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Contra pronóstico, y superando adversidades de todo tipo, un agosto más la plaza de Farolas ha sido tomada por las casetas de los libreros, en la trigésimo novena edición de la Feria del Libro Viejo de Santander, y al parecer la última que será organizada por Alaistair Carmichael ... , ese singular tipógrafo, librero y editor que tienen a medias Cayón y el Reino Unido.
La propuesta expositiva de este año parte de una obsesión particular del propio Carmichael, empeñado en buscar alternativas más económicas para los amantes del libro. De modo que, huyendo de la bibliofilia y de los precios disparatados -ya advierte socarronamente en el catálogo que el coleccionismo «en ningún caso se debe confundir con la inversión: los libros representan una forma de gastar el dinero, no de ganarlo»-, su idea es tan sencilla como magistral: coleccionar colecciones. Una propuesta al alcance de todos los bolsillos, que requiere también su pequeña dosis de investigación. Así, la isleta central de la feria alberga una muestra más que interesante de ocho propuestas, ocho 'colecciones en marcha' que recopilan otras tantas aproximaciones al fenómeno editorial en el siglo XX. Y lo hacen recogiendo un abanico amplio, sorprendente y, en ocasiones, fascinante. Se diría que Carmichael ha querido llegar a un número muy amplio de lectores, con la estrategia de diversificar la muestra. Una ambición que, lejos de inducir al caos, acaba trazando un hilo conductor, que muestra la deriva del siglo, y las diferentes concepciones de la edición y maneras de aproximarse a un oficio que coexistieron prácticamente en un lapso relativamente breve y en un mismo espacio geográfico.
Arranca la muestra de manera cronológica con la obra de Eduardo Domenech, quien a partir de 1909 trajo al negocio familiar aires de modernidad con la colección Nuevas Letras, dedicada a la literatura internacional, pero que destaca sobre todo por sus deliciosas cubiertas, en tapa dura, que se abren a los estilos pictóricos del momento.
Más ortodoxa, pero igualmente delicada, es la obra de Alberto Jiménez Fraud, quien además de dirigir la Residencia de Estudiantes fue un editor exquisito, muy afín a Juan Ramón Jiménez. Carmichael muestra títulos de las colecciones Jardinillos y Lecturas de una hora, poesía y tipografía modernista. Los años veinte suponen además la llegada de las economías de escala, también al mundo del libro. Y la aparición de colecciones de amplísima tirada, como la de Austral, y su predecesora, la Universal. Más allá de su éxito comercial, su importancia filológica se esconde en las páginas de derechos: para casi toda la generación del veintisiete -ellos y ellas- la traducción para esta colección de Calpe sería una fuente de ingresos nada desdeñable. Medio siglo más tarde, Alianza tomaría el relevo de las grandes obras a precios populares con su celebérrima colección de bolsillo. Carmichael recoge varias cubiertas especialmente enigmáticas del siempre magistral Daniel Gil. Pero el mundo del libro es tan inmenso que no sólo caben los proyectos gigantescos, sino también propuestas mucho más heterodoxas, rupturistas o incluso antisistema. En esa línea recoge la muestra colecciones anarquistas como La Novela Ideal, y republicanas como Vida Nueva; también los libertarios publicarían Antología de la Felicidad Conyugal, un discreto eufemismo para una colección que lleva el erotismo a flor de portada.
Tal vez la colección menos llamativa sea la más interesante: la de Alejandro Finisterre. Uno de los personajes más singulares del siglo XX, inventor del futbolín y primer secuestrador aéreo de la historia, fue además editor en el exilio -entre otros, de León Felipe-. Él mismo vendió a Carmichael los ejemplares editados.
Y, como broche final, la justicia poética: Rompente fue un grupo poético gallego, en aquellos setenta en los que el punk invadía toda la escena cultural. Antón Reixa, Manolo Romón y Alberto Avendaño hicieron de las suyas publicando fotocopias encuadernadas con espiral. Quién iba a pensar que hoy día su cotización -rondando el centenar de euros- deje en anecdótica la de los bestsellers de la época. Y demostrar que también se puede ser un coleccionista punk.
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