Lo mío, me digo, serán las distancias cortas. Es posible que no valga para más
Cuaderno de excepción, día 53 ·
Secciones
Servicios
Destacamos
Cuaderno de excepción, día 53 ·
Me siento a escribir cada día unas líneas en este cuaderno al que me he encadenado. Nunca sé, cuando me pongo a hacerlo, qué acabaré escribiendo. La escritura diaria es para mí un vagabundeo mental, algo parecido a un paseo de la mano del ... lenguaje.
Desconozco a qué lugar voy y, cuando llego, tengo que echar la vista atrás para ver el camino que he recorrido. Como mucho, desando un poco alguna vez lo que ya he andado para limpiar algo los senderos: quito un poco de maleza, reparo algún bache. Cosas así. Poco más.
El texto se aparece ante mí y así lo dejo. No va de la mente al papel sino del papel a la mente. Es la escritura la que hace el pensamiento. Los poemas me nacen de esta forma también. Cuando escribo, no lo sé hacer de otra manera. Esto, inevitablemente, me lleva a cierto desorden, a mezclar cosas porque así, como el bombo de una lavadora donde todo anda revuelto, me funciona a mí la mente. Escribir sin un plan, sin un trazado previamente dibujado, sin saber lo que voy a decir antes de decirlo, tiene otra consecuencia: no puedo ir demasiado lejos cuando escribo, porque me acabo perdiendo. Sin hilo de Ariadna es muy fácil acabar dando vueltas sin sentido en el interior del laberinto. No sé defenderme en las medias distancias, ni en las largas. Cada vez que lo he intentado, he acabado enredado. Creo que en la vida me ha pasado siempre igual. Lo mío, me digo, serán las distancias cortas. Es posible que no valga para más. La vida es corta, me consuelo, y yo ya he gastado la mitad. Espero hacer las cosas bien el tiempo que me queda. Porque al final, como dice Caballero Bonald, somos justo eso: el tiempo que nos queda. Y cada vez es menos. No lo quiero olvidar. Anoche escribí otro poema. Lo hice al filo de la media noche. No tenía pensado escribir nada, había apagado ya las luces de la casa y, cuando me quise dar cuenta, estaba sentado en la mesa del despacho escribiéndolo. A veces me parece que los poemas están atentos a mis inquietudes y vienen a mí cuando los necesito. No sé si me curan o me salvan, pero me hacen bien. Es el segundo poema escrito durante estos casi dos meses de confinamiento.
Dos poemas en cincuenta y tres días. No es un mal ritmo, a este paso en cuatro años tendré material para intentar armar un libro. O algo que se le parezca. Aunque cada vez me importa menos. No nada, pero sí menos. El poema de ayer, un cúmulo de garabatos y tachones, descansa sobre la mesa. Lo miro. No me atrevo a leerlo. No sé si acabará sirviendo para algo o para alguien pero el trabajo está hecho.
Lea la serie completa pinchando aquí.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.