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El último libro de Darío Villanueva contiene una errata. Aunque parezca impensable. Una confusión de género. El filólogo, que ayer presentó su último libro 'Poderes de la palabra', en el Aula de Cultura de El Diario Montañés, señaló ese pequeño detalle a cuantos lectores firmó ... el volumen.
Villanueva recordó una afirmación de «un gran humanista» ya fallecido, George Steiner, judío austríaco que tuvo que huir con su familia a París e hizo una gran carrera como ensayista. Un rabino le había dicho que, en su opinión, todos los males del mundo provenían de una errata que se había perpetuado en una traducción de la Torá, algo que impresionó al gallego. «Es imposible librarse de las erratas, por mucho que te esfuerces tú y tus editores», bromeó Villanueva. El catedrático y profesor incide en ese fallo al dedicar su libro, para que «la humanidad no empeore por mi culpa».
En conversación con Íñigo Noriega, director de El Diario Montañés, Manuel Ángel Castañeda, presidente del Ateneo y Javier Menéndez Llamazares, crítico literario, el exdirector de la Real Academia se reconoció militante contra la idea de que las palabras crean la realidad. «Es exactamente al revés». Un referente muy poderoso para este hecho es el génesis de la cultura maya o mesopotámica, que relata cómo el mundo se creó cuando los dioses se reunieron y empezaron a nombrar las cosas. «De esos relatos vienen las ideas actuales de que lo que no se nombra, no existe». Siguiendo ese precepto, lamentó, «todos los males del mundo los eliminaríamos con la higiene verbal».
Quienes se empeñan en cambiar la lengua, «no le tienen ningún respeto», lamentó el autor. Las palabras que usamos son totalmente arbitrarias y podríamos llamar caballo a una mesa si todos nos pusiéramos de acuerdo, ejemplificó. «Hay un pacto social que se va decantando con el paso del tiempo, al igual que ocurre con las normas internas de una lengua». Existe también un sentido común de la lengua. Nos sentimos dueños de ella. «Hablamos mucho de ecologismo, de no alterar el equilibrio de la naturaleza, pero la lengua también es un ecosistema de relaciones donde todo está conectado con todo».
En su etapa como director de la Academia, Villanueva recordó cómo casi a diario le llegaban peticiones «muy airadas» para que procediera a la retirada inmediata del diccionario de determinadas palabras. La Compañía de Jesús, por ejemplo, exigía retirar una acepción de jesuita como hipócrita. «¿Quien tiene autoridad para hacerlo y retirar del diccionario una palabra que existe? Ni el director de la academia ni los académicos», explicó. Otra agrupación pidió que el Parlamento obligara a la Academia a retirar la tercera acepción de la palabra cáncer: 'cualquier desorden que produce grave perjuicio en un organismo'. «Perjudicaba a los enfermos en su recuperación y los ofendía». Algo similar ocurrió con el término autismo; 'persona que se desentiende de su entorno'. «Decían que indicaba por parte de la academia una insensibilidad absoluta hacia los afectados por ese síndrome». O una mujer que pidió retirar 'mayormente'. «Para ella era motivo de que le llorasen los ojos y le chirriasen los oídos», recordó. Esto es, a su juicio, una pendiente que no tiene fin: «Si se empezase a higienizar así el diccionario, acabaríamos quedándonos sin palabras». Villanueva se mostró siempre «intransigente» al respecto, por considerar «el peligro que suponía». Al fin y al cabo, como decía Ortega y Gasset, los lexicógrafos son los únicos que escriben palabras sin pronunciarlas: las incluyen en el diccionario pero no las imponen ni las dirigen a nadie. «Hay una oleada de modas que insisten en modificar desde arriba la lengua, pero espero que con la experiencia del pasado, no llegue a cuajar».
Sobre el presente, consideró que las redes sociales son el territorio donde «todo es posible y se acaba creyendo». Algo que va en detrimento de la prensa tradicional, donde hay deontología y principios que no existen en las redes. «Hay mucha gente que se informa exclusivamente a través de estas vías y no de los medios sólidos». Todo ello va vinculado a un «descrédito de la verdad», que procede del siglo XIX. «Es muy peligroso, porque la sociedad y los seres humanos necesitamos verdades». «Miren -dijo-el negacionismo científico y lo ocurrido con las vacunas o la existencia del propio virus».
También apareció en la conversación, al igual que en su libro, Marshall McLuhan, quien como profesor encontró que sus alumnos vivían en una esfera tecnológica distinta a la suya. Empezó a maquinar sobre ello y dio origen a 'La galaxia Gutenberg', su obra más famosa, en la que implícitamente vaticinaba la muerte del libro. Calculó que desaparecería en torno a 1980, «pero lo que pasó fue que desapareció él, que murió ese año», ironizó Villanueva. «Nunca en la historia de la humanidad se han escrito, impreso, plagiado, editado, leído o estudiado más libros que ahora». Igual que la escritura no acabó con la oralidad y la imprenta con el manuscrito, la nueva sociedad de comunicación «no tiene por qué acabar con los libros».
La inteligencia artificial son palabras mayores «vamos a ver que sucede, como con todo, para bien y para mal». «Me parece absurdo pensar que pueda llegar a tener una conciencia autónoma, pero puede ser muy peligrosa en manos de desalmados. Hay un riesgo extraordinario».
El español tiene una ortografía y una acentuación muy simples y lo que se intenta desde la Academia es perfeccionar aún más la simplicidad del sistema, partiendo del concepto de que todas las lenguas están per sé contaminadas, cambiando y aprendiendo unas de otras, indicó. Hablando no hay ambigüedad en torno a la tilde de 'solo', por tanto, para el escritor, es una discusión fallida. «Más que una cuestión lingüística es una pejiguería», zanjó Villanueva.
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