Crítica 'Poker face': Cartas boca abajo

La baraja combina, es un decir, thriller, estudio de personajes, giros, engaños, trama criminal, aventura y vueltas de tuerca...pero nada por aquí y nada por allá. Como dice un clásico, Juan Tamariz: «Cómo te llamas? – Ana – igual que mi hija Mónica!». Entre el vacío, lo pretencioso y grandilocuente y la confusión, el esperpento deriva en truculencia y disparate. Russell Crowe ya lo intentó en 'El maestro del agua', pero entre paréntesis prolongados, coqueteo con la música y la mala elección de algunos personajes su trayectoria ha perdido consistencia. Aún así no hay duda de que el intérprete neozelandés es uno de los mejores de su generación.

Aquí se pone en modo autoral: asume la responsabilidad de productor total, echa mano de un reparto fallido que encabeza, agita el guión y la dirección es tan irregular como la falta de sentido de muchas de las fases del filme. Hay interés en algunos dramas personales pero se diluyen en lo previsible del thriller. Incluso algunos elementos de demostración de estilo parecen primar sobre el argumento. Por ingredientes no será, pero la masa nunca alcanza su punto de cocción necesario. Un juego desmadejado y desmayado donde caben enfermedades, perdedores, corrupción, amistades, traiciones y cuentas pendientes. Todo muy aparente y deshilachado en el que factores como la venganza, el juego, la sombra del pasado y el robo se pisan unos a otros.

Más que un último as en la manga como insinúa, el filme parece haberse confundido de casino. Crowe se regodea en la suerte de manejar los hilos pero nunca confirma la intención de mostrar algo pasional, cercano. Un asunto personal sin personalidad. Lo grave y trascendente de la vida es como un perfume que no encuentra su correspondencia en imágenes. Nostalgia y muerte entre nobles intenciones y torpes manos.