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Su mirada era clara y profunda. Y transmitió lo esencial del epicentro de lo sencillo. Caras y lugares. Fotógrafa, sí. Pero también una creadora comprometida, que se sumerge en la cultura popular, en la naturaleza. Siempre se subraya que la mirada de Mariana Yampolsky «abarcó un país y una historia» que ella hizo propia. Nacida en Chicago, eligió México para ahondar en las raíces y las señas de identidad de un pueblo. La mirada limpia, entre el compromiso social y el compromiso con la cultura, la mirada diáfana y profunda, donde se impone la miscelánea de la belleza, la elegancia y la plasticidad de lo más sencillo que hay en la naturaleza. El Centro de Documentación de la Imagen de Sa'ntander acogerá en el mes de marzo la exposición 'Siluetas de Luz. Mariana Yampolsky', configurada por imágenes propiedad de la galería neoyorquina Throckmorton Fine Art y comisariada por María Millán. En esta cita con el legado de Yampolsky el CDIS publicará en paralelo un nuevo número de la serie 'pequeño formato' con textos de la comisaria y fotografías de la muestra.
La obra visual de Mariana Yampolsky (Chicago, Illinois, EE UU, 1925-Ciudad de México, México, 2002) se caracteriza por una sensibilidad privilegiada, donde «el acontecer cotidiano, las diversiones, las emociones, los dolores y las alegrías de las personas» son fundamentales, de modo especial de quienes viven en el campo. El ojo de Mariana, según se refleja desde la Universidad Iberoamericana, «capta la esencia de las cosas, hace visible, para el público, lo oculto a simple vista, mediante hallazgos y reminiscencias». Hay sobre todo un México que Mariana amaba y que dejó plasmado en su obra.
En la muestra del CDIS, que ahora acoge el último proyecto de Raúl Hevia, la dedicación a la memoria de la artista fallecida hace ahora dos décadas se plasmará en la exhibición de 42 imágenes de México, fechadas entre los años 60 y los 90, incluido un retrato de Yampolsky realizado por Flor Garduño.
María Millán, comisaria de esta cita santanderina, califica la obra de la artista de «versátil y multifacética», y destaca su interés por aprender y documentar tradiciones populares, las construcciones y formas de vida ancestrales de los campesinos y la fuerza de la naturaleza» que le llevaron a recorrer el país con su cámara durante años.
Mariana Yampolsky, subraya, «es sensible a la belleza de las plantas, sus formas y texturas y el importante papel que desempeñan en la vida cotidiana rural. En sus cuidadas composiciones siempre busca mostrar lo esencial dentro de la sencillez del entorno. Saca partido del juego de luz y sombra que tan bien sabe ver y que luego imprime meticulosamente. Su mirada es fresca a la vez que respetuosa, sus imágenes pueden tener cierto aura de misterio, elude tomas en picado y busca el encuentro frontal con sus personajes, donde el entorno juega también un papel importante».
La creadora trató siempre de pasar inadvertida para poder reflejar con su trabajo fotográfico momentos cotidianos en la vida de sus conciudadanos que habitualmente pasaban desapercibidos o eran menospreciados. Creció en una familia de intelectuales liberales en Chicago y después de graduarse en la Universidad en 1944 viajó a México, donde vivió y trabajó el resto de su vida.
A su llegada a la capital formó parte del Taller de Gráfica Popular, una cooperativa de pintores y artistas gráficos que con su obra ponían de manifiesto ideas políticas y las condiciones sociales de los obreros. En 1958 adoptó la nacionalidad mexicana.
La cámara, apunta Millán, le ayudó a descubrir y amar gente y lugares sorprendentes. «Las imágenes del mundo rural de Yampolsky muestran una distintiva visión humanística que se aleja de la que predomina en entornos industriales o urbanos». Ajena a intereses y tendencias comerciales, «mantuvo siempre su voluntad de poder mostrar y retener la emoción de todo aquello que le conmovía y empujaba a tomar una fotografía».
Falleció en México hace poco más de veinte años pero su legado ha pasado a formar parte del Patrimonio Documental de la Unesco por el innegable valor antropológico y etnográfico de México. Todos las fotografías son copias originales de gelatina de revelado químico, excepto una platinotipia y son cortesía de Throckmorton Fine Art, inc.
Marzo. Exposición 'Siluetas de Luz. Mariana Yampolsky.' Imágenes propiedad de la galería neoyorquina Throckmorton Fine Art y comisariada por María Millán.
Contenido. 42 fotografías de México, de los 60 a los 90, incluido un retrato de la artista realizado por Flor Garduño.
Imágenes. Mariana Yampolsky, Universidad Iberoamericana Ciudad de México (IBERO) y Centro de la Imagen, Secretaría de Cultura del Gobierno de México. Cortesía de Throckmorton Fine Art.
A la creadora no le gustaba que la consideraran 'una gringa', ya que según sus propias palabras, estaba enamorada de México. Es así como sus fotografías son el testimonio de sus andares por los rincones de México durante tres décadas. Con sus cámaras Rolleiflex y Hasselblad, Mariana captó la vida cotidiana, las festividades patronales, religiosas y familiares de los pueblos mexicanos, así como la inocencia y sensibilidad de los niños, las mujeres y los hombres a través de sus retratos. La naturaleza, la comida y la arquitectura se vuelven un tema central en su obra. Los objetos se convierten en protagonistas y algunas veces, muestran su relación con el sujeto fotografiado. En sus últimos años, enfocó su interés en la comunidad chicana en Estados Unidos. Sus imágenes fronterizas ilustraron la crónica de Elena Poniatowska: 'Las mil y una… la herida de Paulina', publicada en 2000.
Aunque la fotografía es el lenguaje que vincula esta invitación a redescubrir su mirada, la artista fue además grabadora, curadora, coleccionista y editora. Toda su labor se enfocó en el resguardo y visibilidad de las tradiciones mexicanas que permiten hoy «voltear la mirada hacia la condición humana, el alma y la importancia de lo cotidiano».
En las exposiciones de su legado se revela siempre «lo directo, verosímil y honesto de sus imágenes como un acercamiento a lo corporal y lo colectivo». Ella busca impulsar la difusión de otras obras, más allá de sus icónicas fotografías. En la muestra 'Mariana Yampolsky entre cuerpos extraños', celebrada en México el pasado año se propuso mirar su obra «desde los cuerpos como entidades que se encuentran e interactúan con entornos, objetos, actividades y situaciones; hasta la corporalidad que aloja rasgos e identidades sociales».
Antes de iniciar su trayectoria como fotógrafa, Yampolsky Urbach se integró en el Taller de Gráfica Popular, donde se inició como grabadora, diseñadora, ilustradora y promotora cultural. De 1945 a 1960 realizó grabados y trabajó con Leopoldo Méndez, Pablo O'Higgins y Luis Arenal. A finales de los cuarenta experimentó con la fotografía como registro personal de su obra gráfica y de sus viajes a lo largo y ancho del territorio mexicano, material que le permitió exponer en 1960.
En esta época (1948) la joven conoce a Lola Álvarez Bravo, quien influyó de manera significativa; sin olvidar la identificación de su memoria con un imaginario instituido por Tina Modotti, Manuel Álvarez Bravo, Nacho López y Héctor García, entre otros.
Además de formar parte de los fundadores del Salón de la Plástica Mexicana, fue fundadora y profesora del Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras (Cenlex) del IPN; y coeditora del Fondo Editorial de la Plástica Mexicana. Con ocasión del veinte aniversario de su muerte, en México se ha destacado a la artista «curiosa e inquieta» que contribuyó a la evolución de la fotografía. Una creadora que «transita por los espacios geográficos de un México de contrastes: festividades patronales, religiosas y familiares, así como la inocencia y sensibilidad de los niños, las mujeres y los hombres; la naturaleza, la arquitectura y la alimentación».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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