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Desde que empezó el confinamiento Roberto Orallo repite cada tarde el mismo ritual. Enciende el ordenador y juega una partida de ajedrez con su hija Julia. Ella ha decidido quedarse en Madrid, donde vive, para no poner en riesgo la salud de sus padres «y ... se la echa tanto de menos», confiesa. El resto del día el artista pinta, lee disfruta del jardín de su casa en las afueras de Santander «sí ya sé que soy un afortunado» y de su esposa Vely, su compañera de vida y de clausura.
-¿Siente este confinamiento como una forma de resistencia?
-Lo vivo como algo terrible, como algo que se ha salido de nuestros esquemas y como una guerra, con algún que otro descerebrado dando la nota, de la que habría que sacar a los políticos. Ya habrá tiempo después de hacer análisis. También lo vivo con preocupación sobre como va a afectar a la cultura.
-¿Aprovecha para trabajar en alguna de sus obras?
-Además de haber hecho un cartel en defensa de la sanidad pública que colgué en mi balcón el pasado día 7, sigo trabajando en esa gran exposición que se iba a presentar en Polonia esta primavera. Es un homenaje a todos los países del mundo donde he expuesto alguna vez. Ahora no sé que va a pasar con ella pues no he vuelto a tener noticias del marchante. Supongo que, como casi todo, se aplazará. También he grabado, me lo pidieron, un vídeo para saludar al personal de Santa Clotilde. Hay que ver que gran trabajo están realizando los sanitarios y que ejemplo son para todos nosotros.
-Parece que al arte, a la cultura en general, le va a tocar sufrir una nueva crisis. ¿Habrá que resignarse una vez más?
-Creo que después de esta crisis sanitaria va a haber un cambio en la sociedad en general y, sobre todo, en el mundo del arte. Los galeristas y nosotros los artistas hemos vivido unos años muy duros de los que aún no nos hemos recuperado. Esta crisis está uniendo a la sociedad y espero que esa ola de unanimidad repercuta en el arte y que desaparezcan esas pequeñas 'envidiucas' y 'grupúsculos' que quieren hacer que la vida cultural esté manipulada. Yo, que siempre he intentando mantenerme al margen de todas esas cosas, creo que ahora puede ser el momento de cambiar el panorama artístico. Estamos en una espiral envolvente que será positiva al final.
-¿Qué colores utilizaría para pintar esta pandemia?
-Ya los estoy usando. Mi hija Julia está sola en Madrid y nos mandó una foto suya en el balcón que me ha inspirado para dos cuadros. De forma instintiva el primero me salió con tonos ocres y el segundo en negro. Poco nos acordamos de las personas que viven solas, que ya llevan casi un mes sin salir a la calle y sin poder abrazar a sus familias y amigos. Estos dos cuadros son un homenaje a todas ellas.
-¿Esa soledad nos va a unir en un futuro?
-Esta soledad nos va a hacer más fuertes. El hecho de que toda España salga a las ocho de la tarde a las ventanas a aplaudir a los que nos están salvando o que salga a cantar es el mayor ejemplo de fuerza humana. Las ideologías son otra cosa.
-¿Alguna vez pensó vivir unos acontecimientos propios de una película de ciencia ficción?
-Nunca. Ni estos ni parecidos. Mi padre vivió la Guerra Civil y jamás pensé en que yo pasaría por algo similar. Estos días he soñado con que tenía que respirar para comprobar que todo esto es mentira pero que cuando lo hacía las cosas seguían igual. Estamos viviendo una guerra contra un bicho desquiciado que machaca sobre todo a la gente mayor. Cada día miro las esquelas en las que me encuentro algún conocido que ha caído por este virus y me pregunto ¿hasta cuando? Es terrible y, por desgracia, no es una película.
-La incertidumbre de nuevo, el no saber ni cuando ni como acabará esta crisis ¿pasa factura?
-A mí me recuerda a cuando de pequeños nos regalaban una barra de regaliz que íbamos chupando de poco en poco para que nos durara más. Ahora tenemos una barra de regaliz, pero con veneno, que no se acaba nunca a pesar de que la vayamos chupando.
-Antes de la pandemia estaba a punto de inaugurar su gran mural en la Torre del Rhin con lo que le costó mantenerlo tras las obras.
-Sí. Han acabado ya las obras en el edificio y creo que el mural ya está a la vista. El último día que pasé por allí aún estaban colgados los andamios y no he vuelto. Se iba a inaugurar el pasado día 8 de marzo y se iba a abrir de nuevo la cafetería ya remodelada. Es una faena pero creo que lo que más me preocupa es lo que va a pasar con ese establecimiento hostelero, el Maremondo, y con el personal que trabaja en él. Ojalá El Sardinero, la ciudad, se llene pronto de turistas pues creo que es lo que más falta le hace a un gremio tan importante en Santander.
-Pablo Neruda escribió que aunque nos corten las flores no podrán quitarnos las primavera. ¿Lo hará el coronavirus?
-Tampoco. Reconozco que yo soy un privilegiado con un jardín que me está dando la vida y donde paso largas horas durante este confinamiento. Yo estaba acostumbrado a pasear a diario y ahora permanezco en un lugar en el que estos últimos días oigo cantar a los pájaros. Hay pinzones, gorriones y también tordos y cuando los veo entonces pienso: Ahí está la primavera. Y Vivaldi. Espero que me perdone el Dúo Dinámico, pero ya estoy aburrido del 'Resistiré' y solo tengo ganas de escuchar ese maravilloso concierto de Vivaldi. ¡Viva la primavera!
-Antes hablaba de que vivimos una guerra. ¿Los políticos sabrán manejar bien sus armas contra el virus y el impacto que causa?
-Esta es una guerra que va más allá de ideologías y de los contrincantes políticos. Al menos ahora deberían de quedar al margen. Es el tiempo de la unión del pueblo. Me da mucha envidia ver como en otros países, Portugal mismamente, la derecha apoya a su Gobierno sin fisuras mientras dure la crisis. Eso es lo que más hecho en falta en España: Unidad.
-¿Y quién va a ganar esta guerra?
-De momento va ganando la naturaleza. Me impactan esas imágenes de las ca lles de Madrid desiertas. Hemos machacado a la naturaleza y ahora ella está recuperando su terreno. El otro día tu periódico publicaba que se habían registrado doce incendios provocados en Cantabria y no me lo podía creer. Parece mentira que aún haya tanto majadero y que aunque nos hayan dado tanta formación, no nos acordemos de que la naturaleza nos proporciona alimento y vida. Quisiera que fuéramos todos un poco más honrados.
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