Borrar
La Ojerada es uno de los rincones de la costa de Ajo que toman protagonismo en la novela de Sandra Barneda. Fotografías: Alberto Aja, Javier Cotera y archivo DM

Contar olas para cerrar las heridas

Relato ·

De Ajo y la costa de Ribamontán a Mogrovejo y los Picos de Europa, la última novela de Sandra Barneda encuentra en Cantabria la belleza para narrar el regreso a la vida tras el dolor de la pérdida

Lunes, 26 de septiembre 2022, 07:15

Este lugar huele a verano, a pueblo de encuentros». Sandra Barneda, periodista, escritora, finalista del premio Planeta, encontró en un rincón de Cantabria el escenario para su última novela. Ajo es telón sobre el que se desarrolla una historia que ensalza el valor de la amistad. «Es que los amigos son la hostia», dice la también televisiva comunicadora. Sobre ese vínculo ha construido 'Las olas del tiempo perdido', publicado hace menos de una semana y llamado a ser, como sus obras anteriores, un superventas, referencia nada desdeñable en la época de la inmediatez y el consumo rápido. 512 páginas de vista atrás.

Los cinco amigos surgidos de su pluma vivieron en la costa cántabra los ritos iniciáticos que se marcan a fuego en la memoria. Fiestas de cumpleaños con sabor a salitre, amores estivales y primeros besos, relaciones que comienzan compartiendo juegos sobre la arena, calles tranquilas por las que sentirse uno más en la fisionomía de un pueblo que no quiere dejar de serlo.

«La tierra, después de la lluvia, huele a vida -escribe Barneda-. Los prados brillan en el destello de cada gota viajera hasta lo más escondido». En su historia, donde se intuye esa luz, es la oscuridad de la muerte el principio y final de un relato orientado a las emociones. Una tumba es el eje sobre el que oscila la existencia de una amalgama de personajes que en apenas cuatro días, recorren el final de un trayecto vedado durante dos décadas.

En ese camino vital, Bareyo es el lienzo sobre el que pintar vicisitudes. Frente a la escarpada rugosidad de otras zonas de Cantabria, este enclave parece salido del estudio de Botero, con sus líneas voluptuosas de verdes ondulantes, suaves praderas, curvas de acuarela y al fondo, un mar cambiante. Ese que «necesitaba -explica la autora- con sus acantilados y el rugir de las olas».

Arriba: Contar las olas en la playa de Ajo, una de las aficiones de los protagonistas. Abajo: Barneda junto al Faro de Ajo y Mogrovejo y los Picos de Europa también aparecen en el libro.
Imagen principal - Arriba: Contar las olas en la playa de Ajo, una de las aficiones de los protagonistas. Abajo: Barneda junto al Faro de Ajo y Mogrovejo y los Picos de Europa también aparecen en el libro.
Imagen secundaria 1 - Arriba: Contar las olas en la playa de Ajo, una de las aficiones de los protagonistas. Abajo: Barneda junto al Faro de Ajo y Mogrovejo y los Picos de Europa también aparecen en el libro.
Imagen secundaria 2 - Arriba: Contar las olas en la playa de Ajo, una de las aficiones de los protagonistas. Abajo: Barneda junto al Faro de Ajo y Mogrovejo y los Picos de Europa también aparecen en el libro.
Claves del encuentro

Por los ojos de piedra de La Ojerada, los protagonistas miran a su propio pasado

Libertad

Desde el balcón de Fuente Dé, gritar a pleno pulmón supone dejar atrás «lo que ni siquiera sabían»

Tradición en el libro

Contar las olas al atardecer, hasta que cae el sol, y correr a recuperar el calor del hogar

Alrededor del ahora referente Faro de Ajo (pintado por Okuda), en su pasado monocolor, se fijan los protagonistas viendo pasar veranos inolvidables al ritmo del 'Lovefool' de The Cardigans y capítulos de 'Sensación de vivir', en una reivindicación pop de la olvidada década de los 90. Juntos caminaron hasta la cueva de la Ojerada -convertida en la novela en la Ojareda-. Se asomaron por sus ojos de piedra a su propio interior, sacando demonios, ensartando pecados, tirando al vacío recuerdos dolorosos.

Barneda plantea en su novela un principio atávico; el valor del círculo para superar los traumas. La importancia de la pertenencia. El valor de la tribu. Ese concepto que aún no ha levantado el vuelo en lo rural, donde las raíces se hunden más profundo y uno sigue siendo 'el hijo de'. Ella, que confiesa no haber sido demasiado cuidadosa con los vínculos, homenajea con sus palabras «a todas las personas que me han sostenido».

En Ajo, como en tantos núcleos repartidos por la costa cantábrica, se produce una versión peculiar del milagro multiplicador de los panes y los peces, en los que los peces son los cientos de turistas que desde el mes de junio se convierten en vecinos temporales. La arena de Cuberris multiplica su acolchada capacidad.

Surf y recuerdos

Sobre las olas, como en el libro, todos pueden sentirse por un momento dominadores del tiempo y el espacio. El surf, patrimonio de Ribamontán al Mar, ofrece a los afligidos protagonistas un respiro efímero en su tránsito oscuro. Y Barneda, conocedora del entorno, sabe plasmar la intensidad de ese breve momento de gloria con olor a parafina, antes de verse de nuevo obligados a remar para comenzar otra vez. «La vida y la mente corren más ligeras cuando no se te resetea la mente con recuerdos rescatados», narra.

Esos recuerdos llegan a otro punto emblemático de Cantabria a través de las páginas. Dominando el pueblo, como si quisiera templar la fiera presencia de los Picos de Europa, la Torre de Mogrovejo se alza sobre los rojizos tejados y los muros de piedra. Diez siglos de señorío permanecen impertérritos -quizá no conservados en su mejor estado- como vestigio de un pasado sazonado de condes, nobles y apellidos compuestos que unían linajes a la vieja usanza.

Tras la visita al pueblo lebaniego, los protagonistas continúan hacia su meta, más alta e impactante. En su constante regreso, ascienden en el teleférico de Fuente Dé y se asoman al mirador a prueba de vértigo. «La vida se vuelve minúscula en un lugar como ese, donde la naturaleza se impone sobre el hombre». Un lugar donde eligen gritar, a pleno pulmón, sintiéndose libres, dejando atrás «lo que ni siquiera sabían». Para la escritora, Peña Vieja es un lugar «espectacular» y en sus faldas el esfuerzo es la moneda de cambio por alcanzar la cumbre del segundo -por tan solo dos metros- pico más alto de Cantabria. Horcados Rojos, Picos de Santa Ana, Peña Olvidada o Tajahierro saludarán cercanos a los valientes que se atrevan a hacer cima en este techo pedregoso. Y en ese ascenso, ¿dejaría llegar antes a otros, como hacen sus personajes en las carreras en la piscina? Difícilmente. «Yo dejar ganar no, pero si me ganan, felicitarles -argumenta- A mí me encanta competir y aprender en la competición. Soy muy buena perdedora, pero me tienen que ganar».

Sandra Barneda, una apuesta segura del grupo Planeta

La presentación en Ajo de 'Las olas del tiempo perdido, una historia de reflexión sobre la amistad, el amor y el dolor de la ausencia, sirvió, no solo para mostrar los escenarios en los que se desarrolla la novela, sino también el despliegue organizativo y promocional con el que el Grupo Planeta respalda a la autora. Una maratoniana jornada que congregó en Ajo a periodistas de diferentes cabeceras nacionales. En paralelo a los escenarios de la novela, la escritora hizo de guía en diversos trayectos donde se fundían los paisajes, los propios recuerdos y la ficción.

Un itinerario que incluyó el recorrido en bici eléctrica hasta el Faro de Ajo, el paseo hasta la mítica roca de La Ojerada, la parada en la playa de Cuberris, con un atardecer que ninguna editorial podría encargar, hasta concluir en el camping La Arena.

Barneda, cercana, comunicativa y entusiasmada, posó, respondió y compartió el momento, acompañada por varios representantes de Planeta, un amplio equipo de redes sociales, atentos a cada detalle e incluso peluquería, vestuario y maquillaje cuidados al máximo durante toda su estancia promocional de la obra enCantabria.

Tomándose la vida «intensamente», Barneda ha encontrado en la escritura «el oficio artesanal más profundo, que conecta con el subconsciente». En ese ejercicio, tanto ella como el quinteto formado por Belén, Diego, Lucía, Martín y Adrián, tienen en Cantabria la referencia de una felicidad que es «más que espuma». «La felicidad cuando la dejas de pintar con un color que no le corresponde, es cuando florece. Es mucho más reposada, más genuina, más compleja. La felicidad está en aceptar la paleta tan rica de colores que atravesamos en nuestra vida», dice. O en atreverse a pintarla de nuevo cuando perdemos el pincel de los sentimientos positivos.

Acostumbrada a escribir con las mujeres como protagonistas, Barneda entra en esta novela coral en el reto cumplido de añadir el punto de vista masculino.

«El paso de los años activa el peligroso contador del olvido que, si escoge el dolor como guía, puede terminar devorando la memoria más preciada». Para mantener esa memoria, hay un ejercicio que en la novela y en la vida, ayudan a marcar el ritmo: contar las olas al atardecer. Sumar vaivenes del Cantábrico hasta que el último rayo de sol se oculte y entonces, echar cuentas antes de salir corriendo hacia el calor del hogar, al abrigo de los lazos que trenzan los amigos y que se vuelven irrompibles cuando sobreviven al dolor común.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Contar olas para cerrar las heridas