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Antes de la llama ya existía el incendio. Lamentable el suceso; grave lo que pudo suponer el siniestro y triste ese aire de inevitabilidad que ha rodeado el clímax accidental y psicótico de una ciudad que desde 1941 siempre parece arder por dentro. El MAS ( ... Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria) nombre pretencioso, rimbombante y largo, demasiado largo, es una institución de escaparate moderno, pasarela contemporánea y sombra del ‘bellas artes’ que debió ser. Son muchos los que, con intereses unos y con alevosía otros, han concebido el museo santanderino (y cántabro) como un cortijo para señoritos decimonónicos, mientras los siervos de la gleba cultural visitaban el museo como asistentes inesperados a una experiencia religiosa. Si los responsables de la cosa hubiesen escuchado los comentarios de los ciudadanos la mañana del pasado lunes día 20 se les subirían los coloretes y tendrían que llamar a los bomberos de la moral pública y gestora. No se trata solo del retraso secular, la sensación de chiringuito provinciano que ha desprendido el MAS en demasiadas ocasiones. El absurdo e innecesario cambio de denominación, los juegos malabares con la colección permanente, los discutibles trueques con los fondos, el constante empeño en mostrarse como lo que no es, han acumulado leña en la chimenea localista, siempre de espaldas a una proyección e integración verdaderos en la ciudad de la que forma parte.
El problema es que todo lo que ha rodeado al museo durante años ha formado parte de un bucle de ombliguismo, aplazamiento y falta de transparencia. Como el humo se va, de tránsito en tránsito. Muchos, empezando por su director (Salvador Carretero), han evitado el debate, han eludido la comunicación y se han escudado en la limitación de medios para sortear el riesgo, despreciar la crítica y hacer del ‘MAS es menos’ un eslogan enraizado en el estancamiento de la entidad. Cuando las cosas han venido torcidas ahí estaba la concejalía de turno de parapeto, excusa y filtro para mirar para otra parte. Del ocultismo a la desinformación, la sensación que ha rodeado la vida cotidiana del museo siempre ha sido de burbuja y globo hinchado. El famoso búnker, bodega o bodeguita del medio que ha desvelado el fuego fatuo es otra de esas cortinas de humo acompañadas de confusión y ausencia de respuestas. ¿Por qué una institución centenaria vinculada al patrimonio artístico guardaba en su edificio miles de obras mientras la sede se somete a una actuación que, al menos, amenazaba con prolongarse un año? ¿Por qué hasta veintiocho mil volúmenes y algunas piezas (parece que cuatro según el último parte municipal) permanecían en otra estancia fuera de la supuesta zona hiperprotegida? ¿Por qué casi quince días después aún no ha quedado claro qué se guardaba y en qué estado ha quedado lo afectado por el fuego? ¿Nadie a estas alturas es capaz de desvelar si colecciones/donaciones como las de la viuda de Gutiérrez Colomer, la de Luis Salcines sobre la historia de la galería Puntal de Torrelavega o la biblioteca donada por Simón Marchán han quedado destruidas o dañadas parcialmente? ¿No hubiera sido lógico, por simple sentido común, el traslado al inicio de 2017 de los fondos del museo? ¿Por qué nadie habla de inventarios y metodologías? Y si aludimos a un área de seguridad, ¿por qué se extrajeron pocas horas después del incendio las obras del MAS de manera acelerada y chapucera en una actuación a medio camino entre la Pantera Rosa y los Marx?
Aquí todos miran para otro lado por si el ardor de la vergüenza les delata. En el siglo XXI no se puede apostar por el juego de rol institucional en un proceso kafkiano de informes (necesarios, por supuesto) y desconcierto de datos. Ante el siniestro (a lo mejor inevitable) nada más efectivo para apagar lo lamentable que dar la cara, mostrar expedientes de claridad y abrir las ventanas de un espacio cultural que es fragmento histórico de Santander (y Cantabria).
Al museo en estos años le ha faltado modestia, cercanía, empatía y le ha sobrado desproporción y cierto engolamiento. Un museo que ha retrasado en exceso su vínculo con la ciudad, que ha ido parcheando su columna vertebral ciudadana, anclado en sus complejos y hosco en sus modales. Ha despreciado la información cultural y la ha rogado de rodillas cuando el equívoco, la demora y la ausencia de querencias quemaban sus naves. El fuego en el cuerpo del MAS ha venido a mostrar que hace mucho tiempo que comenzó su cocción lenta. Un museo es de primera (o sea, cercano y transparente) no con un mero cambio de nombre y un visto y no visto entre periodos y lenguajes, sino cuando se merece su lugar en el mundo. Improvisación, falta de integración con el entorno, aislamiento. Lo de la política cultural, uno de los mayores camelos a los que se aferran muchos con ganas de perpetuarse en cargos (sin presiones, por favor) es una fachada virtual para aparentar lo que no es. El museo ha vivido demasiado tiempo enrocado, mirándose el ombligo, encasillado en un crecimiento falso y una coherencia endeble. Ni se ha buscado el debate ni se ha procurado con firmeza y decisión integrarse en esa estructura llamada ‘mundo del arte’.
Mientras las cuestiones más obvias no tienen respuesta (lo azaroso del incendio no debe nublar las mentes responsables de la gestión), el Ayuntamiento parece más interesado en abordar su particular ‘CSI la calle Rubio’ que en reflexionar sobre la deriva de una institución conservada en formol que nunca ha creído en su ampliación.
El verdadero incendio se originó en una actuación mal planificada, aplazada, demorada, nunca vinculada a la reforma integral que demanda la cantera de creadores, las nuevas tendencias y la inquietud cultural de una comunidad.
Ahora, frente a la fatalidad, es preciso actuar desde la responsabilidad y la postura diáfana. Y acometer de verdad una intensa y auténtica ligazón entre un museo (moderno y contemporáneo) y la sociedad que lo acoge de tal modo que sobre los posos bien asentados (que también los hubo) y los rescoldos de la desidia, el futuro tantas veces manipulado y aplazado alumbre otras formas de vislumbrar la cultura artística.
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