Emilio Gutiérrez Caba
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Emilio Gutiérrez Caba
Tres años después del estreno de 'Galdós enamorado' en Las Palmas de Gran Canaria, Emilio Gutiérrez Caba y María José Goyanes se vuelven a encontrar en el escenario para presentar una nueva versión de aquella obra basada en las cartas amorosas de Emilia Pardo Bazán ... y Benito Pérez Galdós. Este montaje, que se podrá ver en el Casyc, hoy y mañana, dentro del ciclo Talía, es una relectura de aquella obra, a la que se ha incorporado Marta Gutiérrez-Abad como narradora, que va hilando las escenas. A sus 81 años, Emilio Gutiérrez Caba (Valladolid, 1942) no para de trabajar. Compagina esta obra con recitales poéticos que ofrece junto a Luis Santana y sus apariciones en el programa de TVE, 'Aquí en la tierra'. También escribe. Mucho. Y, sobre todo, observa algo consternado una actualidad, la de este país, en la que «los chupatintas correveidiles están mejor pagados que los actores, los investigadores o los maestros».
-Es usted conocedor de la obra de Galdós y de Pardo Bazán, pero ¿qué ha descubierto de las personas que están detrás de esos dos grandes de la literatura?
-En esta obra no se va a descubrir nada nuevo porque está basada en hipótesis ya que la mayoría de las cartas que don Benito escribió a doña Emilia se perdieron. Solo se conserva una, pero lo que sí he podido comprobar, tanto en la lectura de esta obra como del montaje primigenio, es la enorme fuerza literaria de ambos. Don Benito es el autor español más importante de finales del siglo XIX y doña Emilia es una literata extraordinaria. Y eso cala en las interpretaciones porque sabemos que estamos representando a dos personajes majestuosos, admirables, que representan muy bien a un país y a una cultura lo que para nosotros es un honor. Como lo es estar en Santander por la vinculación que tuvo don Benito con esa ciudad.
-¿En esa correspondencia que da origen a la obra abunda más el respeto entre colegas o la pasión de unos enamorados?
-Todo junto. Hay una admiración literaria enorme y también la hay humana. Las cartas de doña Emilia, que afortunadamente se conservan, desprenden ese momento del amor mágico, del amor 'fou'. Se ha publicado un libro muy interesante sobre todo esto, 'Miquiño mío', que no puedo menos que recomendar.
-Fue una relación muy moderna para la época.
-Sobre todo por parte de doña Emilia. Es admirable la valentía que tuvo enfrentándose no solo a su condición de escritora si no a los académicos de la lengua, a los que ponía por los suelos porque no admitían a don Benito, ni a las mujeres. Fue una mujer muy luchadora, si bien es cierto que trabajó desde una condición muy privilegiada porque ella era noble. En cualquier caso, doña Emilia se ha mantenido, a través de su obra y del Pazo de Meirás- que luego pasó a la historia de otra manera- en la conciencia de la memoria colectiva de mucha gente.
-Las cartas de Galdós a Pardo Bazán no se conservan. ¿Hay algún indicio de qué pudo pasar con ellas?
-En 2020, cuando se recordó el centenario de su muerte, se rumoreó que esas cartas las tenía alguien que en algún momento determinado las había comprado o sustraído, pero lo cierto es que nunca se ha sabido lo que pasó. Se habló también de un anticuario de Madrid que las había visto... Pero son todo conjeturas y, sinceramente, creo que siendo dos literatos de tanta altura si esas cartas hubiesen aparecido ya estarían publicadas. Se llegó a decir cuando se incendió el Pazo de Meirás, en 1978, que se habían quemado, pero no lo creo. En esta obra se aventura esa posibilidad y también que doña Carmen Polo -esposa de Franco- las llegó a leer. Pero son todo hipótesis teatrales.
-Se ha perdido la costumbre de escribir cartas...
-Sí, ahora se mandan wasap y correos electrónicos... Bueno, mediante estos correos todavía se podría hacer una especie de literatura y, a lo mejor, dentro de unos años, esa correspondencia amorosa tendrá un desarrollo hermoso, porque aunque no estás mostrando tu afecto y sinceridad a través de la caligrafía, sí lo haces a través del teclado.
-Le iba a preguntar si usted ha escrito muchas cartas de amor.
-Alguna, pero no muchas. Soy de una época en la que además de cartas, se enviaban telegramas y sobre todo se llamaba por teléfono.
-El año pasado publicó sus memorias en el cine. ¿Tiene pensado escribir unas memorias teatrales?
-Es más complicado porque es una peripecia vital distinta a los rodajes de cine. Pero sí es cierto que hay algunos aspectos interesantes que podría contar del teatro. De hecho tengo manuscritos de algunos de los montajes en los que he trabajado que a lo mejor en algún momento se podrían publicar. Pero, sinceramente, hacer una crónica del teatro que he vivido conllevaría a hablar de otras personas, en la mayoría de los casos bien, pero en contadas ocasiones también tendría que hablar mal y no tengo ganas de ganarme enemigos.
-Ha dicho que no se identifica con la palabra intérprete, que prefiere que le definan como actor.
-Sí, actor o creador. Interprete es una palabra mal traducida del italiano, más relacionada con lo musical que con la creación teatral. Me siento más creador porque no me limito a repetir lo que ha escrito un autor y lo que hago es crear el personaje a través de ese texto. Si ves un montaje de 'Hammlet' cada actor lo hace de una manera distinta hasta el punto de que puede hacer que le tengas simpatía o no.
-Es uno de los nombres más respetados en su oficio. ¿Le ha costado mucho mantenerse?
-Sí. Es bastante difícil y considero un triunfo haber llegado a esta edad y seguir trabajando. No es fácil y cuando veo lo complicado que lo tienen hoy los chicos que empiezan me entristezco por ellos. Este es un oficio muy agotador e inseguro. Todo es muy inestable ahora mismo, pero una profesión como la nuestra en la que tienes que fingir que estás bien, cuando no lo estás o mal cuando sí, es muy dura.
-¿Y ese respeto que le tienen sus colegas, lo tienen también las autoridades políticas a su oficio?
-No. Las autoridades políticas no han tenido respeto por la cultura en ninguna época. El otro día, en la inauguración de los Juegos Olímpicos en París, se notaba la admiración y el respeto que tienen en ese país por la cultura, porque ponderaba su propia obra literaria, sus obras de arte, la música... Aquí no pasa. Parece que tenemos que hacerlo gratis y nuestra creación no es gratis. Pero no solo nosotros. Vivimos en un país en el que los investigadores y los maestros están mal pagados y, sin embargo, los intermediarios y los chupatintas correveidiles están muy bien pagados. Eso es así desde la época de Mariano José de Larra. Vivimos en un país en el que el viento de burocracia asola a la sociedad y que justifica la existencia de cargos absolutamente inútiles.
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