Carlos Javier González Serrano
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Carlos Javier González Serrano
Carlos Javier González Serrano (Madrid, 1985) valora el tiempo necesario para aburrirse y reflexionar, aunque a él no le sobra, metido en multitud de proyectos profesionales como profesor, escritor, divulgador y filósofo. Mañana disertará en el Aula de Letras, Sala Fray Antonio de Guevara del ... Paraninfode la UC (19.30 horas), sobre 'Habitar la oscuridad: una aproximación a la relación entre literatura y suicidio'.
-Viene a reflexionar sobre un tema que no pasa de moda literariamente
-Da para mucho fundamentalmente porque siempre tenemos esa pregunta sobre el sentido de la vida. Hoy, en general, estamos obsesionados, estamos enfermos de dar sentido de la vida y no nos damos cuenta de que quizá hay que aceptar que a veces la vida carece de todo sentido.
-Cuando se trata de suicidio, ¿no se busca también el sentido de la muerte?
-Justo porque también nos da mucho miedo, tenemos pavor, un miedo atroz a la muerte y eso se ve en nuestra cotidianidad. Cada vez ocultamos más los procesos que tienen que ver con el duelo, en los trabajos se nos da menos espacio para pasarlo y todo lo que tiene que ver con la muerte está estigmatizado, además con el imperativo de ser siempre jóvenes. Hay una condena de la última edad de la vida como inservible e improductiva que nos conduce al final. El temor y la ocupación nos hace mucho daño cuando nos tenemos que enfrentar a pensar en ella.
-La pandemia sacó la muerte a la primera plana de forma masiva. ¿Quizá por eso supuso un vapuleo social?
-La muerte nos saltó a la cara, pero el miedo era, más que a la muerte, a morir nosotros mismos. Algo que sucede y que denunciaba Elías Canetti en el siglo XX es la condena del número. Por mucho que nos presenten cifras inasumibles, insultantes, como los que estamos viendo con los conflictos armados ahora mismo, tendemos a dejar de pensar en la muerte como un hecho natural de la vida y lo vemos como un espectáculo. Susan Sontag reflexionó de forma maravillosa sobre la fotografía y la espectacularización de la muerte, con la que dejamos de sentir empatía. Lo veo todos los días con mis alumnos adolescentes; un miedo atroz a todo lo que tenga que ver con la palabra fin, la muerte. Todo lo que tiene que ver con acabar ciclos, porque tenemos que estar siempre con lo nuevo, que no surge si algo no se termina antes.
-Los dispositivos tecnológicos permiten acceder a una banalización de la muerte, pero sin embargo señala el miedo juvenil a ese hecho.
-Es todo lo contrario porque están expuestos a la continua renovación del estímulo y pensamos que en la concepción de la muerte a través del tedio, cuando dejamos de estar entretenidos. Estos dispositivos nos impiden tener pequeños reductos de aburrimiento y hay procesos en nuestra vida que ya no se dan porque estamos siempre enganchados a una rueda de entretenimiento. Cuando la rueda para, surgen patologías emocionales de todo tipo, como ansiedad o depresión.
-Dentro de esa vorágine ¿es posible pararse a pensar o uno tiene que convertirse en un outsider?
-Aquí lo curioso es que este papel del outsider se ha convertido en alguien irrisorio, bufonesco, porque quien para es un perdedor. El más productivo es quien se atreve a seguir en esa cadena que no tiene fin y cuando paras, los demás te ven como si fueras una especie de traba en el sistema de presunto progreso. Me gusta hablar de grietas, como dice Chantal Maillard, que permiten resquebrajar el edificio de sentido que tenemos incólume como si fuera indiscutible. En la vorágine de autoconfirmación de los algoritmos, cuando tenemos un hueco para pensar viene el interrogante de quién soy yo y qué estoy haciendo con mi tiempo. ¿Es lo que realmente quiero? Vivimos una época de crisis del deseo; tenemos que examinar lo que queremos o lo que se nos impone.
-Titula esta ponencia en torno a la oscuridad, que sigue vendiendo mucho más que la luz, aunque todos aspiremos, generalmente, a lo segundo.
-Sí, pero a veces se nos olvida que la luz también ciega. Esto lo tenían muy claro los griegos; la vida se mueve en claroscuros. Habitar la oscuridad son unos versos de Sylvia Plath, que no podía faltar en esta ponencia. Hemos olvidado vivir los necesarios claroscuros de la vida. No la muerte, sino los problemas más pequeños del día a día. La vida se mueve también en el dolor, pero no por eso debemos ser pesimistas, sino aprender a vivir la oscuridad.
-¿Puede mencionar casos paradigmáticos entre literatura y suicidio?
-Alguna literata no tan mencionada como Woolf o Pizarnik. Antonia Pozzi, que se suicidó con 26 años y se preguntaba si tenemos que darnos un sentido; Anne Sexton, Alfonsina Storni... O Yusio Mishima y Akutagawa Ryunosuke, que tiene un libro en el que ya menciona su suicidio.
-Una de sus referencias, Schopenhauer afirmaba que la muerte es el genio inspirador de la filosofía. ¿Comparte este punto de vista?
-Esto viene ya de Sócrates, que afirmaba que la vida es una meditatio mortis. La filosofía nos expone al final de la vida, pero en la 'Apología de Sócrates', uno de los diálogos más célebres de Platón, lo que hace es una apelación justamente a la vida. Vivir no es sencillo. Montaigne también habla de la vida como una preparación para la muerte.
-En su revista 'El vuelo de la lechuza' abogan por alcanzar un conocimiento cabal del mundo. ¿Qué tal va esa meta?
-Te respondo con la voluntad con la que me levanto por las mañanas y me planto ante mis alumnos. Me propongo intentar ofrecer a mis estudiantes los instrumentos intelectuales necesarios para poder pensar la complejísima circunstancia a la que se están exponiendo, sin olvidarse de las emociones. Los adolescentes tienen una gran falta de conocimiento de lo que sienten, si es alegría, dolor, tienen un marasmo de emociones. Además de darles herramientas, hay que acompañarlos para que no se sientan solos. Esa cabalidad tiene que ver con las dos cosas.
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