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Bernardo Atxaga, el escritor en lengua vasca más leído de todos los tiempos, visitará Santander el próximo jueves, día 30, para intervenir en el ciclo 'La palabra en versión original', una propuesta de la empresa de gestión cultural Panacea, centrada en la traducción literaria y ... que tendrá lugar en el Centro Cívico Tabacalera desde este lunes. Atxaga, guipuzcoano del 51, es un prolífico autor cuya obra ha sido traducida a una treintena de lenguas desde que obtuviera el Premio Nacional de Narrativa en 1989 con 'Obabakoak', posteriormente llevada al cine por Montxo Armendáriz. Miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca, en 2019 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas.
-Viene a Santander a hablar de traducciones, algo que, en su caso (su esposa, Asun Garikano, es también su co-traductora), parece un asunto de familia...
-Y lo es. Pero es que todas las traducciones deberían serlo. O, al menos, asuntos para encarar entre amigos, desde la cercanía.
-En cualquier caso, parece una tarea titánica lo de ser traductor de uno mismo.
-En lo que se me va la vida es en el hecho de ser autor en dos lenguas. Cuando acabas un libro, lo que hace cualquier otro escritor es salir a celebrarlo. En mi caso, nos encontramos con cuatrocientas y pico páginas que hay que traducir.
-¿Y cómo se traduce a cuatro manos?
-Todo en casa: mi mujer hace una primera versión, yo la segunda, ella la tercera... Pero hago lo mismo con los cuentos infantiles; suelo trabajar con Mikel Valverde, porque somos amigos, hemos sido vecinos y eso nos permite trabajar mejor, de otra manera.
-Ser su propio traductor le dará alguna ventaja...
-Libertad total, porque yo lo que hago es una versión de mi propio texto. Pero en efecto, poder interpretar un texto es muy importante para un traductor. Una libertad que se han tomado a menudo, históricamente, los franceses, por ejemplo. El traductor francés de Faulkner, por poner un caso, lo primero que hizo fue tirar sus instrucciones a la papelera. Y luego esa traducción ayudó muchísimo a la carrera internacional de Faulkner.
-Cómo se las gastan esos traductores 'a la francesa'...
-Allí es algo generalizado... A la primera novela traducida de Juan Goytisolo le faltaban cincuenta páginas, porque el traductor decidió que sobraban. Más recientemente, cuando mi mujer estaba traduciendo a Patricia Highsmith quiso contrastar su texto con la traducción francesa, para ver cómo lo habían resuelto en otra lengua. Lo curioso es que en muchas ocasiones, esa frase difícil no la habían traducido: directamente, la habían quitado.
-Atará usted en corto a sus traductores.
-En absoluto; hay algunos, como mis traductores al francés y al inglés, que me visitan y trabajamos juntos. Otros me hacen preguntas curiosísimas, sobre todo cuando hay mucha distancia entre las lenguas. Pero otros nunca consultan nada.
-¿Que trascendencia tiene para un autor escribir en una lengua minoritaria?
-Esa elección señala un itinerario. Probablemente, para un escritor que comienza su carrera es mejor escribir en una lengua con dos millones de hablantes y un área geográfica muy restringida. Puedes ser un gran escritor, pero si estás en Cáceres, lejos de los centros literarios, estás en una situación marginal, sencillamente por tu ubicación geográfica. Y tu itinerario será distinto.
-Entonces, ¿escribir en euskera le ayudó a profesionalizarse?
-Yo hice una de esas locuras de juventud, dejar mi puesto en un banco para dedicarme a escribir. En aquel momento había mucha demanda de textos en lengua vasca, así que durante años pude sobrevivir escribiendo cuentos infantiles. Por una cuestión política, digamos.
-¿La política al rescate de la literatura?
-Kafka confesaba envidiar a sus amigos que escribían teatro en yidis, porque sus obras adquirían inmediatamente un valor político. Algo así me ocurrió a mí, como a todos los escritores en lenguas minoritarias. Pero, como toda fuerza, es algo al mismo tiempo bueno y malo. En el caso vasco, en la 'cocina' de la literatura ha habido que pelear mucho contra ese 'brazo político' del poder.
-¿Y sólo vivía del cuento?
-No, hice muchos tipos de texto. Pero también me he dedicado a las charlas y conferencias; de hecho, creo que tengo el récord mundial de conferencias en pueblos pequeños. Algo que, en realidad, ha sido mi forma de aprender.
-¿Escribir en vasco le ha penalizado?
-Había una valoración ideológica tan negativa, tantos estereotipos sobre la lengua vasca, que cuando quise saltar a un público más amplio me encontré con un terreno hostil, tuve que atravesar una muralla. Prejuicios como que no se podía escribir en una lengua sin tradición. Recuerdo que, hace cuarenta años, un importante librero madrileño le preguntó a mi editor si realmente era posible escribir una novela en vasco.
-Anunció que no escribiría más novelas. ¿Es una ruptura definitiva?
-Espero no tener que desdecirme, pero creo que es un campo al que no volveré. Aunque es un poco secundario hablar de géneros literarios, lo importante es escribir. Y a veces el texto lo llevas a una forma cerrada, como puede ser el cuento o la novela del XIX, pero otras toma una forma más libre. Por ejemplo, últimamente me encuentro muy cómodo en una extensión de unas cincuenta, setenta páginas.
-¿Efecto secundario de la pandemia?
-No, no. Durante el confinamiento no escribí un diario, sino reflexiones sobre el oficio y mi trayectoria. Pero decidí escribir a mano, para no tener tentaciones de publicarlo.
-¿Y no tiene nada que dar a la imprenta?
-Pronto aparecerá 'Desde el otro lado', una recopilación de tres relatos que incluye 'Dos hermanos'. Además, este verano Asun y yo lo hemos dedicado a traducir unas colaboraciones en radio, que se titularán en castellano 'Un grillo en la autopista'.
-Pinta mal para el grillo, ¿no?
-Bueno, así son las voces críticas en nuestros días, ¿no?
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