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Con un posicionamiento singular desde la experimentación creativa, siete autores cántabros se reparten por las salas del Centro Nacional de Fotografía José Manuel Rotella de Torrelavega con sus perspectivas pictóricas y fotográficas.
Luis Medina, Javier Valero, Guido Velasco, José Antonio Gallego, Peta Rodríguez, Jesús de Castro y Alejandro González Osés exponen sus trabajos en 'Nuevos&Raros5'. Algunos recientes, terminados esta misma semana. Otros fruto de dinámicas artísticas que se prolongan desde hace décadas. Todos conversando a través de sus disciplinas, en la capital del Besaya, ofreciendo al espectador una lectura poliédrica del arte contemporáneo de factura local.
Abstracción, geometría, surrealismo, fotografía, arquitectura. Proyecciones de miradas atentas a la realidad, cuajadas de crítica social, o bien hacia el interior, limitadas por el tiempo y espacio de cada obra.
Jesús Alberto Pérez Castaños es el comisario de la quinta entrega de la exposición, que supone una apuesta decidida por abrir los espacios periféricos a los creadores de la comunidad. Una propuesta que ha encontrado cómoda acogida en el Ayuntamiento de Torrelavega y su concejalía de Cultura.
La muestra colectiva se podrá visitar hasta el próximo dos de marzo, de martes a sábados en horario de tarde (16.30 a 20.30 horas) y domingos y festivos por la mañana (10.00 a 14.00 horas).
Tierra. Múltiples tierras. Trazadas con líneas. Superponiendo sustratos. Marcada por límites. «La idea era buscar dentro del paisaje algo que no fuera paisajístico, que las fotos se pudieran ver como manchas de color abstractas». Dejarse llevar. «Los fotógrafos recortamos una parte de la realidad y obligamos al que mira a verlo de una manera y este es un poco ese ejercicio». Asomarse a una ventana concreta, «dejando abierta la interpretación». Una ventana abierta a Francia, Italia, «mucha Tierra de campos», con imágenes que se remontan a más de una década atrás. Con pocos elementos humanos, buscando el minimalismo. Campo que «incluso siendo industrial, ofrece belleza y poesía».
«Yo no me considero artista», defiende Gallego, para quien plantear esta propuesta colectiva es bueno para el espectador «que conoce gente quizá nueva y visualmente es una fiesta para los sentidos; no te aburres nunca». En una época de móviles «con imágenes que no duran, visitar una exposición así te obliga a reposar la mirada, aunque no lo entiendas. Ese es el diálogo que plantea el artista». Como emisor del mensaje «quisieras que todo el mundo sintiera lo que tú al ver la fotografía», una disciplina «que se tiene que explicar por sí misma».
Acumulando texturas de arena, las pinturas explotan. Golpes de ola. Parches de chapapote. «A mí me encanta el mar», dice. Y el suyo es un mar bravo. «No hay una intención ni preparación previa», explica Velasco. Hasta que la obra muestra su cara final «estás inquieto y de pronto brota y la ejecución es rápida porque tiene que serlo». Debe ser «ágil, fuerte, con carácter». Composiciones matéricas que trascienden como su mirada, y son fruto del momento que habita y al que llega con experiencia y dudas, pues «no sé si pinto bien o pinto mal», bromea. Exponer en conjunto «enriquece». «Los artistas tenemos un ego muy alto y eso nos sirve para crear un nexo de unión con los demás y aprender de su forma de trabajar y expresarse». Es una propuesta «muy interesante».
La lectura que haga el espectador, no le preocupa. «Siempre te gusta que te regalen la oreja por ese ego que mencionaba», pero no lo necesita, reconoce. «Yo tengo que hacer lo que tengo que hacer y si gusta fenomenal, si no, es lo que hay», afirma.
Tras el estallido pictórico de sus marinas «hay mucho trabajo hasta que resuelves». Por ello, «lo primero que hay que hacer es aprender a parar, en el arte y en la vida».
«Todos los elementos son de mi propio archivo», explica De Castro, quien del título que da nombre a la muestra se queda con el 'Raro'. Propone piezas visuales que construyen imaginarios, con la aspiración de sugerir algo a quien los mira. Frente al Centro Niemeyer, pasea desnuda una pareja que nunca estuvo ahí. De Praga se trajo una escultura a la que dio la vuelta cambiando de raíz su sólido significado. En su selección de collages fotográficos se suman años –más de dieciséis y lugares diversos, transformando la realidad. «Hay un guiño al surrealismo», trabajado con herramientas digitales, haciendo las veces de tijera y cola de su fantasía que parte de «lo verosímil». En la selección para el CNFoto, todo en blanco y negro, pero también juega con las gamas cromáticas. «Me gusta probar de todo», explica.
En ocasiones, toma imágenes sabiendo que se transformarán en otra cosa. En otras, surgen más tarde al fijarse en los detalles. «Es dejarse llevar por el subconsciente, al que no le hacemos caso muchas veces, a pesar de su importancia, darle valor y atender a la intuición de que puede haber algo ahí».
La meta es que el observador entre en el momento figurado y salga con la mochila que guste.
El universo de Javier Valero está repleto de personajes. Ningún elemento es casual y obliga al espectador a detenerse y pensar en su significado. Una obra que combina el surrealismo pictórico con los micro relatos que explican cada creación «para enfocar sutilmente al espectador», dejando que finalmente «construya su propia historia». Pequeñas miguitas «para que a la gente le haga clic». En el CNFoto se pueden ver tres de sus series. Desde las modas gastronómicas al comportamiento de masa imitadora de los individuos. Crítica social aderezada con colores vivos y espíritus animales cargados de simbolismo. Fan del humor absurdo, con esa atención ha visto «bastantes comportamientos humanos animales», afirma. «Nos parecemos a ellos, porque somos animales al fin y al cabo». Una lectura atenta a la actualidad y un trabajo que se remonta a 2007, con la mirada despierta. Cuando empezó a pintar, el tipo de relato estaba ya en su mente, «muy impregnados» y van tomando forma según «me han ido pasando cosas».
En algunas de sus obras, hay pistas «que se convierten en puntos suspensivos» de lo que vendrá por delante», dice cubierto por su gorra con la palabra 'extinct'. Otro guiño.
Como un creador renacentista, González Osés elabora sus propios pigmentos, con los que después ilumina los lienzos. «Estoy en contacto permanente con la materia, físicamente incluso, para plasmar esa experiencia». Considera que en el proceso de crear «es importante tener esa emoción, prepararlo todo tú». Un trabajo casi de artesano. Rescata retales de madera, va superponiendo formas. «Maquinando poco a poco y haciéndome preguntas».
Grandes formatos. Colores vibrantes. Potencia con espacios «donde no hay nada» o muestran «cómo se ha ido moviendo la herramienta». Manchas de dedos. «Al final estoy yo aquí metido, como un mosquito atrapado en una red».
Las piezas seleccionadas tienen relación entre sí a través de las formas. «La pintura que hago tiene que ver con la arquitectura», explica. Está en un cierre de etapa que evoluciona hacia planteamientos más abiertos y el aprendizaje de «contenerme un poco más». Una bisagra entre dos momentos.
Cada persona tiene «su propia forma de relacionarse con el arte y aquí se le invita a que piense y sienta desde diferentes puntos de vista». No rechaza «explicar con palabras» su trabajo, «aunque a veces se quedan cortas».
Pintura y grabado. Un proceso en el que «la interpretación no me preocupa para nada», dice Rodríguez. La unidad del relato parte, a su juicio, de ser un único creador. «Nunca sé como va a terminar una obra», afirma. Un proceso muy largo «complicado y estimulante», que «requiere mucho tiempo de observación». Una mirada sobre la obra. Nada hacia al exterior. «El espacio tiempo de la pintura». La parte más difícil es saber cuándo parar, que suele ser la fecha de la entrega. «Para mí sería si no casi imposible; es un juego que no tiene fin, porque cada paso que das condiciona el siguiente y cambia los anteriores».
Expone una mezcla de varias obras, grabados en papel que tienen quince años o una pieza terminada esta misma semana. Composiciones a modo de puzzle que van sumando piezas sobre madera. «Totalmente procesual; es casi imposible que empiece queriendo hacer algo y termine siendo eso». Se va descubriendo a sí mismo en el camino. Y se lo pasa bien. «Más libre que en ese momento, no encuentro muchas analogías: tú decides y gestionas y lo plasmas en el cuadro». No cree que haga falta un hilo conductor. «Si pintas honestamente, el hilo está ahí y se genera de forma consecuente».
Luis Medina empezó con abstracto, pasó a la geometría y terminó en la abstracción geométrica. Le gusta, en cualquier caso, la imperfe+cción. Lo que hoy no cuadra, mañana, en una nueva serie, encaja y supone «trabajar de una forma más libre», frente a la rectitud natural de las líneas que definen su universo. Alejado del purismo. «Me gusta evolucionar y moverme constantemente». Con el tiempo ha aprendido a saber cuándo parar. «Tienes que seguir hasta donde crees que puedes dejarlo, cuando te representa el resultado». Trabaja mucho con bocetos, hasta veinte variantes de una misma obra, con herramientas digitales que pasan a técnica mixta, frente al acrílico «que no tiene apenas textura».
Empieza manchando, sumando capas, que van heredando conceptos y cambian el resultado, «construyendo de abajo hacia arriba».
«La geometría en Cantabria no gusta», indica. Trabaja con galerías especializadas de Madrid o Barcelona y también en Alemania o Reino Unido. En la propuesta del Centro Nacional de Fotografía «el espectador puede encontrar siete variantes del arte». En su caso, prefiere no explicar la obra para entenderla; «El arte te tiene que llamar de mano, decirte algo, esa es su misión».
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Rocío Mendoza | Madrid, Álex Sánchez y Sara I. Belled
Jesús Lastra | Santander
Laura Masegosa | Santander
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