Santiago Beruete
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Santiago Beruete
En los próximos meses se publicará la quinta entrega de las obras filosófico literarias en las que Santiago Beruete (Pamplona, 1961) mezcla géneros «fruto de la polinización cruzada»; jardinería, literatura, arte, espiritualidad… Obras mestizas emparentadas en torno a la idea del jardín como metáfora de la buena vida, de una mente ordenada, visto desde diferentes ópticas. Sobre esta misma idea disertó ayer en Gil, dentro del proyecto 'Habitar el paisaje', incluido en la línea de programas Cultura Emprende financiados por la Fundación Santander Creativa
–La premisa de su charla aborda el cambio que necesitamos. ¿Cuál es ese cambio necesario?
–Un cambio a muchos niveles. Ético, social, político… Intento visualizar, a través de los jardines, una forma de relacionarnos con la naturaleza, de habitar el planeta, que sea diferente a la que estamos acostumbrados; más depredadora, más consumista. Acercarnos a la naturaleza desde el punto de vista del cuidado y la belleza.
–Son varios frentes. ¿Cuál es el más sencillo, si lo hay?
–No creo que haya ningún cambio sencillo, pero una de las ideas que late aquí es que nosotros debemos encarnar el cambio que queremos ver en el mundo. Persuadir. Muchos ecólogos, activistas, están perplejos ante las abrumadoras evidencias del cambio climático que estamos sufriendo, que no representan lo suficiente para cambiar nuestras conciencias. No son las arengas políticas lo que hace cambiar las mentalidades, sino las historias conmovedoras. Necesitamos un relato convincente para cambiar la mirada sobre la tierra. Hacer los sacrificios inevitables para la transición necesaria de la cultura de los hidrocarburos a otra de inteligencia ecológica.
–En esa mirada, ¿hay pausa hoy en día para que la ciudadanía se fije en la naturaleza que le rodea o que le falta?
–Creo que es una de las cosas más importantes. Los jardines son un gran maestro de paciencia, sosiego, calma. La idea de un refugio donde vivir a un ritmo más humano. Defiendo la idea de que los espacios naturales nos permiten visualizar un futuro diferente al que parecemos condenados. Son una buena escuela de valores éticos que deben presidir el cambio.
–Se refiere a los jardineros como héroes.
–Sí, son una manera de estar en el mundo. El tema de los jardines es el cuidado y la belleza y a esto se consagran los jardineros. Encarnan, en estos cínicos tiempos, la esperanza, aunando naturaleza y arte, que es una promesa de felicidad.
–Antropólogo, filósofo y docente, ha cubierto todas las perspectivas con su formación.
–Sí, sin duda, aunque lo primero fue el jardín. Me crié a las faldas de mi abuela que era una mujer con mano verde, que se suele decir, amaba los jardines, cultivaba rosas y tenía su huerto. Después me doctoré en filosofía y me hice antropólogo, pero todo ese recorrido ha servido para unir todas las vocaciones en una sola: la de jardinósofo.
–Lo de meterse en un jardín es para usted entonces algo positivo.
–¡Intento no salir de él nunca! Es mi proyecto de vida; ajardinar el mundo. El jardinero es una manera de ser, quizá la más noble. No olvidemos que es el primer oficio de la humanidad; en el supuesto Jardín del Edén.
–Y el gran cambio evolutivo se produce cuando empezamos a trabajar la tierra.
–Así es, la revolución agraria supuso el gran salto de la civilización. Olvidamos que el comienzo de la jardinería va asociado al neolítico y la creación de las primeras ciudades estados.
–Con la crisis pandémica hubo un retorno y puesta en valor de los núcleos rurales. ¿Qué queda de esa catarsis?
–Es muy buena pregunta. Con el confinamiento forzoso se dispararon, como certifican los viveros o centro de jardinería, las ventas de bulbos, semillas, plantas… Todo el mundo en su espacio, se dio cuenta de lo importante que era tener un ser vivo verde, un contacto con la naturaleza. Pasada la crisis social, nos ha quedado un eco de la importancia que tiene tener cerca parques, jardines, mantener ese contacto. Prolifera la ecoterapia y otros programas de cuidados verdes. Donde vas hay voluntad de renaturalizar. Es parte de la herencia del covid. En las ciudades donde faltan esas infraestructuras, los seres humanos se vuelven insociables. Hay una relación directa entre el índice de masa forestal y la calidad de nuestra vida. La naturaleza nos enseña a ser humanos.
–También en el mundo del arte hay cada vez más iniciativas en este sentido, caso de 'Habitar el paisaje'.
–Sin duda. Hoy hablaba con Pati Munté, organizadora de este encuentro, sobre cómo el jardín ha llegado a ser un espacio de resistencia y contestación social, una forma de contracultura y de revelarse contra la hegemonía de la eficiencia, el mercantilismo rampante. Un objeto de lucha por los derechos del ciudadano. El sencillo gesto de plantar, rosas o coles, se torna liberador, casi subversivo a causa de su simplicidad, en un mundo asediado por la insatisfacción. Plantar es otra forma de plantarse contra el frenesí consumista y la lucropatía.
–Y cumplir el sueño que representa la frase hecha de tener una casa con jardín.
–Al final, el jardín es históricamente el espacio utópico, bello y feliz por antonomasia, con una genealogía mítica que se remonta al Génesis. Desde el más humilde huerto familiar hasta el más suntuoso parque, todos invocan ese fragmento del paraíso, arquetipo de todos los sueños. Entre las dos sílabas de jardín cabe la inmensidad de los sueños humanos. Independientemente de su tamaño.
–Desde que publicó 'El animal de dos espaldas' hasta la actualidad, ¿ha cambiado más la naturaleza o usted?
–(Ríe) Creo que me he ido ajardinando por dentro mientras iba construyendo estas obras, haciendo una labor de desbrozar mi propio mundo interior, en el sentido literal y metafórico. Me ha cambiado la escritura, haciéndome un jardinero de la palabra, adoptando muchos valores como la paciencia o la humildad.
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