-No le voy a negar que, en ocasiones, me he encontrado en medio de una pugna o de una tensión entre ambas formas de ... hacer literatura, pero con el tiempo he aprendido a hacer convivir al ensayista y al poeta, e incluso me he beneficiado de ello. No lo llevo mal, y se complementan. Pero no me cabe duda de que la poesía supera a todas las demás formas literarias. Es, por decir así, su pulmón. La poesía es una forma de hacerle cosas a las palabras que no tiene comparación. Y hacerle cosas a las palabras es, en definitiva, hacerle cosas a la realidad.
-¿Cómo se ha enfrentado al confinamiento y a este tiempo insólito?
-Supongo que como todo el mundo: tratando de hacer malabarismos entre vida y trabajo. He tenido la suerte de poder convertir el confinamiento en un momento para compartir con mi familia más tiempo... Otra gente no ha tenido esta suerte, ya haya sido por la enfermedad, o haya sido por la mierda de modelo económico que tenemos. Esa preocupación ha estado ahí. Por otro lado, nunca he pensado la escritura como trabajo -ni me gustaría poder vivir de escribir-, con lo cual no ha sido un tema que me haya preocupado en exceso.
Una de las cosas que ya sabíamos o intuíamos, y de la cual quizá ahora somos más conscientes, es que familia y capitalismo no riman. La familia es lo opuesto al capitalismo.
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En datos
Poeta y ensayista, el pensamiento y la escritura fluyen en su obra. Profesor de Teoría e Historia del Arte en la Universidad de Salamanca, Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) publicó el pasado año 'Alta cultura descafeínada'. Es autor de 'La vida me sienta mal. Argumentos a favor del arte romántico previos a su triunfo', 'Paradojas de lo cool. Arte, literatura, política', o 'Arte (es) propaganda. Reflexiones sobre arte e ideología'. Su obra poética la integran libros como 'El hombre que salió de la tarta' y 'Notas de verano sobre ficciones del invierno', entre otros. A final de año publicará un nuevo libro con los poemas escritos entre 2015 y 2020.
-¿Cree que lo sucedido delata, incluso certifica, que estamos inmersos en un humanismo provisional?
-Lo que ha certificado es que el capitalismo tiene una fuerte capacidad de adaptación a todo y que puede nadar en cualquier océano, por peligroso que sea. Y eso es terrible. En este sentido, todo es provisional, necesariamente. Y de eso somos ahora más conscientes. Pero también esto ha mostrado otros rostros, como las redes de apoyo mutuo, etc. Y este es el camino.
-¿Lo telemático conlleva una textura que puede interpretarse como nuestra mascarilla definitiva para el futuro?
-Lo telemático es una triste simulación de lo que somos. Pero también nos sirve para no olvidar que somos radicalmente animales que necesitamos de los demás.
-El dilema diario es si emergerá de todo esto una sociedad diferente, un regreso a la frivolidad... ¿Cuál es su reflexión?
-No lo tengo claro, pero todo apunta a una vuelta a los modos de vivir que, seguramente, nos llevarán irremediablemente al desastre (una vez más). El problema era la normalidad y convertirla en objeto deseado, nos puede salir caro. Y esto en todos los aspectos, desde la ecología hasta las relaciones sociales. La democracia está amenazada, precisamente, por aquellos que no se la quitan de la boca, aquellos que sólo la entienden desde el mercado. Y volveremos a caer una y otra vez.
-La cultura es la gran pagana de la crisis. Estamos entre las palabras de un exgestor neoliberal como José María Lassalle diciendo que «la cultura es un bien de primera necesidad» y decenas de manifiestos reivindicativos. ¿Disponemos de voluntad para cambiar el rumbo?
-Con la cultura el problema es el de siempre: pensar que es una cosa que nada tiene que ver con la sociedad y la política, que es un refugio frente a los problemas. Lo que me fascinó de los escritos colectivos del sector cultural era y es su asombrosa bisoñez. Es decir, la idea de que el sector lo que pedía era que se asegurase un nivel de consumo, que todo se mantuviese igual. Muestra lo triste de un sector que se cree fuera. Lo necesario desde la cultura, creo, era plantear una transformación del modelo cultural, no escribir cartas pidiendo que se mantuviera todo igual, como si no pasase nada. Que el sector cultural no pidiera desde el minuto uno una Renta Básica Universal e Incondicional, una huelga de alquileres, etc., es terrible, y muestra la cara de un sector que desconoce el contexto en el que vive -incluso su propia precariedad-. Para salvar la cultura o para verla como primera necesidad, primero necesitas cambiar la sociedad.
«Para salvarla, o para verla como primera necesidad, primero tienes que cambiar la sociedad»
«Es una triste simulación de lo que somos. Nos recuerda que necesitamos de los demás»
-¿Teme que estos tiempos convulsos conllevan una mayor automatización, una cierta deshumanización?
-La deshumanización está ya hace demasiado tiempo instalada en nuestras vidas. Esto sólo lo ha puesta de mayor relieve: privatizaciones, negligencias, dinero público para lo privado, jornadas laborales en condiciones propias de otras épocas, menores en casa solos durante todo el día....
-Censura, libertad de expresión amenazada. ¿Se convertirán las mascarillas en bozales?
-La libertad de expresión es uno de los temas de nuestro tiempo. Y es triste que así sea. En cualquier caso, me fascina que se piense que la libertad de expresión es una cosa abstracta que a todos no iguala. No, no es así. Los que tienen el poder se expresan cuando y como quieren, sin cortapisas, ejerciendo su poder de decidir por nosotros. Sin embargo, al que nada tiene, al que nadie escucha y se le silencia, éste carece de libertad de expresión, porque nadie quiere escuchar cómo se expresa. Y cuando ya cansado de llamar a las puertas de políticos y medios de comunicación eleva el grito, derriba estatuas de insignes racistas, o asalta coches de la policía, ahí, justo ahí es cuando aparece, cuando se le escucha. Y es entonces cuando se le tilda de violento y de que cercena la libertad de expresión de otros. No, no es así. La libertad de expresión es una cuestión de poder y de clases sociales. Y los que detentan el poder político y económico saben jugar con ello
-¿No ha cedido esta sociedad con demasiada facilidad a la 'vieja nueva normalidad' del neofascismo?
-Este neofascismo, esta ultraderecha siempre ha estado ahí, lo que ocurre es que ahora se ha destapado o ha perdido la careta, pero es bastante peligrosa, no me cabe duda. Pero con esta gente no se dialoga. Dicho de otro modo, prefiero el método de Éric Cantona. Hemos sido demasiado tolerantes, al tiempo que es gente con enormes intereses económicos y bien posicionados. Lo que tengo claro es que, a día de hoy, la única minoría peligrosa de nuestra sociedad son los ricos.
-¿El buenismo es la nueva dictadura del sistema?
-No sé muy bien qué es el buenismo, pero la dictadura del sistema es la de quienes mantienen un modelo, a todas luces, vergonzoso.
-¿Hay fuerzas empeñadas en reducir el concepto de la cultura?
-De hecho solemos decir cultura cuando lo que queremos decir es sector económico de la cultura. Cultura es la tortilla de patata de mi madre, por ejemplo. La cultura es la forma en la que producimos y organizamos nuestras relaciones, nuestras expectativas y formas de sentir. Es un tejido afectivo que está determinado por el poder, la clase social, la economía, la sociedad, etc. Por eso la cultura es clave y fundamental en nuestro día a día. Y por eso es clave para el capitalismo. Otra cosa es el sector cultural, que es un modelo de negocio en la mayor parte de los casos.
-¿Qué le falta en estos momentos al discurso de la izquierda?
-Le falta, creo, capacidad de conectar con las diversas sensibilidades que conforman el mapa de la sociedad. O dicho de otra forma, capacidad para producir un modelo social alternativo, un modelo realista que nazca de lo que somos ahora. Capacidad para imaginar el presente.
¿Cabe pensar en un nuevo nuevo orden social, o estamos condenados a la desigualdad en todos los estratos?
-Me niego a considerar que 'estamos condenados' a esto, a la desigualdad, a la falta de futuro. Tenemos que construir ese nuevo futuro desde un nuevo presente. Al pobre o al trabajador se le exige esfuerzo, deslomarse currando e incluso que se arriesgue y sea emprendedor, mientras que por arriba se pide estabilidad, orden, austeridad. El peligro lo tenemos con esa minoría de los ricos que crece sin cesar, o que se mantiene a nuestra costa, como la monarquía.
-¿Y ahora qué hacemos con la nueva normalidad?
-Estaría bien forzarla, asediarla, para que salga algo distinto.
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