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Sin nostalgia, pero con ganas de hacer pensar de nuevo sobre algunas cuestiones, la compañía Ron Lalá estrena su nuevo espectáculo en Santander. Hoy viernes ... y mañana sábado, '4x4', una antología a su manera, con el humor y la música marca de la casa, se podrán disfrutar en el Palacio de Festivales.
-¿Por qué deciden estrenar esta obra en Santander?
-Siempre nos gusta hacer los estrenos en teatros y en espacios escénicos que consideramos amigos y nuestra relación con Santander es muy estrecha. De hecho, estuve en el curso de la Academia de Artes Escénicas. Hemos representado allí casi todas nuestras obras desde hace una década y teníamos pendiente hacer un estreno aquí, en un teatro tan importante del norte, tan querido y donde hemos pasado tan buenos ratos, todo sea dicho. Y hacerlo, además, con este '4x4', que tiene que ver con todo el bagaje vital y profesional de la compañía.
-Cuando uno lleva tantos años acudiendo a un mismo lugar, ¿se crea un lenguaje que el público ya entiende sin explicaciones?
-Completamente. Es como una relación de amor, una cuestión de complicidad, de conectar con el tipo de humor. Santander es de esos sitios donde se nos ha entendido muy bien desde el primer momento. Este humor musical, rítmico, que intenta ser poético, pero tiene mucho de ironía, de retranca. No sé si tiene que ver con el alma cántabra, pero siempre hemos sentido esa complicidad, aunque también hay un poco de miedo ante el estreno.
-¿Surgen nervios a pesar de que son obras que ya han cumplido unos años?
-No sabemos qué va pasar, pero tenemos muchísima confianza. Hemos intentado que '4x4' no sea una antología al uso, eligiendo los números que más nos siguen representando ahora, quince o veinte años después, pero no contar solo los mejores momentos, sino que se vea el alma y la evolución de Ron Lalá. Menos números, una dramaturgia más sencilla y sobre todo, contar lo que ahora sabemos y antes no.
-¿Qué saben que no sabían?
-Ha sido muy bonito ver en los vídeos y textos a esos jóvenes y decir: ya no lo somos tanto, no podemos corretear por el escenario, pero hay una técnica y la sabiduría de Yayo Cáceres, de los cinco actores. El tiempo pasado para alguna cosa será peor, pero para muchas mejor.
-Yayo Cáceres decía el año pasado que trabajan bien juntos , excepto que uno esté extremadamente convencido de una cosa y quiera probar, porque ahí empiezan a repensar y dar vueltas.
-(Ríe) Suscribo sus palabras. Yayo ha sido, aparte de un 'ronlalero' de pro, nuestro faro y nuestro guía. Empezamos siendo adolescentes en un formato de café teatro y fue él quien nos enseñó, literalmente, a vivir del teatro, a ser profesionales. Con los años uno va sabiendo lo que quiere y lo que no. Yo me he quedado como dramaturgo, he salido del escenario porque no me daba tiempo a estar más allí y se han quedado Juan Cañas, Daniel Rovalher y Miguel Magdalena, a los que se ha unido Diego Morales y Luis Retana. Los procesos de creación son muy creativos y muy plurales. Yayo tiene la palabra final, pero algunas veces, ¡hay movida! Y si no la hubiera, sería mal síntoma.
-Si él les enseñó a vivir de su sueño, ¿en qué momento se dio cuenta de que ya era una realidad?
-Qué bonita pregunta. Es lo típico que tienta responder: cuando te dan un premio o ves una crítica positiva, pero me sale más decir que en el día a día. Todos los que nos dedicamos al teatro somos cumplidores de sueños o sueños vivientes, de hecho, porque esos chavales que soñaban con cantar, recitar, vivir de ello, de pronto se encuentran con una empresa en marcha y con una infraestructura. Es con el día a día, con la carretera, con una función tras otra; no las que salen bien, sino cuando hay problemas y tienes que ponerte al borde de la ruina y no sabes si va a ser un éxito o no y de eso depende tu carrera y casi tu comida... Esos momentos de supervivencia son los que marcan y en nuestro caso siempre ha sido un gran sí. Somos un comando de aguerridos piratas que han podido salir adelante.
-Pero tranquilidad poca.
-Sí, para vivir de esto tienes que aguantar el estrés y tener carné de conducir. Son las dos grandes verdades del farandulero. Nuestro gremio es el más cercano a los transportistas; de hecho comemos en los mismos sitios.
-¿Se entendería la compañía sin la música?
-No, decididamente no. La esencia de Ron Lalá es la música, es el verso, la música del idioma y del teatro, la música de la acción y del cuerpo. Creemos que el teatro y la música son lo mismo, con herramientas similares para contar historias. Nos gusta el humor porque es un camino al corazón del ser humano y esa posibilidad nos la dan la música y las canciones. Y el camino a su mente, a través de la trama y del texto.
-Un humor que, ha quedado patente en los últimos tres años, nos hace mucha falta.
-Este es uno de los grandes motivos que nos lleva a recuperar los números antiguos. Volver a hablar de identidad, del fin del mundo, del paso del tiempo y de los clásicos, con cierta mala leche. Creemos que el humor está en peligro. Hablamos con compañeros y casi todo el mundo dice lo mismo: que cada vez es más difícil poder hacer chistes con libertad, expresarse en el ritual de la fiesta de la risa, lo cual es un pésimo síntoma de la salud mental de una sociedad. Nos toca, como a nuestros abuelos de Els Joglars, que son como nuestro amuleto, creer en la risa como acto catártico, social.
-¿Cuál sería el sello que queda tras una de sus funciones?
-Los cómicos tenemos la labor de sembrar preguntas, más que tener certezas. Es la manera de estar vivo. Si tuviera que resumir estos veinte años de sinsabores y alegrías, lo haría con la palabra fiesta. La fiesta de la palabra, la fiesta de la música, de la vida. La comedia te da una perspectiva y recoloca al espectador con el niño que lleva dentro. En eso consiste; juntarnos en una habitación a oscuras, liberarnos un rato de la tecnología y ser una tribu que está viviendo en presente una fiesta. Desde la humildad de ser el sector servicios y un rato de entretenimiento, pero intentamos transmitir esa sensación de fiesta en todo lo que hacemos y nos entregamos a tope.
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Ana del Castillo
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