Empiezo a pensar en las cosas que se fueron de forma callada
Cuaderno de excepción - Día 22 ·
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Cuaderno de excepción - Día 22 ·
Han dejado de sonar las campanas de la iglesia. O si suenan yo ya no las escucho. Creo que sí sonaban los primeros días de confinamiento, su música atravesaba el aire y llegaba con fuerza hasta mi casa. Pero me parece que llevan unos ... días calladas, o que cantan menos, no estoy seguro. Ahora se limitan a dar cuenta del paso de las horas, como vulgares autómatas. Han desaparecido las llamadas entusiastas de los domingos o las canciones fúnebres de las despedidas. A veces, cuando las cosas desaparecen de forma discreta, tardamos un tiempo en darnos cuenta de que ya no están. Y es en ese momento cuando las comenzamos a echar de menos.
Pienso que aún no me he dado cuenta de todo lo que desapareció cuando se decretó el estado de alarma. Al principio, el estrépito de las medidas hizo que mi atención se centrara en este confinamiento que tenía algo de aventura; desde mi privilegio de casa con jardín, desde mi despensa llena, desde mi salud y la de los míos, me permití incluso la banalidad de afrontar con cierto romanticismo el encierro, como si fuera un Robison Crusoe acomodado. Pasados los primeros días, comenzaron a hacerse visibles asuntos que las distracciones cotidianas no me dejaban ver. Empecé a pensar que estar confinado traía consigo también algunas ganancias, como ese universo antes oculto que en la quietud se me aparecía.
Hoy, que me parece percibir que las campanas de la iglesia solo hablan para dar las horas, empiezo a pensar en las cosas que se fueron de forma callada cuando comenzamos a vivir distinto. No me refiero a las vidas perdidas, que son la mayor de las pérdidas, sino a asuntos que tienen que ver con nuestra forma de vivir. Hemos perdido libertad, es un lamento extendido. Libertad para movernos, para decidir a quién vemos y cuándo, para trabajar, para entregarnos a algunos de los mejores placeres de la vida, como los conciertos, los restaurantes o los paseos por la naturaleza. Pero comienzo a pensar que secretamente se nos ha ido también algo que antes nos acompañaba en nuestro deambular cotidiano, hablo de la ilusión de seguridad sobre la que tejíamos, como sociedad, nuestra existencia, una fantasía parecida a la que sienten los niños que crecen queridos, con la confianza de que nada malo puede sucederles. Sobre esa confianza los niños se aventuran a vivir. Me parece que el coronavirus ha hecho que esa ilusión de seguridad se haya evaporado y, con ella, buena parte de nuestra confianza como sociedad. Pienso en ello pero no sé qué significa ni cuáles serán las consecuencias.
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