Pepe Ribas
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Pepe Ribas
Una sola palabra, Ajoblanco, encierra en la memoria –al menos la de los veteranos– todo un movimiento juvenil precursor, que en plena Dictadura franquista dio lugar a los primeros pasos de movimientos que cambiaron la sociedad... Uno de sus fundadores, Pepe Ribas (Barcelona, 1951), presenta ... el viernes en Librería Gil su último libro: 'Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler. La explosión libertaria de 1966-1977' (Libros del KO, 2024), en el que evoca aquella efervescencia libertaria que se desarrollaba sobre un confuso trasfondo social de ilusión y miedo.
–Está de gira de presentación de su último libro. ¿Qué sensaciones despierta en su audiencia?
–Hay mucho interés, porque muchas de las cosas que cuenta se desconocen completamente. La historia de la Transición se ha escrito desde arriba, desde el poder, no desde la gente. Y la transformación que hubo en los últimos años de Franco y hasta que se consolidó la democracia, en el 78, fue clave. La creatividad era libre. Podías crear desde la pasión, con muy pocos medios, pero mucha imaginación.
–¿Ese relato no ha trascendido porque falta curiosidad o porque sobra interés en silenciarlo?
–Ha habido voluntad de que no se supiese, porque es un ejemplo de lo que es la libertad frente a una cultura mercantil. Una cultura que nos transformó las mentes. Hoy somos hijos de aquellas luchas. En Ajoblanco se difundió la ecología, el feminismo, la lucha de los homosexuales, el antimilitarismo… Creamos los colectivos o los ayudamos a crecer.
–Muchos de esos movimientos que nacieron al amparo de la revista se han replicado décadas después, como si de una moda se tratase.
–Entonces eran necesidades. Luego modas. Y, finalmente, usos del mercado para atrapar al consumidor, que ya no es un ciudadano libre, sino que está sujeto a las campañas de marketing.
Editorial (Libros del K.O, 2024)
Presentación El viernes en Librería Gil, 19.00 horas, con Luis Ruiz Aja y Juan Antonio González Fuentes
–Si mira a la actualidad, ¿cree que existe algún espacio digno heredero de Ajoblanco?
–Hay muchos; son pequeños y están comunicados entre sí, pero son muy discretos. No cuentan la red que tienen. Ahora estoy descubriendo que hay mucha más gente joven de la que pensaba, que es muy lectora. Y también mucha que se disfraza de lo que no es, en un mundo donde lo que más ha cambiado es el valor del dinero.
–En el primer número de Ajoblanco, en abril del 74, escribió un artículo sobre 'El fin de la civilización o el nacimiento de la post-civilización'. Casi podría haberlo firmado hoy en día…
–Han pasado 50 años y seguimos, con variaciones, en un mundo que no ha cambiado mucho. Sí que los españoles hemos recuperado muchos espacios de libertad individual, personal, pero la política y los políticos, bastante poco. Sigue habiendo mucha corrupción, se vota y nadie cumple aquello por lo que has depositado el voto.
–¿Hay más libertad individual, pero menos colectiva?
–Lo políticamente correcto está impidiendo que la gente tenga libertad; no se atreven a decir lo que piensa porque puede perder el empleo, el cargo. De todas formas, en España se vive bien. Esa es la otra cara de la moneda.
–¿Había más miedo en aquellos primeros pasos u hoy?
–Había muchos menos. Fuimos mucho más libres, porque a Franco no te lo podías creer y a los partidos comunistas tampoco. Unos y otros te decían cómo tenías que ser, qué pensar, qué tenías que leer. Estábamos imbuidos de 'hippismo', de contracultura, cultura underground, mucha literatura de vanguardia, progresista. Había muchos caminos hacia la libertad si empezabas por perder el miedo.
–Esa suma de caminos, ¿era un reflejo del estado federal, en el que muchas contraculturas sumaban un todo común?
–En realidad estuvimos mucho más unidos que ahora. Teníamos modos de comunicarnos muy rápidos; un billete de tren Barcelona-Madrid costaba 30 pesetas. La Cloaca de Ajoblanco unió colectivos en toda España. No había interferencias, porque sabíamos quién era quién. Éramos mucho más auténticos e ingenuos y, por tanto, más verdad.
–Hoy en día la comunicación es inmediata a través de las redes. ¿Más rápida, pero menos real?
–Claro. ¿Quién hay al otro lado de la pantalla? ¿Un actor? ¿Un vendedor? En cambio, de la otra manera, cuando ibas a un bar de Alcázar de San Juan y encontrabas un tipo de gente, mirabas a la persona y la sentías.
–¿Qué reflexión le provoca el crecimiento de la ultraderecha y sus consecuencias para la cultura?
–Me preocupa mucho. Podemos volver a vivir lo que ya vivimos cuando teníamos muy pocos años. Habrá que volver a luchar, volver a empezar. Eso es lo que pasa cuando no hay buena educación en la enseñanza media o las universidades. En este país la educación se ha especializado y compartimentado y adoctrinado. No hay memoria auténtica de lo que pasó y cómo pasó y nadie cree nada de lo que le cuentan.
–El Archivo Lafuente cuenta con varios ejemplares de su revista. ¿Qué le parece formar parte de un proyecto de esa dimensión?
–Creo que José María Lafuente ha hecho una gran labor dentro de la contracultura y el underground; ha unido a mucha gente y muchas obras en un mismo espacio. Es algo buenísimo. No había credibilidad en ese tipo de obras, fanzines, panfletos, a pesar de que nosotros llegamos a vender cien mil ejemplares y a tener un millón de lectores. Lafuente ha hecho una obra gigantesca y muy importante y me hace feliz que Ajoblanco forme parte del archivo.
-¿Cambiaría algún capítulo del relato que es su propia vida?
-No. Es memoria. He hablado con miles de personas y he tratado siempre de escuchar. Escribo para todos y he sido muy riguroso conmigo mismo.
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