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Por el escenario de la Sala Argenta se paseó ayer un hámster. Un animal menudo que tomó dimensiones de enorme metáfora teatral. Ese argumento ... nimio, irrelevante, sobre el cual se construyen relatos escénicos intrascendentes pero mayoritarios, parece. Así lo explicaron Eduardo Vasco, director de escena y Laila Ripoll, directora artística del Teatro Fernando Fernán Gómez. Ambos, con sólidas y nutridas trayectorias, abordaron la actual situación escénica y cultural del país, de la mano del periodista Guillermo Balbona y ante un público formado en su mayoría por directores y productores teatrales, promotores, actores y artistas del tejido escénico cántabro.
En esta tercera sesión de Cafés en el Escenario, iniciativa organizada por El Diario Montañés, conocedores de primera mano de las entretelas de un sistema «que funciona muy bien con una perspectiva empresarial; todo lo contrario -explicó Vasco- a incentivar lo artístico», los dos creadores alumbraron una visión no muy positiva de la realidad.
Las críticas de ambos han tenido en la Academia de las Artes Escénicas una diana a la que dirigir algunos de sus argumentos. Una entidad que, a su juicio, «ha conseguido que los artistas de cada región estén totalmente separados de los de la región de al lado» lo que acrecienta la dificultad de «vincular proyectos» y así, crear sinergias. «Tenemos estructuras y no tenemos artistas», lamentó el director de escena. «Estamos aniquilando talentos porque no se hace lo que se debe en estos casos: bajar, atender y cuidar a los que vienen por detrás».
Y esa materia prima humana es fundamental en un ecosistema desequilibrado en cuanto al esfuerzo que las administraciones realizan por fomentar unos aspectos en detrimento de otros. Una de las consecuencias es la desaparición de las compañías teatrales, del teatro de base. Y si las compañías desaparecen, lamentó Ripoll, «desaparece el tejido entendido como arte, cultura, algo que aporte socialmente en un diálogo, que es lo que tiene que ser el hecho teatral». Compañías que desaparecen «porque estamos asfixiados; no hay circuito».
Eduardo Vasco
Director de Escena
Ripoll expuso el problema como algo general, ejemplificando el caso de la capital. En Madrid, dijo «quedamos tres o cuatro compañías o bien otras que han mutado a productoras, en las que no hay un núcleo estable, ni una investigación, sino que se busca un texto que haya tenido éxito en otra parte, dos cabezas de cartel y una escenografía con un par de sofás».
Y ahí reaparece el hámster, sin profundidad, pero con lustre, que se utiliza para llenar salas en las que el paso ha cambiado: «venimos de un teatro más complejo, con una aventura más excitante, y estamos yendo hacia un patio de butacas donde hay que mirar y asentir», reafirmó Vasco. Frente a ese patio de butacas comedido, «el aspecto crítico de un grupo con base, no lo va a desarrollar un proyecto con tres cabezas de cartel».
¿Cuándo comenzó este declive, aparentemente imparable y que afecta a todo el sector? Aunque lo fácil sería achacarlo todo a las consecuencias del covid -si bien los teatros demostraron ser un espacio de resistencia y demanda social-, Ripoll va mucho más atrás; hasta la crisis del año 2008. «No solo no salimos de ella, sino que vamos a peor y la pandemia solo ha sido un escalón más». La lentitud del mastodonte burocrático no ofrece soluciones. «Todo se piensa en plazos de cuatro años y ahí no hay margen para echar a andar grandes proyectos», señaló Vasco. Y es que «la burocracia es el veneno perfecto para adormecer las inquietudes artísticas».
Unas inquietudes que deben llegar al ciudadano. Reconocen ambos que hay fieles a algunos géneros, como el teatro clásico, que acuden sin falta a cuantas obras se programan. Otros perfiles que sorprende ver agotando entradas de propuestas extemporáneas que no les interpelan a priori y, también, ideas que se moldean pensando en llamar a la acción a un público que no va a gastarse veinte euros en una entrada para esa experimentación forzada. «¿A dónde vamos con el teatro que estamos haciendo?», se preguntan. Y responden a una parte de esa disyuntiva: «El problema es quién selecciona lo que se hace y los pocos sitios que hay donde podamos hacer teatro. Estamos mucho peor que hace 15 años; estamos desapareciendo, somos una especie en extinción del todo», apuntaló Ripoll. Ella recordó cómo aprendió a escribir teatro leyendo a Lope de Vega. «Contar una historia es algo tan antiguo como el mundo, de una manera u otra». La autora, cofundadora de la compañía Micomicón, sabe de lo que habla; ha dirigido más de treinta espectáculos y ha escrito de una veintena de textos teatrales traducidos a varios idiomas, además de versiones y adaptaciones de textos clásicos y contemporáneos. Textos que le han valido el Premio Max, el Premio Nacional de Literatura Dramática, el 'Ojo Crítico', el 'José Luis Alonso' o el Homenaje de la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos.
Laila Ripoll
Dra. Art. Teatro Fernán Gómez
Vasco, por su parte, fundó en 1995 Noviembre Compañía de Teatro, compaginando su actividad con direcciones en el CDN y Teatro de la Abadía entre otros. Fue director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (2004-2011) y vicedirector de la RESAD. Con estos aperos, saben que su generación tuvo muchas más posibilidades que las actuales, y que «el horizonte de salida actual genera mucha frustración, porque se ve muy negro». Quizá por eso la inmediatez toma el mando en cuanto a decisiones y planteamientos. «La irrupción de la ficción en televisión y plataformas ha hecho mucho daño -explicó Ripoll- La mitad de los actores quieren que le den un protagonista lo antes posible y no invierten en su propia formación; quieren un oficio que no tiene nada que ver y está influyendo en la visión del teatro como un mal menor hasta que llega la oportunidad en televisión».
Descreídos con la clase política, no esperan que las soluciones lleguen desde ahí, para un sector en el que «todos somos amateurs, porque tenemos que dedicarnos siempre a otras cosas». «El 90 por ciento de nuestros políticos no ha leído más allá de la cartilla del bachillerato y con ese nivel de complejidad no puedes esperar decisiones distintas». Desde su trinchera, seguirán dando pasos para salvar las formaciones que resisten porque «el teatro se hace en compañía; lo demás son mercenarios»
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Ana del Castillo
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