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The Man Who Knew Too Much. 1956. 120 min.EE UU. Dirección: Alfred Hitchcock. Guion: John Michael Hayes. Música: Bernard Herrmann. Fotografía: Robert Burks. Reparto: ... James Stewart, Doris Day, Brenda De Banzie. Género: Intriga. Salas. Ateneo. Lunes. Nuevo ciclo.
Quizá no exista ningún título más expresivo y elocuente para dotar de significado a un remake que 'El hombre que sabía demasiado', de Alfred Hitchcock. Primero porque sintetiza buena parte de las dotes de talento, hallazgos y decisiones arrebatadoramente seductoras que se hallan en el ADN de su cine. Segundo, porque las propias palabras del cineasta justifican y hacen comprensible la razón del 'volver a hacer'. Y tercero porque es la doble creación, con 22 años de diferencia, de un cineasta que persigue la ambición, la perfección y el deseo de atrapar al espectador. La primera, la de 1934, en su etapa británica, es una gran cinta, magníficamente rodada; la segunda, pese a que tradicionalmente se la ha considerado menor en su filmografía, posee todas las señales de una obra magistral, madura e inteligente. Hay cambios, unos notorios, otros leves, aunque el corpus principal de la historia es idéntico en 1934 y en 1956: ese matrimonio envuelto azarosamente en una red de espionaje que trata de rescatar a su hijo. El cineasta de 'Vértigo' se lo dejó claro a Truffaut en la famosa conversación-entrevista: «La primera versión es la obra de un principiante con talento, y la segunda la de un profesional». Cambios de escenario, geográficos (de Suiza a a Marruecos), de detalles, de sexo, de metraje...y el color y el reparto aportando otra pátina a lo que vemos. Lo que permanece de forma inmaculada es ese manejo de la intriga, de lo que sucede en apariencia y lo que puede ocurrir; lo que se postula, obvio, lógico y transparente y lo que trastoca, agita o simplemente desata espacios, situaciones y respuestas exentas de cualquier convención. Hay una ecuación dispuesta a romperse en cada escena y secuencia donde se planta Hitchcock juguetón, maquiavélico, excéntrico y poderosamente narrativo. Montaje paralelo, situaciones límite, tema musical como un mantra que sonoriza los extremos y ese constante pulso entre lo trágico, la ironía, el humor, la desazón y la mezcla de trascendencia y evasión que dominó como nadie. Todo lo que al inicio de la cinta va en una dirección, o aparenta un determinado escenario, en pocos segundos muta en tono, género y ritmo. Una obra que es tan apreciable en el objeto y el detalle, como en el deslumbrante suspense que alcanza su cénit en la secuencia en el Albert Hall con el compositor Bernard Herrman y la orquesta. Hitchcock, como en muchas de sus grandes obras, lo que busca es que sintamos que en el fondo somos esa gente corriente que de pronto descubre su fragilidad.
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