Saber perder
'Diecisiete' | Dirección: Daniel Sánchez Arévalo; Género: drama; Netflix
Guillermo Balbona
Santander
Martes, 22 de octubre 2019, 09:17
Secciones
Servicios
Destacamos
Guillermo Balbona
Santander
Martes, 22 de octubre 2019, 09:17
«El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a la velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permitan filtrarse». La ... cita es un extracto de la tercera novela de David Trueba, 'Saber perder', y su latido interno bien podría haber formado parte de la nueva película de Daniel Sánchez Arévalo, 'Diecisiete', una de esas marcas vitales que uno deja sobre la corteza de un árbol, en la pared de unos baños públicos o en el muro del barrio.
Hay algo naif e impresionista en este regreso del cineasta ligado a Cantabria. Vuelta al cine tras seis años, pero sobre todo trayecto hacia las raíces, lo fundacional, lo esencial. Es un filme en apariencia ligero pero dotado de una mirada serena, de una hondura leve pero que va dejando sus heridas abiertas y sus cicatrices provisionales, también sus migas de pan por si hay que desandar el camino.
El cineasta de 'Primos' aparta lo coral y se detiene en apenas tres o cuatro criaturas, incluyendo un perro, como habitantes de una road movie que es, en realidad un bucle en torno a la tierra que nos ata y desata, el cuaderno de bitácora de un itinerario que desvela deseos y sueños íntimos. Orfandad e incomprensión edifican la atmósfera de dos hermanos que la sociedad calificaría de inadaptados. En 'Diecisiete' está el director y escritor en estado puro: diálogos elaborados con mimo, situaciones resueltas con delicadeza y un eficaz catálogo formal donde las cosas desprenden una rima interna, silenciosos gritos y estruendos musitados: prosa poética para la rabia, el remordimiento, el deseo, y sobre todo, la incomunicación, las distancias y la fragilidad.
Como sucede en la mayor parte de la columna vertebral de su cine, ésta también es una vuelta de tuerca a un concepto de comedia que esconde drama, y viceversa, reveladas ambas con un tono transparente y directo que construye una red emocional. Es una historia moral y épica, pequeña y grande, que sortea la afectación y se postula como un juguete roto de resquicios y restituciones: las fronteras inasibles entre la vida y la muerte, el azar y el destino, el deseo y la frustración, los vasos comunicantes, desbordados o vacíos, que habitan en esta autocaravana que se mueve entre la gracia y lo gracioso, entre la desolación y la celebración. Fidelidad a sí mismo, honestidad, elogio de la escritura y lucidez. Falta riesgo, por supuesto, y una mayor intensidad en algunos momentos en los que la ficción se desvanece. Pero no hay duda de que tras la visión/lectura fácil, la de la terapia y la redención sanadora, asoma un cineasta de personalidad definida y mirada sólida que aquí, frente a la grandilocuencia y retórica superflua de buena parte del cine de hoy, ha rodado esta pausa de ternura y humor soterrado, de austeridad y languidez diáfana, en la que nos reconocemos con la complicidad de quien busca esos necesarios asideros.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.