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Marta San Miguel
Santander
Viernes, 22 de junio 2018, 13:43
Todo forma parte de una historia, y cada cual tiene la suya para contarse el tiempo que le ha tocado vivir. Da igual si es a propósito de un viaje, de un nacimiento o de una obra mastodóntica como la del Centro Botín, con túnel incluido bajo los Jardines de Pereda, sus más de cien millones de euros y cada una de las cerámicas nacaradas del contorno panzudo del edificio, que amenazan con caer. Lo importante de esta infraestructura es la historia que cuenta, la suya y la nuestra como habitantes de su interior, como espectadores del nuevo paisaje urbano que ha dibujado. Hace un año, todo eran expectativas. Lo llamábamos motor cultural, oportunidad, hito, emblema urbanístico, aberración. ¿Qué queda en la actualidad de toda esa toponimia? Amores y filias. Detractores y auténticos fans. Una legión de Amigos (7.013 registrados) y otra legión de escépticos. Y entre todos ellos, la realidad. ¿Qué es el Centro Botín? ¿Ha cumplido las expectativas que generó su apertura?
Por ahora es un edificio que supone un reclamo en sí mismo como icono de un paisaje de autor, el de Renzo Piano, y que combina su naturaleza de contenedor de arte contemporáneo, con los conciertos y los talleres vinculados a la educación emocional, entre otras actividades. Hasta ahí, las señas de identidad trazadas siguen intactas. Sin embargo, responder si su desarrollo es lo que se esperaba se antoja premeditado. «Es pronto para afirmar o negar, sin matices, lo que tiene que llegar a ser. El Centro sigue hablando con la intención de conquistarnos, así es que esperemos a escuchar ese discurso que nos tiene preparado», dice la escritora Ana García Negrete. El Centro Botín, más que una expectativa cumplida o fracasada, es todavía una insinuación de lo que está llamado a ser. «Creo que un año no refleja el posible desarrollo del proyecto, todavía es pronto, tenía perspectivas y líneas de trabajo muy concretas desde un principio que resultaban muy interesantes y que no acabo de ver claramente fundamentadas», dice Laura Crespo, gestora cultural al frente de DidacArt.
Durante su construcción, que comenzó en 2012, la vista se puso en su capacidad para transformar una ciudad que ya venía sacudiéndose la capa de polvo gracias a la acción de creadores y asociaciones locales, empresas privadas vinculadas al sector, así como instituciones que han fijado en la última década una programación tan estable como para desestacionalizar la oferta. Santander pasó de tener 3.000 actividades culturales en 2014 a alcanzar los 6.000 eventos en el año 2017. En el Centro Botín las cifras hablan de 230.000 visitantes, pero cómo contabilizar los que pisan el entorno, antes territorio vedado al público al ser del Puerto; los que toman café al pie casi de Peña Cabarga, los que se asoman al Pachinko para ver por primera vez la Bahía desde su misma superficie. Una infraestructura cultural tiene un alcance inabarcable, y más allá de contar visitas, lo que sucede a propósito del espacio trasciende sus paredes y supera los metros cuadrados. Por esa razón, al cabo de un año de vida, cabe preguntarse hasta dónde ha llegado su verdadero 'efecto' en la ciudad, si es que acaso se le puede atribuir esa responsabilidad a un edificio vinculado a una institución privada; y a la vez, no está de más preguntarnos cuál es el papel que nosotros, como ciudadanos, le hemos reservado en nuestras historias particulares. De ahí la invitación a veinte voces vinculadas a la cultura con el fin de conocer en este reportaje su versión de una historia que habla no sólo de un edificio sino de un episodio económico, social y cultural que nos incumbe a todos. ¿Qué ha pasado, cuál es el relato del Centro Botín en su primer año de vida?
«La verdad es que he echado en falta un mayor riesgo en las propuestas expositivas. Quizás es que no tenía altas expectativas marcadas previamente, pero sí curiosidad», dice Ainara Bezanilla, gestora cultural, vinculada al Equipo Peonza. «El arranque me resultó muy clásico y convencional, pero la línea tomada con Julie Mehretu ha llamado más mi atención, así como los encuentros y charlas alrededor de la obra de los artistas». Uno de esos artistas fue Carsten Höller y su mediático nombre vinculado a los toboganes del Tate Modern de Londres y la promesa del juego como discurso artístico. La suya fue la propuesta inaugural, para siempre en el recuerdo el pasillo de aros luminoso con los Reyes de España recorriendo el nuevo espacio lleno de luz. «La exposición ya mostraba el anhelo de un centro de arte que aspiraba a situarse en el mapa internacional y que puede conseguirlo. Y todo esto sin dejar de implicar a los ciudadanos de Cantabria, sus colegios e instituciones», dice el escultor cántabro, José Cobo Calderón. Al principio, dice, no tenía expectativas concretas, y reconoce que, desde el inicio, se había puesto el listón muy alto. «Quería y aún quiero ser conquistado con cada exposición y cada evento. Es una suerte tener en nuestra ciudad un centro como este», reconoce. Pero no siempre fue así.
ana g. negrete | escritora
«Como muchos santanderinos, he vivido la construcción del edificio con cierta preocupación, aunque con alivio al ver el resultado», dice José Santos Leal, director del Aula de Música de la Universidad de Cantabria. «Hoy es una obra arquitectónica inteligente y hermosa, pero construida sobre un solar que pertenece a la ciudad, uno de los más bellos de nuestra bahía. Los santanderinos han sido muy generosos al permitir que una entidad privada se instale en un sitio tan privilegiado». El galerista José Luis de la Fuente apunta en la misma dirección: «Sin perder de vista que se trata de una institución privada, y que a nivel galerístico no beneficia a nuestro sector directamente, lo cierto es que la imagen en el exterior ha cambiado, como compruebo en mis conversaciones con personas de lugares ajenos a Santander», dice: «La imagen de la ciudad está mejorando».
¿Se le debe atribuir esa capacidad de transformación a una actuación de esta índole? El Centro Botín se proyectó en un momento en que la cultura salía en la foto de todas las portadas. Es decir, su papel en la capital se leía como un eje estratégico de la política, después de saltar de la periferia de los creadores hasta los despachos institucionales. Vicente G. Marcos, al frente de la Asociación Sol Cultural, se refiere a este fenómeno como el de las «catedrales postmodernas». El concepto alude a la misma idea con que se construían antiguamente las catedrales: «Cada ciudad debía de tener una, cuanto más grande y lujosa, mejor, en la que los poderosos invertían su dinero para construirla. Eran un lugar de peregrinaje, donde la gente iba para mostrar veneración, como sucede ahora con los grandes centros de arte». Y en ese sentido advierte de cierto peligro «de las bases de los movimientos culturales», si todo se centra en grandes 'catedrales' que lo fagociten todo.
josé santos leal | Aula Música UC
Una de las obras más efectivas y con capacidad de transformación fue el Guggenheim. Dada la cercanía, en Santander no pocas voces empezaron a presuponer una capacidad equiparable a la del museo de Bilbao, que desde la margen izquierda de la ría, logró mutar la ciudad y hacer de la cultura una poderosa industria. ¿Por qué atribuir capacidades a escenarios tan distintos, con formas de actuación tan dispares? Bruno Ochaíta, fotógrafo y diseñador de Mutta Estudio, separa entre ambos conceptos, tantas veces mezclados en el imaginario de los cántabros. «Al principio era reticente al Centro Botín, no por cómo era el edificio sino porque fue algo impuesto por una entidad privada sobre suelo público. Y aunque lo que hicieron aquí no es lo mismo que se hizo con el Guggenheim, el rediseño urbanístico es muy valorable y ahora el entorno lo aprovechamos mucho más, yo el primero, puedo patinar, pasear, usar la cafetería. Y como edificio es perfecto, el diseño, la funcionalidad». En ese sentido, Juan Calzada, histórico gestor cultural, admite «cambios importantes» desde su inauguración, sobre todo el de «ponernos en un nivel internacional donde antes no había nada en concreto», pero, matiza, nunca llegó a pensar «que iba a cambiar nada de la vida cultural de Cantabria ni de Santander»: «Sabía que no era un proyecto museístico como el de Bilbao», dice.
Las oportunidades que ha generado en este primer año se traducen en dos ámbitos. Por un lado, el que identifica Enrique Bolado: «El Centro se está confirmando como lugar de atracción de ese turismo cultural que es cada vez más importante cualitativa y cuantitativamente». Y añade el papel que algunos santanderino han adoptado en este último año: «¡He llevado a tanta gente de fuera a conocer el edificio que ya estoy aburrido!», bromea. Por otro lado, desde el ámbito del coleccionismo, Jaime Sordo, artífice de la colección de arte contemporáneo Los Bragales, advierte que «los museos no sólo son para profesionales y amantes del arte sino que deben ser para un público en general. Y aunque queda la duda de quién ha atraído los visitantes este año, si ha sido el continente o el contenido, todo es bueno porque Santander se da un baño de cultura y en concreto un baño de arte contemporáneo».
Sin embargo, no todas las voces muestran la misma conformidad. Para el fotógrafo Javier Vila, el Centro Botín no ha cumplido con las expectativas depositadas precisamente porque «no ha sido el elemento transformador que se anunció a bombo y platillo con despliegue de infografías y datos, con adhesiones de múltiples presidentes de asociaciones de vecinos incluso de asociaciones de comerciantes. Haciendo un balance económico, no ha cumplido».
La prudencia pide más tiempo para valorar el impacto de su apertura. Es un proyecto «a largo plazo y hay que esperar a ver algunos ciclos expositivos completos para entender la dinámica o afianzar una opinión», sostiene Noemí Méndez, gestora cultural y crítica de arte. Como ella, más voces piden retomar la senda marcada desde la Fundación y su espacio en Pedrueca. «Creo que ha dinamizado el entorno y el contexto, pero quizás hecho en falta la continuidad con el proyecto de internacionalización que se venía haciendo y con la que comenzó el Centro», dice Méndez, «exposiciones referenciales que van a ser difíciles de superar por otras instituciones como Tacita Dean, Garaicoa, Kounellis, Hatum, Julie Mehretu».
Noemí Méndez | crítica y gestora
En esa línea se sitúa la perspectiva de otra gestora cultural y comisaria, Carmen Quijano: «Echo en falta una dimensión más contemporánea e internacional en las últimas exposiciones. Estábamos acostumbrados en la antigua sede de exposiciones a poder visitar unas muestras que siempre sobrepasaban las expectativas generadas y puede que quizá este hecho influya en mi observación», aunque advierte que «un año es poco tiempo para comparar ambos espacios y programaciones».
El desafío lo identifica el escultor José Cobo Calderón: «La versión del arte contemporáneo que recibimos por medio del Centro Botín se ajusta a la manera de entender el arte en los focos artísticos más activos e influyentes en la actualidad. El reto es diferenciarse de otras instituciones similares manteniendo un nivel de calidad encontrada en lo inesperado».
Se trata de «socializar el museo, abrirlo y generar nuevas expectativas hacia futuros nuevos visitantes» del arte contemporáneo sin olvidar la labor didáctica, advierte Jaime Sordo: «Los que creemos en el arte contemporáneo sabemos la falta de formación que hay para crear nuevos públicos». En ese sentido, surge de forma paralela a su actividad la importancia de incorporar, dice, una nueva vía de formación o divulgación en la que se mueve la Fundación Botín de unos años a esta parte; la educación emocional a través de las artes (el Máster comenzó en 2011) como una herramienta para formar nuevos públicos, acercar la cultura desde conceptos que vinculan a un público familiar con la didáctica de la creatividad.
La suma de todo es la marca Centro Botín. Y el reto ahora es saber hacia dónde va a dirigir sus pasos para abundar en un concepto, el de hacer de la creación y el arte un vínculo, cuando precisamente es ese vínculo lo que más se echa en falta en las voces preguntadas al respecto. Como apunta Lidia Gil, historiadora del arte y comisaria, «están haciendo una gran labor de acercamiento al gran público que no está acostumbrando al arte contemporáneo, y está bien trabajar en esa dirección, pero quizá deberían imbricarlo más en la escena regional, con artistas y profesionales». «Los retos dependen de ellos, son una institución privada y ellos deben tener claros sus objetivos», dice Noemí Méndez, sin perder de vista que de lo que estamos hablando es de un proyecto diseñado por una entidad privada, afianzado sobre el espacio público y con la promesa de vincularse al tejido de la ciudad. Porque esa es al final la gran acción de esta historia. ¿Cómo se encuentran los agentes locales, los ciudadanos y los intereses de un organismo privado? «Espero que se pueda generar más fluidez con la ciudad y que podamos disfrutar de algo que, realmente, ya se venía haciendo, al menos a nivel expositivo, y que ahora, gracias al nuevo emplazamiento reúne las condiciones idóneas para generar más contenidos», añade la gestora. En la misma línea argumenta la galerista Alexandra García: «Que continúen cuidando la calidad de las exposiciones que ofrecen a esta ciudad, que sea un escenario para todos los públicos, pero sobre todo que sea más permeable con el tejido cultural de la ciudad», dice. También Mónica Álvarez Careaga, comisaria de arte contemporáneo, abunda en está línea: «He visitado las exposiciones y me contactaron para hacer la visita guiada de una de ellas, pero me gustaría que me invitaran a participar con algún proyecto importante en el centro de arte contemporáneo de mi ciudad».
¿Existe o no esa distancia? Para Javier Vila, hay una metáfora entre la ciudad y el Centro: «Es como un ovni que sobrevuela a tres metros del suelo. Me gustaría que este potencial, y todas las declaraciones en favor de la cultura en Cantabria, y Santander en especial, se manifestara en que esas escaleras que lo separan del suelo fueran un enlace con la ciudad, que tuviéramos más imbricación en los actos culturales, más artistas cántabros, apoyo a la creación en la región». De qué manera se puede trazar esa vinculación es lo que se pregunta el fotógrafo Bruno Ochaíta: «Le pedimos que cuente con el tejido local porque ha encargado el diseño fuera de Cantabria, pero es una actitud cuando menos provinciana, esa no es la manera de unir el Centro Botín a la ciudad, tiene que haber más formas», dice. En ese sentido, José Santos cita «el concierto inaugural del Ensemble Instrumental, formado por jóvenes músicos cántabros con una trayectoria brillante y bajo la dirección sabia de Esteban Sanz», recuerda. Para Ochaíta, «es pronto para saber si lo están haciendo bien o mal, incluso cuál es el objetivo a cumplir. Están pasando cosas, es decir, aunque no me guste Miró, fui a la exposición y me encantó la convivencia entre la obra y el espacio. Lo mismo con Carsten Höller. Era escéptico y aún no entiendo el Centro, pero...». Y en ese 'pero' cabe un relato entero, el de las carencias y las colas para acceder o pedir un café, el de las expectativas y nuevas oportunidades, todas las fotos desde la nueva terraza.
Lo que es indudable llegados a este punto es que Santander ha ganado un lugar. El término engloba todo lo que se le presupone al Centro Botín, no sólo como espacio físico, en su asignatura por trascender la pura iconografía del edificio, sino también porque en su entorno sucede la palabra, la música, el encuentro: «No cabe duda de que hay un nuevo lugar de reflexión, imprescindible en un espacio que pretende mostrar el trabajo intelectual de artistas modernos y contemporáneos sea cual sea el área de su trabajo. Esa es su mejor virtud», dice Ana García Negrete: «El Centro Botín es reflexión sobre el mundo que nos abarca, y también para abrir los ojos a lo que no nos gusta».
Javier vila | fotógrafo
Hasta qué punto es «el nuevo polo de la vida ciudadana», como plantea el arquitecto Moisés Castro, «un lugar de encuentro, de estancia, de diálogo de Santander con su Frente Marítimo y con la Cultura, regalando a la ciudad actividades de primer orden». Y añade el actual decano del Colegio: «Más allá de su contenido, el espacio de la planta baja, el 'Pachinko' y el mirador de la planta superior y sobre todo la integración de todo este complejo en unos Jardines de Pereda renovados de modo muy inteligente han revitalizado la zona de un modo magnífico».
La fuerza de este tirón, unida a la belleza del entorno, es la oportunidad que identifica la librera Carmen Alonso para estimular la llegada de más público: «Veo que hay mucha gente fuera del edificio y muy poca dentro. No sé si es las horas a las que voy, pero muchas veces las exposiciones están casi vacías. Hay que atraer al público y hacerles entrar; mucha gente va creyendo que es un sitio para ver el mar, como un monumento por así decirlo, y es un centro de arte y cultura, hay que intentar integrarlo más, sobre todo al público joven y a los niños, que los padres les lleven allí cuando llueve a ver una exposición en vez de a un centro comercial».
¿Por qué no? Por qué no apostar por nuevos programas, «por talleres a horas distintas», como propone Laura Crespo. Por qué no escribir nuevas páginas en esta historia que hablen de «riesgo», como apunta Ainara Bezanilla: «Espero que se arriesgue con sus propuestas, que realice actividades y muestras inusuales en la oferta de Santander», dice. «Ahora mismo tengo la sensación de que asisto a algunas de sus propuestas porque se realizan en la ciudad en la que resido, pero, que si fuera en otra, de momento, no me atraería como para desplazarme a visitarlo».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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