Con voz pausada, Miguel Zugaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, denota en su exposición la pasión por el arte de alguien que ha dedicado décadas a la materia. Su papel como gestor al frente del Museo Nacional del Prado supuso cambios notables ... a nivel arquitectónico, pero también de poner el foco en el publico, al que los centros de arte deben tener presentes en su día a día. Zugaza participa en las II Jornadas Patrimonio y Ciudad cuyas ponencias se han celebrado los dos últimos días en el Casyc, para analizar el futuro del Santander Cultural.
-Dicen que si alguien conoce cómo gestionar una institución cultural es usted.
-Desde luego he dedicado una buena parte de mi vida y prácticamente toda mi vida profesional a ello. Me eduqué como historiador del arte pero terminé muy pronto ejerciendo como gestor cultural, en principio y después muy específicamente, en la gestión de los museos. Algo de experiencia tengo.
Crear masa crítica
« Es una labor de educación que no es solo responsabilidad del museo, sino del conjunto de instituciones»
-Estas jornadas han planteado dos preguntas clave: '¿Museos para quién? ¿Museos cómo?' ¿Dentro del sector hay respuesta clara a estas cuestiones?
-Cuando tratamos de generalizar, terminamos simplificando. Lo interesante de los museos es que son depósitos de materiales culturales diversos. Eso lo hemos visto en estas jornadas, en todos los casos. Vemos que cada museo es un modelo, aunque podemos aprender mucho de las experiencias de cada uno. Pero incluso el modelo de comportamiento que tiene el museo con el público, con ese ¿para quién?, también es muy diverso. Creo que eso es lo que tenemos que poner en valor ante la sociedad. No hay un solo museo, una sola idea, una sola forma de ser, sino que se tiene que adaptar a lo que contiene desde el punto de vista patrimonial y a las posibilidades que ofrece a cada institución, relacionándose con la comunidad que tiene capacidad de acceso a ese patrimonio.
-Ha hecho un viaje de ida y vuelta al Museo de Bellas Artes de Bilbao, del que es director. ¿Cómo ha sido esa especie de regreso a casa?
-Es un museo que adoro. He tenido la posibilidad de hablar en Santander de este museo tan singular y tan ligado a la historia de Bilbao y de la sociedad bilbaína. Se crea gracias a ese acuerdo saludable entre el ámbito privado y el público y es muy abierto desde el punto de vista del arte; le interesan todas sus formas sin distinción de etapas o de procedencias culturales. Eso es bastante excepcional en el ámbito español. Tendemos siempre a especializar los museos de arte entre antiguos, modernos, contemporáneos o haciendo incluso museos disciplinares de pintura o escultura. Lo interesante de este es que es abierto en cronología y en contenidos. Desde su origen, ya centenario, exige a las instituciones públicas el enriquecimiento constante del mismo. Antes de la Guerra Civil, Bilbao crea tres museos independientes entre sí; un Museo de Bellas Artes de corte más antiguo, un Museo de Arte Moderno y un Museo de Reproducciones Artísticas. Eso en una ciudad relativamente pequeña, aunque muy boyante económicamente, al arranque del siglo, es bastante excepcional. Justifica que cuando llegó la posibilidad de abrir una sede del Guggenheim fuera una apuesta bastante reconocible dentro de la tendencia de la ciudad.
-Pone el ejemplo de Bilbao. Hablamos en este caso de Santander, una ciudad más pequeña que tiene por delante la eclosión, simultánea en fechas previstas, de distintos proyectos culturales. ¿Cómo se ve desde fuera?
-Es muy ilusionante. Todos los que hemos venido a las jornadas lo hemos hecho atraídos por conocer y participar de alguna manera en esa floración de nuevos museos y de instituciones dedicadas al arte. La verdad es que es una apuesta muy relevante para Santander. Ya hay como muestra el botón del impacto de la creación del Centro Botín como primer avance de lo que puede significar ese distrito de arte que se va a generar con la Fundación del Banco Santander o el Archivo Lafuente. Puede ser muy importante para Santander, pero también hay que destacar que será muy importante para toda la Región Atlántica. Desde Burdeos hasta Oviedo se está generando un gran polo de instituciones dedicadas al arte que lo que van a hacer es complementar y ayudar a las distintas ciudades donde se produce su actividad.
Futuro
«En los proyectos que se plantean para Santander la calidad está garantizada»
-Una de las preguntas que surge ante esta proliferación es si habrá suficiente masa crítica. ¿Cómo se trabaja desde los museos para crear ese sector?
-Eso se hace con el tiempo. Es una labor de educación que no es solo responsabilidad del museo sino del conjunto de instituciones que se dedican a la educación. Recuerdo cuando se habló de la llegada del Guggenheim a Bilbao, el plan de viabilidad preveía una asistencia en torno a 300.000 visitantes que era ya un éxito. Desde el primer año, y salvo los de la pandemia, no ha dejado de recibir a un millón de personas. Es muy importante propiciar los lugares de representación del arte y la cultura con un gran rigor, con una calidad que es lo que hay que cuidar. En los proyectos que se plantean para Santander esa calidad está garantizada. Y tratar de acercar la comunidad más próxima, de la ciudad, pero también al turismo con apetencia cultural que cada vez es más creciente y se hace más presente en las ciudades.
-Tras la pandemia inauguraron la colección de María Josefa Huarte gracias a la aportación del Museo Universidad de Navarra. ¿Se entenderían los actuales museos sin redes de colaboración entre sí?
-Es fundamental. Un museo no puede funcionar sin una colaboración con otros y hay que propiciarla. El hecho de que en este arco atlántico vayan surgiendo tantas oportunidades, tantas instituciones con perfiles diferentes, genera un mapa de relaciones inédito y extraordinariamente rico que hay que saber aprovechar, con proyectos concretos que se tienen que ir decantando. Nosotros ya tenemos una entrada en colaboración entre Chillida Leku, el Bellas Artes de Bilbao y el Centro Botín, que no está nada mal.
-Durante sus años en el Prado acometió grandes cambios estructurales pero también cosas tan simples como cambiar los horarios o poner rampas. ¿Facilitar que la sociedad se sienta parte es también función de los gestores?
-Sí. En el trabajo que hicimos en El Prado fue fundamental hacer al museo consciente de que además de conservar la maravillosa colección, había que cuidar del público que lo visitaba, a los individuos con diferentes necesidades de interpretación, de procedencia, de formación... Ese cambio se operó con la misma fuerza con la que se hizo la propia ampliación y el cambio de la dimensión física del museo. Fue una apuesta muy importante. Otra que se hizo pronto, y que se ha podido ver que fue acertada, fue la transición digital. Cuando ha ocurrido la pandemia y hemos tenido que cerrar, nos dimos cuenta de que el Prado estaba preparado para contar el museo y el valor de sus colecciones a través del ámbito digital, de la web, de las redes sociales. Es un cambio cultural que ha sido muy importante y ejemplo para todos los demás, a los que la pandemia nos pilló menos preparados.
-El curso en el que participa y que organiza la Concejalía de Cultura de Santander tiene el objetivo de redefinir el papel de los museos en la sociedad. ¿Diría que ese es el principal reto que tienen todos ahora mismo?
-El museo ha cambiado muy poco como institución desde que la inventaron los ilustrados en el siglo XVIII y se impulsó en la Revolución Francesa. Lo que cambia, afortunadamente, es la sociedad y nosotros tenemos que ir adaptándonos a esos cambios de la sociedad y sacar provecho a los avances tecnológicos, que son una posibilidad fantástica para llegar a públicos que nunca van a tener la oportunidad de acercarse a nuestras instituciones y visitarlas. Ese es el camino. El museo tiene que ser sensible a esos cambios sociales, sin olvidar la misión educativa, de investigación, de conservación, apoyar a la sociedad en sus aspiraciones más contemporáneas.
-Cuando va a un museo, ¿sigue teniendo curiosidad como espectador o la deformación profesional le hace mirarlo todo como gestor?
-Soy disfrutón. Es cierto que no dejas de mirar cómo están hechas las cosas y que enseguida desnudas un poco cada museo y tratas de aprender las formas de hacer, pero también tengo la posibilidad de liberar mi sensibilidad y disfrutar como cualquier ciudadano. Esto, por ejemplo, en El Prado ya lo he conseguido. Pensaba que me iba a costar más ir sin preocuparme por las cosas que le pasan, pero después de la pandemia volví y lo disfruté en total libertad.
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