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Robert Walser salía a caminar, tenaz y regular bajo la lluvia o bajo el sol, y esos paseos se convertían para el escritor suizo en un tiempo valiosísimo para el pensamiento creativo. Pasear era un arte y un motivo para el arte. Sin pasear, aseguraba Walser, estaría totalmente acabado. Hay estados −una mezcla de tiempo, espacio, circunstancias socioeconómicas; de casualidades, incluso− que predisponen o favorecen la creación: el filósofo Ludwig Wittgenstein pasó distintas y fructíferas etapas de su vida en una cabaña solitaria al este de Noruega, donde remató algunas de sus obras y también de sus pensamientos sobre lógica; y Mary Shelley armó su 'Frankenstein' durante el oscurísimo verano de 1816, en los meses que pasó en una villa, cerca del lago Lemán, en Suiza, en compañía de otros escritores. Tiempo, espacio, tranquilidad. Aunque quizá habría que actualizar los números, en el contexto actual la renta y el espacio privado que Virginia Woolf defendía como garantías para crear con serenidad siguen vigentes.
Al parecer, en el último piso de la sede de la Fundación Botín en la calle Pedrueca de Santander también se ha logrado crear una atmósfera propicia para la reflexión y creación. En las últimas dos semanas, en ese espacio agaterado y luminoso, quince artistas han ideado otros tantos proyectos ligados al espacio público de Santander. Se trata de los inscritos en el Taller de Artes Plásticas de la Fundación Botín que ha impartido la artista donostiarra Cristina Iglesias, y que ayer se clausuró. Concentrarse en un único proyecto, trabajar con Iglesias, también compartir experiencia con compañeros artistas que profesan visiones creativas muy distintas, todo eso ha ayudado a convertir el espacio del taller en una especie de cuarto propio al estilo de Woolf. «Para los artistas es positivo poder trabajar en otros sitios, compartir reflexiones, crear 'links' entre ellos; contactar con la propia Fundación Botín, poder presentar sus trabajos ante figuras como Ángela Molina, João Fernandes, Benjamin Weil», indica Maddi Rotaeche, arquitecta del estudio de Cristina Iglesias, una de las personas que ha velado por el desarrollo del taller.
Maddi Rotaeche | Arquitecta del estudio de Iglesias
El pasado jueves, penúltimo día del ciclo, la crítica y comisaria Ángela Molina y João Fernandes, subdirector en el Museo Reina Sofía, visitaron el 'altillo' de la Fundación para conocer las quince ideas por boca de sus artífices. Estos dispusieron sus proyectos en mesas, suelos, paredes; se sirvieron de planos, pantallas, cartulinas o cuadernos para presentar sus intervenciones. Explicaron a los expertos sus motivaciones y el posible desarollo de sus proposiciones; respondieron a sus preguntas. De un modo u otro, casi todas las propuestas armadas en el taller son susceptibles de materializarse en los espacios públicos de la ciudad con más o menos dificultad. Se plantean intervenciones en lugares populares y de disfrute comunitario: la artista Inés García, por ejemplo, propone revestir el templete de la Plaza Pombo con telas pintadas con trazos sugeridos por las partituras de seis canciones montañesas del compositor castreño Arturo Dúo Vital. Dúo, recuerda la artista, estuvo encarcelado en Santander en 1937 por su filiación republicana. A raíz de esa experiencia, compuso una serie de canciones elevan musicalmente la temática popular. La intervención de García en el templete, que estaría acompañada por un concierto −con piano y soprano−, busca «reivindicar la figura de Arturo Dúo, y también desarrollar un lenguaje gráfico, un lenguaje también íntimo». En vías de rematar su gran proyecto 'Winterreise', García defiende este taller como una especie de lugar para el trueque. «Yo lo describo como un intercambio, esa es la palabra, intercambio. Aquí han confluido las miradas de muchas personas creativas».
Inés García | Artista
Junto con García, otros 14 artistas han aportado su visión del espacio luego de caminar por Santander y tratar de entender sus huecos, sus vacíos, su distribución, cierta tensión urbana. Sus propuestas cercan la ciudad desde distintos frentes. Javier Rodríguez ha sugerido un juego entre lo visible y lo invisible para la rampa de la explanada de Gamazo y para ciertos bolardos situados en el Paseo Pereda. Cambiaría la orientación de una de las losas del primer espacio y convertiría en pelotas de baloncesto (con mensaje) algunos de los segundos. Su propuesta busca que el ciudadano choque con su entorno urbano más conocido, «que la realidad se vuelva un poco más compleja», y que esa complejidad estimule la capacidad de sorpresa, y, por ende, las preguntas.
Paloma Rodera, otra de las participantes, ha caminado mucho por Santander hasta dar con su proyecto. Como a Walser, el paseo le sugirió ideas y preguntas, una de ellas referidas al gran pedazo de terreno ganado al mar en la ciudad. Hasta ese espacio conquistado ha dirigido su mirada: Rodera ha ideado una intervención a través de tres relieves ' a suelo', realizados en bronce, y que se fijan los límites geográficos de la Bahía de Santander. «En ellos se recogen las abstracciones gráficas resultantes de un trabajo de traducción». La intervención provoca el paseo por un nuevo trazado. Rodera está satisfecha con el trabajo y la experiencia. «Dedicarte a una obra, o cambiar de sede, todo eso ayuda a la concentración». Su compañero Javier Rodríguez coincide: «Yo una forma propia de trabajar, y aquí vas viendo diferentes maneras de hacerlo».
Más allá de intervenciones como la de Marcos Esparza en la barandilla del Centro Botín −convirtiéndola en una especie de tetera eléctrica que exude aromas de vainilla y manzanilla, en un intento por hacer confluir las hierbas y cultivos que españoles y mexicanos 'intercambiaron' hace siglos−, no todos los proyectos planteados piden lugar en el espacio público. Francisco Navarrete ha logrado en la Botín ensanchar un proyecto que ya venía trabajando desde hace tiempo: el detonante fue el anuncio de la construcción de una capilla de Gaudí en Rancagua (Chile), y a partir de ahí comenzó a investigar, escribir y grabar sobre las descripciones del pueblo chileno a partir de su geografía y de la mirada extranjera. En Cantabria ha hallado un texto de José Pérez García sobre la conquista del país. «Mi pieza está viva», dice, «aquí he tenido infraestructuras y tiempo para hacerla crecer».
El jueves el paisaje del altillo de la Botín estaba lleno de móviles enchufados a la corriente, tabletas, ordenadores, blocs de dibujo; montones de arena en suelo, pedazos de barro aún por modelar, botes de pintura, piedras, cartulinas, un pequeño 'oficce' lleno de tazas de café. Era el paisaje tras la tormenta de ideas y trabajo compartido, el paisaje de un cuarto, aunque transitorio, propio.
La Fundación organiza, este taller desde 1994. Para el ciclo 'Desde el paisaje interno, el estudio, hasta el paisaje externo, la calle, la naturaleza', Cristina Iglesias ha seleccionado a los artistas: Federica Bruni (Italia, 1977), Alejandro Jaime (Perú, 1978), Laura Colmenares (Colombia, 1978), Yassine Chouati (Marruecos, 1988), Diego Diez (Barcelona, 1994), Marco Esparza (México, 1986), Ines García (Bilbao, 1983), Vesta Kroese (Holanda, 1979), Gracelee Lawrence (EE.UU., 1989), Susan Fedynak (EE.UU., 1986), Francisco Navarrete (Chile, 1986), Paloma Rodera (Madrid, 1987), Javier Rodríguez (Madrid, 1992), Patricia Sandonis (Valladolid, 1984), Ani Schulze (Alemania, 1982). Todos han visitado la fundición de Iglesias en Eibar, y el proyecto de la artista en la isla de Santa Catalina (Donostia).
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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