Pedro Cerezo Galán | Filósofo
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Pedro Cerezo Galán | Filósofo
«La evolución del pensamiento español en el último siglo y medio ha sido prodigiosa»El pensador andaluz Pedro Cerezo Galán (Hinojosa del Duque, 1935) es uno de los grandes nombres de la filosofía en España, tras una infatigable labor investigadora y docente, en homenaje a la cual ha sido nombrado Socio de Honor de la Sociedad Cántabra de ... Historiadores de la Filosofía Española (Schfe). Cerezo impartió una conferencia en la Facultad de Derecho y Económicas dentro del ciclo temático 'Viajeros del espíritu', en la programación del Aula de Estudios sobre la Religión de la Universidad de Cantabria. Suyos son libros de obligada referencia sobre figuras como Antonio Machado, Miguel de Unamuno o José Ortega y Gasset. En estos días ultima su estudio sobre María Zambrano.
-Después de tantos años de estudio de autores y temas, ¿cuál es su visión de conjunto de la evolución del pensamiento español en el último siglo y medio?
-Ha sido prodigiosa, formidable. A partir de los tres grandes genios, Unamuno, Ortega y Zubiri -los dos primeros, además, grandes escritores- que abren nuestro siglo XX, España se ha incorporado plena y creadoramente a la vida intelectual europea, ofreciéndole tres paradigmas distintos de hacer filosofía: el trágico, existencial de Unamuno, el fenomenológico, reflexivo de Ortega y el especulativo de Zubiri. Tras esta alta cordillera de cumbres, vino una generación poderosa, la de mis maestros, de la que sólo quiero mencionar a Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren y Julián Marías, y a la que acabo de dedicar un libro, 'Maestros de pensamiento en la España del siglo XX' (Madrid, G. Escolar, 2023). Y tras de ellos, varias generaciones de filósofos investigadores, que han mantenido el nivel europeo en todos los campos de la filosofía, de las que sería largo dar una lista completa. Pongo varios ejemplos: en el pensamiento dialéctico materialista, Manuel Sacristán y Gustavo Bueno; en la fenomenología, Fernando Montero y Javier San Martín; en la ética, Javier Muguerza y Adela Cortina; en la hermenéutica, Emilio Lledó y Eugenio Trías; en la tradición weberiana de confluencia entre filosofía, sociología y política, José Luis Villacañas. Y un caso altamente significativo: en el área del hegelianismo, un campo secularmente europeo, contamos hoy con investigadores de primera línea de excelencia y prestigio internacional, como Félix Duque, Manuel Álvarez, María del Carmen Paredes, Gabriel Amengual, José María Ripalda y, si me permite hablar en primera persona, yo mismo, que acabo de sacar un largo y denso comentario a la Fenomenología del espíritu, 'El camino del saber' (Madrid, Trotta y EUG, 2022), el primero íntegro por parte de un español.
-¿Qué hemos aportado los españoles a la filosofía universal? ¿Y qué hemos importado desde el exterior de forma determinante para nosotros?
-Esta pregunta es excesiva, de modo que hace prácticamente imposible una respuesta adecuada. Yo diría que hemos aportado, básicamente, una síntesis de pensamiento estoico (senequista) y cristianismo, que constituye una gran herencia dentro del humanismo renacentista, a partir de los siglos XV-XVI. Luego, nada menos que la gran cultura barroca del XVII, genuinamente española, con la dialéctica agónica entre infinitud y finitud, que precede en tantos sentidos al kantismo crítico y al hegelianismo. De importación europea, fueron, en cambio, básicamente, la Ilustración y la revolución modernas, porque España fue siempre un país más de reformas y contrarreformas interiores que de movimientos revolucionarios. Aquí se ha preferido siempre la revolución mental y cordial, o bien la regeneración a la propiamente política.
-Querría ahora preguntarle por sus conclusiones sobre determinadas figuras, con la significación y meditación que a usted le sugieren. Marcelino Menéndez Pelayo, ¿figura incomprendida?
-Sí, en gran medida, por haber sido entendido exclusivamente desde su primera época integrista de lucha contra la revolución de 1869 y la Primera República. Pero, como he mostrado en un reciente libro, publicado aquí en Santander, en la editorial Tantín y prologado por Gerardo Bolado (presidente de la Schfe), hay muchas almas en Menéndez Pelayo, y todas ellas han dejado huella en su vida y en su obra y, sobre todo, en su actitud de eclecticismo filosófico, con tantas influencias de Luis Vives. Menéndez Pelayo aspiraba a una filosofía eterna, entendida al modo leibniziano. La cultura española estará en deuda permanente con él por sus dos grandes obras históricas: 'La Historia de los heterodoxos españoles', que nos mostró el otro rostro, la otra mitad de la España, la condenada por herética y expulsada, y por sus grandes ensayos sobre la filosofía del Renacimiento, que fundamentaron el humanismo cristiano. Su gran 'Historia de las ideas estéticas', siendo ya menos original, nos acercó a la modernidad kantiana y poskantiana.
-Miguel de Unamuno, ¿el autor tapó al filósofo?
-Sí, en términos generales, puede decirse que el gran escritor ocultó en parte al filósofo. Estrictamente hablando, Unamuno no fue filósofo al estilo tradicional reflexivo, sino un pensador y sentidor y, sobre todo, todo un hombre, casi un paradigma de existencia heroica moderna. Su contribución a un existencialismo agónico, de inspiración poético religiosa, ha sido, a mi juicio, comparable, si no superior, a la de Kierkegaard. Es, sin duda, el más grande escritor español de fin de siglo: ensayista, poeta excelente, novelista creativo, dramaturgo, autor de diarios, de notas de viaje, polemista brillante; un hombre verdaderamente universal y verdaderamente singular. Solo lo desluce su yo ornitorrinco, como lo definió Ortega, pero lo libra de este egotismo su generosidad de alma y de intelecto, propias de un gran poeta. Su confrontación intelectual con Ortega, dentro de lo que he llamado una «amistad sideral» ('Unamuno. Ecce homo', Salamanca, 2016), es el acontecimiento intelectual más importante de la España del siglo XX, y toda una lección de confrontación productiva.
-Antonio Machado, ¿el poeta devino filósofo?
- No estrictamente, porque no se trata de una crisis fundamental de su voz poética a causa de la filosofía, como sostuvo Dámaso Alonso. Desde mi primera obra sobre él en 1975, 'Palabra en el tiempo' (Madrid, Gredos), con la que inicié mi producción intelectual, he sostenido que Machado aunó desde el comienzo el canto y la meditación, y estuvo siempre yendo de lo uno a lo otro, yendo y viniendo, como pretendía la gran tradición romántica desde Friedrich Schlegel, en un circuito permanente. Su contribución al ensayismo contemporáneo, aportando un sentido irónico y paradójico, ha sido decisiva en la obra de sus apócrifos (Abel Martín y Juan de Mairena). Fue un extraordinario poeta y un gran prosista, posiblemente el mejor del siglo XX. Me atrevería a decir que, en vida, su poesía eclipsó a su prosa, y luego, ha ocurrido lo contrario, su prosa ingeniosa ha eclipsado un tanto al poeta. Y, sobre todo, el hombre, su hombría de bien, su ejemplaridad ética y estética, han hecho empalidecer al poeta y al prosista. Hay que remontarse a Giner de los Ríos o a Gumersindo de Azcárate para encontrar un ejemplar humano a la altura de Antonio Machado.
-José Ortega y Gasset, ¿la retórica o la lógica?
-Las dos cosas, y a la vez. Pese a su falso dilema (o se hace ciencia o se hace literatura, o se calla uno), hizo a la vez retórica y filosofía. No pensó por metáforas como Unamuno, pero sí desde y con metáforas, como figuras retóricas. Ni siquiera puede decirse que el gran escritor eclipsara al filósofo, como daba a entender su dictum de ser un pensador in partibus infidelium. Su talento filosófico hizo sustancial a su retórica y esta ilustró y reforzó su pensamiento reflexivo.
-Xavier Zubiri, ¿una herencia que se va dispersando?
-No lo creo. Hoy se conoce muy bien el pensamiento de Zubiri, tanto en España como en América, por obra de su Fundación, tan inteligentemente dirigida por Diego Gracia. Ha sido ya editada toda su obra y difundida ampliamente en congresos. Lo que pasa es que su extraordinario rigor intelectual no encuentra un clima propicio en una época de tanto diletantismo cultural. Zubiri no es escritor, aun cuando forjó una prosa filosófica peculiar. Y además fue un gran pensador metafísico, y ambas circunstancias, su estilo mental y su dimensión metafísica, lo hacen poco accesible al gran público.
-María Zambrano, ¿una maestra sin escuela?
-Yo mejor diría que es una heterodoxa que, por ser fiel a su vocación de sibila, de oír la voz de las entrañas espirituales y de hallar respuesta a su demanda de sentido en una época nihilismo, supo asimilar, como abeja libadora, lo más adecuado de sus maestros (Unamuno, Ortega, Zubiri y hasta del mismo Machado), e integrarlo en su idea de la razón poética, como la unidad de filosofía, religión y poesía. Idea que supone el revés de la filosofía moderna. Hoy conocemos bien la trayectoria intelectual de María Zambrano, después de culminada la edición de sus 'Obras Completas', bajo la dirección de Jesús Moreno en Galaxia Gutenberg. Estamos en condiciones de tener una comprensión integradora de su obra. En eso me ocupo actualmente: recopilo mis múltiples ensayos y los completo con otros nuevos para alcanzar una interpretación global de las 'Claves de la razón poética', que este será el título que espero pueda aparecer el próximo otoño. Zambrano es una figura espiritual y su obra, una alta expresión de una filosofía existencial de inspiración religiosa, gnóstico cristiana.
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