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GUILLERMO BALBONA
santander.
Domingo, 8 de mayo 2022, 11:54
«A la naturaleza le resulta indiferente el mundo que los humanos hemos construido, le damos igual. Su belleza es otra, pero es muy difícil ... de atrapar». El último poemario de Marcos Díez (Santander, 1976), 'Belleza sin nosotros', obtuvo el XXIV Premio Generación del 27. La obra llega ahora a los lectores de la mano de la Colección Visor. Presentada ayer en Librería Gil, la obra se suma a una ya distinguida y larga trayectoria que pasa por la poesía, la narrativa, los guiones y la gestión cultural. Exdirector de la Fundación Santander Creativa y actual responsable de la Torre de Don Borja, firma un libro en el que apela al poema como «fuente de la que mana un conocimiento profundo de uno mismo, de los otros y del mundo».
-Hay una pausa luminosa en 'Belleza sin nosotros'. ¿A eso le llama serena madurez, capacidad para que el Marcos Díez lector escuche al Marcos Díez poeta?
-El paso de los años nos enseña cosas que no se pueden aprender de otra manera. Supongo que esa serenidad o pausa de la que hablas en tu pregunta tiene que ver con eso, con aceptar lo que la vida es, con dejarse de distracciones y con estar atento a lo que importa. Es a través de la pausa y la quietud cuando la vida se enciende y se muestra en su esplendor. La poesía, la que leo y la que escribo, me acompaña en ese camino hacia lo esencial.
-¿Escribir poesía hoy es la anacronía más coherente?
-Escribir poemas va a contracorriente del mundo de hoy, un mundo de velocidad, resultados, productividad, utilidad, eficiencia, éxito, negación del dolor o de la vulnerabilidad. Pero el poema es coherente con la vida, fluye con ella.
-¿Sin enigma no hay poesía?
-La vida es un enigma en el que la poesía intenta penetrar. La poesía nace de ese misterio que, por otra parte, es imposible de aclarar o resolver. Como mucho, el poema permite entrar en ese misterio y hablar con él.
-¿Cuáles son esos trampantojos que ciegan las palabras?
-El día a día crea, a veces, espejismos que nos alejan de lo que la vida es. Cuando estamos en esos espejismos el lenguaje es una parte más de ese decorado que separa la vida de nosotros. Por eso, todo nos suena falso, a cartón piedra. Pasa con la política, por ejemplo, que ya nada nos suena verdadero, lo diga quien lo diga. Somos, en buena medida, lenguaje. La palabra tiene que ir acompañada de un compromiso con lo que significa. Si ese compromiso no existe, la palabra se ahueca. Las palabras vacías son nuestra destrucción, digo en uno de los poemas. Pero para que las palabras digan lo que tienen que decir, además del compromiso de quien las pronuncia debe de existir el compromiso de quien escucha esas palabras que se dicen.
-Identidad, fragilidad, fugacidad asoman entre sus poemas. ¿Aspira a una claridad no reñida con la complejidad?
-Creo que la claridad no está reñida con la profundidad. Al contrario. Las palabras que usamos en casa, con los amigos o en el trabajo son las mismas que hacen los poemas.
-Cuatro años de escritura, una pandemia, vivencias... ¿dónde empieza el asombro y dónde el distanciamiento?
-El que deja de asombrarse deja de ver. Necesitamos extrañarnos ante lo que tenemos delante. Existir, si uno toma un poco de distancia, es una cosa muy rara. El asombro abre los significados, rompe la visión cerrada de la realidad y es fuente de alegría y plenitud. Pero es verdad que, al hacerlo, se crea una distancia con el día a día y eso también es peligroso porque puede conducir al desapego con ciertas cosas de las que tampoco podemos desenchufarnos. Así que hay que ir y venir. Extrañarse a ratos, supongo. Y luego saber estar en el día común, enchufados a nuestras cosas comunes, sin hacerse demasiadas preguntas. Eso también es necesario.
-¿Cómo y cuándo fracasa un poeta?
-Escuché decir a Caballero Bonald, ya con noventa años, que llevaba toda su vida intentando escribir un buen poema. Creo que el poeta fracasa siempre porque el poema quiere decir lo innombrable, quiere apresar lo que es inasible. El poeta da siempre en el palo, digamos, y nunca llega a definir del todo. El poema se acerca a decir aquello que no se puede decir pero siempre hay algo que se escapa.
-¿Hay palabras indomables, o las hay demasiado gastadas?
-Depende de cómo las usemos. Tengo la sensación de que vivimos en un mundo en el que abundan las palabras vacías. La poesía ayuda a liberar el lenguaje y a que esas palabras se llenen de fuerza, significado y sentido.
-¿La inmediatez y las nuevas tecnologías han traído una poesía de consumo, con fecha de caducidad?
-No lo sé, la verdad. Las nuevas tecnologías promueven una avalancha de contenidos y que saltemos rápido de una cosa a otra, que no nos detengamos, que no haya paciencia. Los vídeos en redes sociales, por ejemplo, tienen que ser cortos, divertidos e impactantes para captar la atención al menos diez segundos. Y creo eso llega también a la poesía, se trata de entretener y tocar rápido los resortes emocionales. No tengo nada en contra de eso, pero a mí no me interesa. Sin atención y paciencia es difícil acceder a una fuente de conocimiento o emoción significativa.
-Cartarescu dice que «la poesía es como la mafia. No puedes dejarla tú, te deja ella a ti». ¿Lo comparte?
-Sí que lo comparto. Es difícil de explicar y puede sonar pedante. Pero es la poesía la que decide cuándo la escribes. Al menos a mí me pasa. Viene y va. Llevo siete meses, por ejemplo, sin escribir un poema. Pienso, «tengo que escribir algo». Y a veces lo intento, pero nada. Ya volverá.
- ¿Qué huellas y cicatrices le ha dejado la gestión cultural?
-Todo son aprendizajes. En la gestión cultural en el ámbito público he aprendido muchas cosas. Para empezar, que es muy difícil, que es una responsabilidad grande y que es fácil equivocarse. Fueron ocho años, pero no lo echo de menos. La burocracia es una tela de araña que te atrapa, que consume tu energía y causa ansiedad. Todo se vuelve espeso y atropellado. Siempre hay problemas y conflictos. Pero, al tiempo, esa burocracia es imprescindible porque con ella se aspira a garantizar que las cosas se hacen bien con el dinero de todos. En la Torre de Don Borja, es distinto. Trabajo muy a gusto allí, podemos hacer las cosas a un ritmo que es coherente con mi forma de ser y de ver la vida.
-¿El periodista y el poeta comparten la necesidad de hacerse preguntas?
-Sí. Las preguntas siempre están ahí, abren el mundo. Las certezas, lo tienden a cerrar. Pero también pienso que necesitamos, aunque las acribillemos con nuestras interrogantes, ciertas certezas que nos den algo de solidez en las cosas importantes.
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Ana del Castillo
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