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En un mundo en el que los jóvenes parecen poder tener cualquier cosa menos dudas, en una sociedad en la que las certezas caducan a ... velocidades de vértigo, hay voces amables que tratan de rescatarles de la ineludible frustración a que les condena este presente líquido, impreciso, ambiguo, en el que el ego descarta por defecto cualquier interpretación incómoda que apunte en otra dirección. Una de ellas es la del filósofo Diego S. Garrocho, ganador del II Premio de Periodismo David Gistau, impulsado por Vocento y Unidad Editorial. Garrocho, que es vicedecano de Investigación, Transferencia del Conocimiento y Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, participa hoy a las 19.30 horas en el ciclo 'Pandemia Filosófica', organizado por la empresa cultural Panacea y financiado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Santander, que se desarrolla en el Centro Cívico Tabacalera. El pensador abordará la relación entre la verdad y la posverdad, en un ciclo que finalizará mañana con la participación del profesor de Filosofía y escritor Eduardo Infante con la charla titulada 'Cómo ser un cínico de los buenos'.
«La posverdad no es exactamente una forma de mentira, sino una reinterpretación peligrosa de lo que es verdad y lo que es mentira», explica Garrocho, para quien «hoy en día se ha exacerbado la confianza en que aquello que sentimos o creemos que es verdadero debe ser necesariamente verdadero». En el centro de su discurso se encuentra el difuso concepto de verdad, una realidad cambiante y escurridiza que define como «una forma de adecuación: entre lo que se piensa y lo que realmente existe, y entre lo que se dice y lo que se piensa». En ese sentido, el filósofo destaca que el hecho de que «cualquiera pueda defender su opinión no es una mala noticia para la defensa de la verdad, sino todo lo contrario: el espacio de deliberación pública, si es ordenado y queda protegido de intoxicaciones sistemáticas, es un lugar propicio para poder decantar de forma colegiada la verdad».
El escritor también abordará fenómenos de gran trascendencia como la desinformación y la existencia y difusión de noticias falsas: «Esas realidades surgen porque funcionan y porque son rentables. Su propósito no es otro que ejercer una forma de dominio. La propaganda, como expone Lee McIntyre, no busca engañar, busca dominar», afirma el filósofo, quien alerta de que «existen estrategias calculadísimas para impactar sobre la opinión pública con el propósito de desestabilizar comunidades, intoxicar debates, modificar agendas políticas...».
A la hora de analizar estos fenómenos y el papel de los propios ciudadanos, Garrocho aboga porque «en algún momento la legislación tendrá que hacer frente a nuevos riesgos que no estaban previstos en nuestro ordenamiento jurídico». A su juicio, «la última responsabilidad moral, pero también penal, atañe a quien de forma planificada e interesada es capaz de intoxicar el ámbito informacional en el que nos movemos».
Las fuentes y flujos de información son, desde esa perspectiva, elementos a tener muy en cuenta: «No estoy tan seguro de que la mayoría de la población tenga acceso a información de calidad». En ese sentido, apunta que «si comprobamos el porcentaje de personas que tienen una suscripción de pago a alguna cabecera de prestigio nos sorprenderíamos. Son muchas las personas que se informan a través de redes sociales, fuentes espurias...». Desde esa perspectiva, Garrocho defiende que el volumen de la información puede ser el peor enemigo de la calidad informativa. Cada vez tenemos más datos pero accedemos a ellos de forma desordenada, existen datos que son decididamente falsos...». Por ello, en su opinión «se hace imperativo recuperar la autoridad epistémica de las grandes cabeceras».
«Si no existen hechos y todo son interpretaciones, no podemos distinguir entre una noticia verdadera y una falsa», resalta Garrocho, para quien «sin un canon que nos permita distinguir entre verdad y mentira no tendremos ningún antídoto frente a los hechos alternativos». Así, el docente apunta a la necesidad de «darnos una definición 'practicable' de la verdad, es decir, una definición que no sea absoluta o inmune a la crítica pero que sí nos permita distinguir qué puede ser considerado como cierto». En ese camino, la responsabilidad personal juega un papel decisivo, explica: «Somos veraces si decimos lo que verdaderamente pensamos, y eso no es tan sencillo». Desde esa perspectiva, defiende con vehemencia la «autoridad y jerarquía epistémica», dado que «no vale lo mismo el testimonio de un virólogo que el de una actriz sobre el covid». En el fondo del análisis de Garrocho brilla un poso de esperanza: «Quiero pensar que, de algún modo, esa sed de verdad, ese apetito por conocer, del que hablaba Aristóteles al comienzo de su 'Metafísica', se mantiene inalterado en el ser humano».
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