importa.
En la intuición, frescura, despojamiento de lo conocido se intuye un director con muchas ganas de partirse la cara contando historias. Cuando todo es demostración, acotaciones referenciales el atisbo de verdad es un espejismo. El fatalismo intrínseco, los simbolismos de periferia y de fin de la inocencia se quedan a veces en meros grafitis trazados sobre unas líneas ya existentes. Hay energía, claridad en el origen pero escasas veces alumbra, desenfocada más allá del arrebato.
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