Alfonso J. Ussía
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Alfonso J. Ussía
Siete de cada diez menores de edad no saben quién es Miguel Ángel Blanco. Ante ese dato aparecido en una encuesta, Alfonso J. Ussía reaccionó escribiendo. Un libro, 'Borroka.Años de plomo y sangre' (Planeta, 2024), que es el relato de una sociedad azotada por ... el terrorismo «más salvaje» y también parte de su propia historia familiar. Hoy hablará de ello en el Ateneo, dentro del Aula de Cultura de El Diario Montañés (19.30 horas).
–¿Por qué hace este viaje al pasado para contar esta parte de la historia?
–Es un relato que necesitamos como sociedad, como memoria reciente. Había ciertos apuntes políticos que estaban intentando que el relato quedara de otra manera. Era casi una obligación moral meterse en esto que es de antes de ayer, pero está quedando como un relato de dos bandos, cuando eso es completamente erróneo.
–Usted forma parte de una generación que ha crecido con esa referencia que ahora revisa.
–Sí, un poco por necesidad. A nivel político y social se tiene el concepto de que ETA era una banda terrorista, casi que luchaba contra Franco. Más que una gente que ponía bombas y mataba por la espalda, era como un grupo revolucionario que mataba por sus ideales sociohistóricos y eso es mentira.
–¿Cuál es el punto de partida?
–Me meto en la historia a partir del año 89, porque hay dos cosas muy marcadas: ya no existe el GAL, todos los errores catastróficos heredados del franquismo dejan de operar. Y, por otra parte, hablamos deque hay una democracia asentada y cuando todo el mundo va ganando en derechos y libertades, ETA se vuelve más salvaje que nunca. Inician su estrategia de socializar el dolor, que después ponen en marcha desde la caída de ETA en Bidart, con casos como el asesinato de Gregorio Ordóñez, del que se ha cumplido 30 años, el de Miguel Ángel Blanco, el secuestro de Ortega Lara, o la casa cuartel de Vic, donde los terroristas vieron a niños jugando en el patio. No es que fuera un error; lo vieron y dejaron caer un coche bomba reventando niños. Me parecía que nos estaban contando la historia de otra manera y era un trabajo necesario.
–¿Socializar el dolor pero también llevarlo hacia la irracionalidad, hacia el vale todo?
–Completamente. Hay varias causas. La ETA fundacional del año 58, casi un manifiesto cultural y de identidad vasca, hace su primer atentado diez años después y con Franco hay dos muertes. Después, en democracia, hay 800. Hay que poner las cosas en perspectiva. El revisionismo, la Ley de Memoria Histórica, me parece el mayor insulto a la memoria de las víctimas y de las personas que lo hemos vivido. Es ridículo. Ahora que se habla tanto de la cancelación, son chorradas si lo comparamos con lo que era defender la democracia en el año 90 o 2000.
–«Quién sabe cómo va eso de morir o que te maten», escribe. Más de 800 personas en este país. ¿Una muestra ese salvajismo que menciona?
–Es algo que se tendría que estudiar en los colegios. Por supuesto que todo lo anterior incluye capítulos muy oscuros. El franquismo fue nefasto; una dictadura nadie te la puede defender. Y la Guerra Civil un horror, pero la parte que nos ha tocado vivir es esta y se está contando mal.
–¿Hemos aprendido a hablar de ello sin que haya conflicto?
–Para nada. Todavía se utiliza el concepto de los dos bandos y no hay dos bandos; hay quien apuesta por la vida y quien apuesta por la muerte. Es parte del funcionamiento de la democracia que un partido como Bildu esté en las instituciones si la gente lo vota, pero lo que no tiene sentido es que en ese partido haya gente con delitos de sangre. Sería como no exigir a un político que no tenga una sentencia por malos tratos.
–Respecto a los bandos, refleja la vida cotidiana de todas las partes; el terrorista, el secuestrado, la guardia civil… ¿Por qué lo ha plasmado de ese modo?
–Creo que hay que intentar, no ponerse en la piel del otro, pero sí entender las circunstancias sociales de cada persona. Si naces en un pueblo como Rentería en 1965, te hablan desde pequeño en euskera, tu cuadrilla se mueve con unas ideas políticas, es lógico que ese caldo crezca en ti. Lo que no es lógico es que empuñes una pistola y quites una vida, igual que no atracas un banco o robas a una señora mayor. Hay unos mínimos y luego todo lo demás.
–Esta es la primera de cuatro entregas. ¿Hasta dónde va a llevar el relato?
-Todo lo crítico sucede desde 1989 hasta la muerte de Miguel Ángel Blanco en 1997. Esos son los años en los que la propia sociedad vasca se repugna a sí misma y se dan cuenta, no de lo que han permitido, pero sí de lo que han callado o simpatizado muchas veces. Era muy cómodo para muchos tener a ETA funcionando, en todos los sentidos. Sí que hay un cambio en el que el propio pueblo dice hasta aquí, que empieza porque se ven como objetivo y esa ETA salvaje ataca a políticos del PNV. El propio Anasagasti llevó escolta trece años. Al final, con asesinos no se puede negociar nada. Todos eran vulnerables. La sociedad despertó. Por otro lado, la Guardia Civil se va modernizando y ETA estaba cada vez más descabezada. No es que las negociaciones les convenciera, sino que los últimos años, caía la cúpula hasta tres veces. Ya no podían operar. No tenían apoyos, enlaces, financiación, todas las cosas que les mantuvieron tantos años.
-Aparecen nombres de esa cúpula que han permanecido en la memoria colectiva. ¿Eso es parte de lo que les sitúa, según usted, como ganadores del relato?
-Sí, además hay un inmovilismo claro. El año pasado se realizaron 423 homenajes a etarras. Un chaval de 16 años en Hernani ve mucho más eso que lo demás. Y es muy importante el censo electoral, que ha cambiado por el terrorismo. Más de 400.000 personas se fueron porque les mataban, habían matado a otros o estaban amenazados. Y esa gente ya no vota en su tierra. Si lo sumas todo, demuestra que el relato está muy presente en el día a día. Hay más dinero y financiación pública para estas cosas. Estamos intentando poner nuestro granito de arena, pero la sociedad lo tiene muy arrinconado todavía. La memoria es clave para no cometer el mismo error.
-Se ha parado a pensar qué hubiera ocurrido si en lugar de en esos años 80, se hubiera dado veinte año después?
–De todo. Aunque a medida que los malos tienen grande herramientas a su alcance, también los buenos y eso se habría neutralizado bastante, pero habría sido terrorífico. En el año 80, mataron seis niños en la casa cuartel y eran féretros blancos porque Pakito, el jefe de Artapalo y Josu Ternera dijeron que como el Estado no les hacía caso había que llamar su atención. Una estrategia marcada, porque son unos auténticos hijos de puta. E igual de hijo de puta es quien busca rédito político utilizándolos.
-¿Cuando el terrorismo se ve en otras culturas se define como fanatismo, mientras que aquí es lucha ideológica?
Claro. Y todo forma parte de una estrategia de enfrentar a la gente. Puedes estar de acuerdo o no con unas ideas políticas, pero hay unos mínimos que no se pueden sobrepasar y este es uno.
–En su anterior libro, mencionó el miedo como acicate para escribir. ¿Dónde queda el miedo cuando se escribe sobre el miedo?
–Casi es como un modo de vida. Está en todas partes. El tema del terrorismo lo he tenido muy cerca siempre. Mi padre estuvo amenazado y llevó escolta durante décadas. El comando Santander tenía perfectamente fotografiada nuestra casa de Ruiloba, con nuestros horarios, era un objetivo prioritario. Ese miedo ha estado ahí desde pequeño. De pronto, ponerte a escribir de ello es casi hacer un libro biográfico, pero supone un gran ingrediente que te lleva a sitios que como mero escritor de ficción no conocerías. Es una ayuda extra que te sale de dentro. Suena mal decirlo, pero es casi una suerte.
–¿Y en qué momento uno se quita esa capa de miedo a la que se ha acostumbrado?
–Cuando se disolvió ETA. Hasta ese momento la duda estaba en todo. Cuando desaparece, tienes la certeza de que no te van a pegar un tiro, pero ves que queda un bando que sigue creyendo en ello.
–En su libro anterior, 'El puente de los suicidas', estaba el Bar Esperanza y en este hay unos cuantos donde ocurren cosas clave. Está claro que son un espacio referencial para usted.
–Creo que los bares son las catedrales de hoy en día, donde todo el mundo se reúne. Por muy pequeño que sea el pueblo o muy grande la ciudad, tienes un bar donde ves a la gente que son tu paisaje y es el lugar donde te enteras de todo. Todo el mundo es igual ante la barra del bar. Recogen el costumbrismo de cada época y cada lugar. Siempre habrá un bar en mi literatura.
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