Cuando me detengo a pensar en lo que nos está pasando me sigue invadiendo...
CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 41 ·
Si pienso en la vida antes del coronavirus la siento lejana, a más de un mes y medio de distancia, como si estos cuarenta días hubiesen sido cuatrocientos
Me siento a escribir este artículo, el número cuarenta y uno ya. Tengo empacho de mí. Como no soy experto en nada y nada sé, no soy capaz de afrontar este texto diario de otra forma que desde mi visión personal de lo que está ocurriendo. A veces, simplemente, me gustaría estar callado porque no me viene a la cabeza qué puedo decir, o porque me parece que lo poco que tengo que decir ya lo he dicho. En otras ocasiones, me pregunto que a quién le importa lo que aquí vaya a contar. Pero mi compromiso es escribir a diario este cuaderno y soy fiel a él. Caigo en la contradicción, por ello, de narrar cómo paso las horas aunque piense que estaría mejor en silencio. Es algo que lamento. No ya por los demás, que pueden elegir no padecerme con el simple gesto de no leer esto que escribo, sino por mí, que no tengo escapatoria. A veces, el plomo que soy me pesa demasiado y me falta el aliento para escribir. Pienso en esos momentos que esto que hago es un trabajo. Me pongo entonces el buzo que tantas veces vi ponerse a mi padre en el taller, o los guantes de limpiar que se ponía mi madre y que aún se pone, me sacudo la tontería de encima y me meto en faena igual que si hubiese entrado en una fábrica. Así lo hago ahora. Avanzo como el que arregla un motor, lija una ventana o friega un suelo. No hay, en verdad, grandes diferencias. Me consuelo también pensando que estas ideas de andar por casa, esta vida corriente, esta tristeza de hoy, estas cosas mecánicas y repetitivas que salen de mi mente y que dejo caer por aquí, acompañarán a muchos porque es posible que la mayor parte de las vidas se parezcan, en su vulgaridad, algo a la mía. A todos os digo: la vida más vulgar es un milagro.
Cuando me detengo a pensar en lo que nos está pasando me sigue invadiendo cierta sensación de irrealidad. Si pienso en la vida antes del coronavirus la siento lejana, a más de un mes y medio de distancia, como si estos cuarenta días hubiesen sido cuatrocientos. Sigo leyendo cada día un rato las noticias, por ver si me inspiro al asomarme a lo que está ocurriendo. Si me atasco, paso las páginas de los periódicos como el que recolecta, buscando una anécdota que me pueda servir para cerrar el artículo. Leo que un helicóptero de la policía aterrizó en Castro Urdiales para dar el alto a una mujer que paseaba a su perro. Imagino a los agentes descendiendo desde las alturas como si fuesen ángeles. Ojalá me sancionasen así alguna vez, bajando desde el cielo para decirme que he pecado. Merecería la pena solo por saber que el cielo existe.
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