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Fue una velada algo melancólica la que vivimos en el Palacio Festivales, con Beethoven (4º Concierto para Piano) y Bruckner (4ª Sinfonía) en el menú. De un lado, el FIS salvó el honor de Santander con la programación de esta obra, lo único que nuestra ... ciudad va a dedicar en todo el año, si no me equivoco, al ducentésimo aniversario del mayor sinfonista que ha existido. De otro, el joven pianista canadiense Izik-Dzurko, ganador de la postrera edición del Paloma O'Shea (en el ya lejano 2022), nos permitió corroborar sus dotes técnicas y musicales, pero naturalmente se hizo inevitable sentir el sabor de la nostalgia, esa memoria dolorosa que sabe que ya nunca más habrá nuevos ganadores ni tardes apasionantes como aquellas dedicadas al frenesí pianístico. Además, llovía en Santander a lágrima viva. El Concierto en sol mayor de Beethoven, indudablemente el más lírico, si no el más bello de los suyos, nos fue servido en una versión limpia, sobria, precisa, pero entiendo que algo plana, faltó profundidad y misterio, sobre todo en el andante. Todo cambió en la sinfonía de Bruckner, llamada 'Romántica' por la única razón de que tiene, al parecer, un programa extramusical, descripción de una jornada de caza, con resonancias medievales.
Paparruchas. Es una sinfonía genuina de Bruckner, y por tanto es música pura, como se evidencia en el último movimiento (siempre el más importante en toda gran sinfonía), de una arquitectura colosal. La Orquesta Sinfónica de Asturias nos la dio francamente bien, con entrega y entusiasmo, con sentido y claridad.
No entiendo mucho de técnicas directoriales, pero me pareció que el portuense Nuno Coelho tiene una comprensión y un dominio profundo del mundo bruckneriano. Habrá algún Monsieur Corchea que le ponga pegas a su versión y a la orquesta misma, pero a un devoto musical como Dios manda le basta con que la interpretación le suene en todas sus frases, ritmos, crescendos, caídas, acentos y voces como le han sonado siempre en las mejores versiones escuchadas a lo largo de su vida. La interpretación de la sinfonía fue, además de plena, equilibrada, porque los cuatro movimientos brillaron a gran altura, pero el scherzo y el final en particular –¡esa coda sublime!– tenían que producir y produjeron en la espina dorsal del buen melómano el escalofrío de la belleza inefable. Sólo hubo un bravo al terminar la ejecución, además del mío. Tal vez reinaba aún la melancolía en el Palacio, pero es seguro que una buena parte de los espectadores salieron con un baño de belleza y oxígeno en el alma. La lluvia, al salir, fue más hermosa que nunca.
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