El artista urbano Óscar San Miguel, Okuda, posa durante su comparecencia reciente en el Palacete del Embarcadero.Pedro Puente Hoyos / EFE
«El enemigo necesario del arte es el mercado»
Okuda | Artista ·
El artista santanderino, autor de la portada del Anuario de Cantabria, trabaja en una serie de 30 reinterpretaciones de una de sus obras preferidas: 'El jardín de las delicias' de El Bosco
Instagram es su animal de compañía. Y el color, las formas geométricas y una incesante, enérgica y nerviosa mirada sobre el mundo son los componentes fieles y permanentes de una marca: la de Okuda San Miguel (Santander, 1980). Es un artista urbano que hoy puede estar en la India y pasado mañana en Boston. Que provoca un cisma entre los puristas al intervenir una falla valenciana o pone una sonrisa de color a un colegio santanderino (Vital Alsar) necesitado de impulsos vitales que reconozcan una gran labor educativa. Rehuye el cuerpo a cuerpo político pero su iconografía, que incluye los bordados de su madre, lo mismo transforma una barriada parisina que impacta en sus incursiones en salas y en museos. Ambas poseen una implícita construcción social y una vocación de vitalismo provocador.
Okuda (su nombre nació de un videojuego) ha vuelto a su Santander natal apenas unas horas: visita al colegio 'Vital Alsar', en cuyos muros intervendrá en verano, y presencia en la Gala del Anuario de Cantabria, cuya portada luce su cromatismo inconfundible.
Mira con recelo al mercado del arte, cree que la evolución es intrínseca a la selección de proyectos y a la manera de afrontarlos y está convencido de que su presente creativo, tan exitoso como imparable, es fruto de una estructura de equipo que administra sus pasos y gestiona sus compromisos.
-Ha comentado a menudo que los factores políticos son ajenos a su creación. ¿Pero cuando elige determinados proyectos hay una mirada social, solidaria que con lleva una lectura sobre el presente?
- Es cierto que lo político de una manera directa no lo persigo. Desde luego toda implicación social es lo que busco con más intensidad. Por eso he realizado muchas intervenciones en India, Ucrania, Africa...precisamente porque son lugares en los que tienen mucho significado todas las cuestiones sociales. Mi trabajo nace en la calle y es para la calle, es decir, conlleva muchos aspectos sociales que tienen como destino a la gente, no sólo la que va a los museos. El otro mensaje está muy claro: la voz de los niños tiene mucho peso, lo que sucede es que suele estar capada y en este caso del colegio me encanta darles voz. Al fin y al cabo mi trabajo, en primer término, es el mensaje del positivismo y después, transformar zonas degradadas, ese cemento gris de las ciudades para convertirlas en color. Es lo que al final acaba pidiendo un niño.
«Sigo siendo la misma persona pero con mucha más disciplina y con otras pretensiones mayores»
-¿Qué queda del Okuda adolescente que vivía al límite la ecuación arte y calle?
-La verdad es que creo que soy la misma persona porque tengo un gran equipo que me permite estar enfocado hacia la creación y no estar pervertido ni por el dinero ni por el mercado. Y me quita de lo aburridas que son las gestiones, los email...; antes sí que me veía involucrado en todo eso e impedía centrarme. Yo sólo me ocupo de Instagram que, en el fondo, es como un diario y está guay, es como una herramienta que te permite revelar que estás muy vivo. Y ya a partir de ahí las conexiones son más fáciles. Por ejemplo, en el caso de lo niños, estoy en contacto con colegios de EE UU o de Italia..., me comunico con la gente que es lo más importante, y me gusta seguir así. Pero yo no he cambiado. Soy la misma persona pero con muchísima más disciplina y con otras pretensiones mayores, por supuesto metas distintas, pero sobre todo muy inmerso en la creación.
-Pero cuando hace intervenciones de envergadura en cualquier ciudad del mundo se olvida de las raíces?
-El hecho de que me siga pareciendo muy importante hacer estas cosas pegadas a la calle y murales, como ahora en Puertollano, por encima de museos y galerías, eso es lo que me queda de mis raíces, del grafiti. Que al cabo es tan simple como estar en la calle y llevar las cosas que hago a la calle. Lo interesante es mantener un equilibrio entre proyectos potentes (ahora abordará siete grandes esculturas en Boston) y otros de los que me llevo experiencias personales.
«Nunca me han importado. Sólo me he preocupado de tener una identidad única. Y eso es ser un artista»
-¿Teme que Okuda acaba convertido en un marca?
-Okuda es ya una marca pero el problema es cuando detrás no hay nada. El acierto en este caso es que detrás de la marca hay una persona y un corazón. No hay mucho más. No hay trampa. Lo muestro todo en Instagram y, por tanto, no existe lugar para la duda. Nadie puede decir que tal cosa esté hecha con una finalidad comercial rara, nada está buscado por algo concreto que quiera ocultarse. Es todo sencillo, directo. Por ejemplo, en el caso de este colegio es tan transparente que partió de un vídeo que me mandan los chiquillos y yo atiendo su petición. Es todo más natural y más real de lo que parece
-¿Y tiene miedo de esa tendencia a encorsetar, a las etiquetas?
-No porque las etiquetas siempre me han importado bastante poco. Porque incluso dentro del mundo del grafiti he estado más preocupado de buscar e ir creando mi camino personal, de tener una identidad única pues ni más ni menos eso es ser artista: tener una identidad única pero por encima de cualquier etiqueta. Si me he distanciado del grafiti, o no respondo al formato habitual establecido de artista contemporáneo, pues la verdad es que me da igual. Creo que las etiquetas no van conmigo porque justo rompo con todo eso que se da por hecho dentro de las normas.
-¿Le gustaría dejar su huella en algún lugar concreto de Santander o de la región?
-Pues sin ir más lejos esta iglesia de Cueto (frente al colegio Vital Alsar) que parece una estrella y la veía de pequeño, siempre me ha llamado la atención. La verdad es que hay muchos lugares pero lo importante es que, con uno u otro motivo, sí me gustaria seguir haciendo cosas en mi tierra. Hay propuestas que me llegan, hablamos este invierno del Faro de Cabo Mayor, de algún edificio... pero de alguna manera lo importante es llegar a tener unas cuantas obras grandes. No se me ocurre nada en concreto, inédito, pero estoy muy abierto a hacer las propuestas que vengan.
«Las instituciones deben ponerse las pilas y valorar de verdad a los supér artistas españoles»
-¿Qué o quién es el enemigo del arte?
-El mercado. Pero también hay que pensar que es necesario. Creo que tal vez el mercado sea ese enemigo necesario del arte.
-¿Cómo entiende eso que llamamos evolución?
-Creo que siempre mantengo una evolución y en cada exposición lo noto de una manera u otra. He estado casi dos meses encerrado en el estudio y ahora me voy ya a afrontar encargos a EEUU, Marruecos...y lo que hago es siempre mantener una retroalimentación de todas las culturas con las que contacto. Y, por supuesto, aprender de todo, de los niños aquí, por ejemplo, o de esos lugares ajenos cuando viajo. Es como si viviera muchas vidas y al ir cambiando de proyecto cada dos o tres semanas al final me acabo metiendo en ellas, en esos entornos donde intervengo. Y claro que me gusta aprender de todo. Cuando se acaba la búsqueda se acaba el artista y, en mi caso, puedo estar todo el tiempo en evolución porque tengo un ritmo de trabajo que me lo permite.
-¿Le molesta que le llamen 'el Banksy español'?
-Bueno, en realidad, las etiquetas que me imponen desde algunos medios me dan bastante igual. He visto de todo, cosas muy friquis, pero yo estoy a lo mío. En general estoy muy agradecido a los medios no sólo en España sino a muchos del extranjero pero hay veces que se inventan cosas y ponen enunciados que enganchan a la gente pero que evidentemente no me reconozco en ellos. Banksy es un genio, hace un trabajo muy distinto al mío, con mucha crítica, mientras que lo mío es más renacentista y más pictórico, de toda la vida.
-¿Con tal cantidad de proyectos y un constante seguimiento mediático siente una presión especial?
-Lo llevo muy bien, no siento esa presión. Soy enérgico y muy nervioso porque necesito estar muy inmerso en todos los proyectos para afrontarlos. Es una especie de psicología para ser feliz pero de momento me veo con la energía personal suficiente para estar viajando todo el rato. Pero quién sabe si dentro de diez años me apetece encerrarme en el estudio y estar tranquilo. Ahora tengo la energía para esto y mucho más. De hecho creo que es el inicio de cosas más grandes todavía.
«Para equilibrar mis obras siempre necesito del blanco y negro»
–¿Dice que no a menudo?
–El requisito cuando acepto un encargo o cuando hay de por medio elementos publicitarios es el de total libertad. Si existe eso, adelante. Pero el decir que no a algo muchas veces se me escapa. Son los detalles de una operación u otra lo que pueden inclinar la balanza y eso es cosa de la que se ocupa mi equipo y me parece bien para seguir la trayectoria.
–¿Habrá un Okuda en blanco y negro ?
–Por qué no. En realidad para equilibrar mis obras siempre necesito del blanco y negro. Entonces por qué no dejar esa puerta abierta.
–Su proyecto en Llanera (Asturias), ¿marcó en su carrera un antes y un después?
–Sí, totalmente. Y me alegro que esté en España y en el norte, cerca de casa. Fue transformar algo del pasado y clásico en algo contemporáneo. Lo que sí me gustaría es que, dado que es privada pero viene mucha gente a visitarla de todo el mundo, el Principado adquiriera la instalación y se abriera como reclamo turístico. Las instituciones deberían tener eso en cuenta para atender a todo tipo de gente.
-¿Considera que el arte que usted defiende es más democratizador?
-Utilizo el arte para socializar pero una cosa es la creación y otra el mercado. Si el arte engancha a mucha gente es, en cierto modo, el que merece el calificativo democrático. Es todo muy simple siempre hay en esto un emisor y un receptor, y a este es al que ir a buscar para que sienta algo. Entonces todo funciona.
-¿Al menos desde la ventana de los medios se concluye que se la ha tratado mejor fuera que en casa. ¿Eso es cierto?
-La verdad es que en lo mediático estoy muy agradecido. Aquí en Cantabria El Diario siempre me ha apoyado y seguido los pasos y, en general, me han tratado muy bien en España. Pero las instituciones, el público y el mercado del arte fuera siempre me ha tratado y comprendido mejor.
-¿Y a qué lo atribuye?
-Pues cuando se plantea un proyecto fuera siempre se dan una condiciones muy buenas. Aquí, lo contrario. Las agencias se quieren quedar con todo, se ven las cosas desde las instituciones de una manera muy diferente a como las vemos los artistas. No digo que no sean profesionales, pero creo que se deben poner las pilas y, sobre todo, en valorar de verdad a los súper artistas que tienen en España.
-A estas alturas, ¿cómo define el street art o arte de la calle?
-Antes lo reducía al grafiti, pero el street art, el propio grafiti, el urban art han cambiado mucho desde que empecé hace veinte años. Ahora mismo es cualquier manifestación artística que se realiza en un espacio público. Por eso cuando me llaman bajo este nombre para determinados encargos es siempre con el fin de hacer esculturas públicas que no dejan de ser una muestra de arte de la calle.
-Ahora que ha empezado sus incursiones más regulares en centros de arte, ¿se ve Okuda exponiendo en el Centro Botín o en museos míticos de Europa (el Louvre por ejemplo)?
-Bueno estoy trabajando cada vez más en museos y en muestras institucionales. Lo que me permiten es hacer obras que no son para vender y eso te deja desarrollar proyectos con presupuestos grandes, que motivan mucho. En el Centro Botín me encantaría mostrar algún proyecto porque es algo que necesitaba la ciudad, tipo el Guggenheim de Bilbao. Y en otros casos extremos que pensamos, caso del Louvre, se pueden dar las circunstancias en cualquier momento. La última vez que estuve en París hubo algún contacto con la idea de llegar a hacer algo de street art en su espacio. Hace dos semanas además he empezado una serie a partir de 'El jardín de las delicias' de El Bosco, centrada en escenas pequeñas del cuadro, reinventando treinta acciones a partir de otras tantas escenas pequeña que propone el famoso cuadro. Y sería brutal hacerlo para el Prado.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.