
Julio Ceballos
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Julio Ceballos
Dieciocho aprendizajes apuntalados en una historia milenaria, hilados por el relato de quien conoce bien el escenario, tras dos décadas como ciudadano de China. Así ... plantea el articulista de El Diario Julio Ceballos su segundo libro, 'El calibrador de estrellas' (Ariel), recién publicado, que ya va por su segunda edición y que presenta hoy jueves en el Ateneo, (19.30 horas) dentro del Aula de Cultura de este periódico.
-En la anterior entrega decía que China sorprende. ¿A usted le sigue pasando?
-Sí, lo de China es inagotable, un pozo sin fondo. No sé si el interés del ciudadano español por el país lo es, pero ha venido para quedarse, porque tiene una capacidad de disrupción multifacética enorme. En todos los ámbitos. Empezamos a darnos cuenta de lo mucho que está integrada en nuestro día y de lo mucho de lo que allí sucede nos acaba impactando. Si el primer libro era una observación con ánimo de comprender China en sus propios términos, este tiene un ánimo más pragmático y constructivo.
-¿Cuál es la estrategia que plantea en este volumen?
-No se trata de copiar, sino de inspirarnos en el modelo chino. Recuperar muchas de las buenas prácticas, soluciones y valores que teníamos y que en los últimos 30 años, acomodados en una falsa sensación de bienestar, hemos ido perdiendo.
-Dedica un papel importante en el libro a la apuesta por la educación y la relación con el gobierno, la universidad y la industria como clave.
-En China la educación es mucho más que un derecho; es una exigencia. Una estrategia competitiva. Han identificado que lo que garantiza una prosperidad futura es una población educada, formada. Mucho más pragmáticos, tienen claro que premiar la mediocridad solo genera retraso. Es lo que les pasó frente a Occidente; llevaban siendo potencia mundial 2.500 años y por no estar en condiciones de competir, pasaron de la Champions a Segunda Regional. Eso mismo nos puede suceder; si no estamos en condiciones de competir eficazmente con China, la historia nos va a pasar por delante y no nos va a esperar.
-Esa competitividad puede ser también una carrera muy cruel
-Sí, lo es. Y en ese aspecto no hacen demasiadas concesiones. No esperan a los rezagados. Compiten desde que nacen y en eso pongo foco a lo largo del libro. No idealizo ese sistema porque no me parece algo a lo que aspirar, pero manteniendo nuestros valores, creo que también es erróneo que la manada vaya a la velocidad del más lento. Hay que volver a privilegiar el talento, premiar la capacidad, la brillantez, el esfuerzo. Dignificar a aquellos en cuyas manos está el futuro de las nuevas tecnologías. Los chinos tienen claro que de los maestros depende la futura prosperidad del país y les dan unas condiciones muy buenas. Ser maestro en China es un honor. La educación es la mejor arma competitiva de una nación y los chinos lo tienen claro.
-Afirma que nadie conoce mejor sus fallos que quienes dirigen ese modelo. ¿Cuál es su principal miedo?
-El principal miedo de los líderes chinos es no ser capaces de seguir generando crecimiento. En términos muy prácticos; económico, bienestar material, crecer como mínimo a un 4,5% es una cuestión casi existencial, porque por cada punto porcentual que no crece el PIB se generan 17 millones de parados y eso es un problema para la estabilidad de su sistema, que es sostenible mientras sigan generando riquezas. El segundo problema es distribuir esa riqueza. Después entra la sostenibilidad medio ambiental, el envejecimiento poblacional, pero su obsesión es garantizar la riqueza y saben que tienen que evolucionar el modelo.
-¿A qué responde esa obsesión?
-Porque lo que ha generado los últimos 40 años de bonanza y prosperidad, un modelo basado en la producción barata de productos de poco valor añadido con mucha mano de obra también barata, ya no tiene mucho más recorrido. Toda su apuesta pasa por la innovación como creación de valor y convertir el modelo en intensivo tecnológicamente. De ahí que la obsesión sea: educación, innovación y tecnología. Las tres palancas en la que están poniendo toda la carne en el asador.
-Si existen tantas formas de ordenar el mundo como de leer el firmamento. A estas alturas, ¿cuanto tiene la suya de influencia china?
-Mi visión del mundo está muy achinada. A veces para bien, otras no tanto. Es una ventaja competitiva porque hay poca gente en occidente que piense en términos chinos. Hacerlo consiste en mirar el mundo de una forma parecida a la de los asiáticos, y teniendo en cuenta que ellos son la mayoría de los habitantes de este planeta, 55 de cada 100, y que es hacia Asia donde se está desplazando el poder geopolítico, es una ventaja entender cómo piensan. A eso me dedico, a ayudar a otros a entender y negociar con ellos.
-Pocas veces alguien ha dedicado tantas páginas -siete- a los agradecimientos en un libro.
-(Ríe) Aquí está todo el mundo, me dijo mi padre. Es de bien nacidos ser agradecidos y yo nunca pensé que mi sueño de escribir un libro, publicarlo y que funcione, se iba a materializar. Soy muy consciente de que para ello hay mucho esfuerzo detrás, pero también es gracias al apoyo, el ánimo, el consejo y la difusión de un montón de gente.
-¿Qué conclusión le gustaría que sacase el lector?
-Que el miedo al ascenso de China, pese a la ansiedad que nos provoca, no debería paralizarnos sino empujarnos a mejorar y tomar medidas ágilmente para garantizar nuestra fortaleza, calidad de vida y bienestar futuro. Quedarnos paralizados nos relega a una posición de espectadores y a la irrelevancia. Merece la pena un debate, una reflexión que azuce alguna conciencia porque el momento es crítico. Aún no hemos perdido el tren, pero si no actuamos, nuestro futuro será gestionar una lenta agonía.
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