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Este estado de alarma afila la sensibilidad. Siento que me vuelvo un poco ñoño

Este estado de alarma afila la sensibilidad. Siento que me vuelvo un poco ñoño

Ccuaderno de excepción, día 12 ·

Viernes, 27 de marzo 2020, 07:18

Abro el buzón y encuentro un sobre marrón con un libro de poemas dentro, me lo manda Antonio Lucas. Lo cojo sin precauciones, como si la poesía fuese más urgente que las medidas preventivas, como si un libro de poemas no pudiera traer a mi casa nada malo. Lo toco con mis manos. Lo huelo incluso. Y eso que el libro viene del corazón mundial de la pandemia. Se titula 'Los desnudos'. Así nos hemos quedado con el coronavirus, con nuestra piel temblando a la intemperie. Volvemos la mirada a nuestro cuerpo y lo vemos despojado de todos los ropajes y caemos en la cuenta de que no somos nada si nos falla este entramado de vísceras, de nervios, de sangre, de tendones. Miramos también los cuerpos de los que más queremos, suplicamos para que su carne resista el envite del enemigo invisible, si es que ese enemigo entra en ellos e inicia su batalla. Al final de su dedicatoria, bajo su firma afilada, Antonio escribe: «Madrid, marzo, año de la peste». Este año lo recordaremos por este virus que ha cambiado de golpe nuestras vidas, no por ser el 2020. Los números se olvidan, carecen de alma, los acontecimientos no. Y él lo sabe, por eso escribe «año de la peste» y no otra cosa. Las cifras no tienen memoria de la vida, es por ello que las recibimos con cierta frialdad. Ninguna biografía, con todo su misterio inaprensible, puede reducirse a un vulgar número. Mejor el nombre de una persona, mejor una anécdota cualquiera de su paso por este mundo.

Leo el libro de Antonio. Me dedica un poema y como no lo espero me coge a contrapié, con la guardia baja, y me emociono. Este estado de alarma afila la sensibilidad. Siento que me vuelvo, a veces también, un poco ñoño. Todos estamos más al límite de todo. Llevamos doce días confinados, aquellos que podemos, y parece que no podamos acostumbrarnos. Pero será al revés, porque el ser humano puede acostumbrarse a casi todo y seguir adelante, con sus heridas a cuestas, igual que esos coches salpicados de abollones y reventados a golpe de kilómetros que siguen circulando. Adelante se sigue hasta que nos pare la muerte, conviene recordarlo. Basta mirar a tantos padres que han tenido que enterrar a sus hijos y, después de hacer algo así, siguen viviendo, lo intentan al menos, y pueden incluso volver a sentir a veces la alegría. Los poemas de Antonio, escritos antes de que el coronavirus apareciera, me hablan como si los hubiera escrito hoy: «Lo extraño sirve para nacer de nuevo».

Dejo que ese verso, que tiene algo de semilla o de manual de supervivencia, prenda en mí con fuerza.

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