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El trabajo de los prehistoriadores a la hora de leer el pasado tiene doble mérito. Su fuente no son los escritos, por eso a esta ciencia la llaman Prehistoria. Tampoco existe un método científico infalible para leer ese pasado; porque el avance tecnológico y del conocimiento arroja nuevas formas de mirar. En un símil contemporáneo, sería lo más parecido a leer un texto a través de palabras perdidas en las paredes de una cueva y en una lengua desconocida.
«Está muy manida la frase de que sin ciencia no hay futuro. Yes totalmente cierta, porque sin conocimiento, sin innovación, todo se estanca. Pero yo añadiría otro matiz, y es que sin ciencia no hay pasado. Sin el trabajo de los investigadores, es imposible llegar a entender de dónde venimos y cómo fueron los orígenes de la humanidad». El catedrático Manuel González Morales defiende la labor del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria (Iiipc), que en la región protagoniza el grueso de esta labor científica.
Cerca de 30 investigadores se desplazan anualmente a varios puntos del planeta, allá donde existen yacimientos;aunque el grueso de la actividad se concentra en esta región, que por la naturaleza carstica del subsuelo alberga una riqueza patrimonial sin parangón.
«La mayor parte de los yacimientos en Cantabria se encuentran en cuevas», señala el actual director del Iiipc, Jesús González Urquijo. «Es un efecto no tanto de que fueran las zonas más habitadas, porque de hecho el hombre del Paleolítico vivía más al aire libre y en la boca de entrada a las cavidades. Pero es precisamente lo que está en el interior, lo que se ha conservado mejor», razona el experto.
Cuando se descubre un yacimiento, el primer paso es estudiar la estratigrafía. Analizar los materiales que se han ido acumulando en el suelo a lo largo de los milenios. «Se comienza a excavar y se van recuperando los restos. Se relaciona unos con otros, se trata de comprender cómo se ha formado todo ese sedimento...», cuenta Urquijo. Es un proceso muy cuidadoso y lento. Para tomar perspectiva de los tiempos, para estudiar tan solo un metro cúbico de tierra se puede invertir hasta un mes de trabajo de un equipo de unas 20 personas.
Es una labor vocacional, que se desarrolla a la luz de las lámparas y en unas condiciones poco confortables. Sentados en el suelo, de rodillas, durante horas y envueltos en la humedad que impregna cada espacio de ese subsuelo. Durante las semanas de excavación, la cueva vuelve a convertirse en un hogar de personas, al menos para el grupo de investigadores.
Existen cuevas en Cantabria que explican, para quien sabe leerlas, cómo fue el pasado de los primeros pobladores de la zona. Han transcurrido más de 25 años desde que comenzaron a estudiarse cavidades tan importantes como el Mirón (Ramales de la Victoria) o la Garma (Ribamontán al Monte). Los grabados rupestres en el primer caso han asombrado a los científicos; y los estratos de la Garma aportan información no solo del Paleolítico, sino también de otros periodos como el Neolítico o las edades de los metales. El Pendo, en Camargo, es otro de los focos donde los estudios se han intensificado, aunque se encuentran en una primera fase. Y en la cueva de la Fuente del Salín (Val de San Vicente), existe un mural de manos pintadas sobre la roca que sirve para descubrir quienes habitaron el lugar. Otra joya, el complejo de cuevas de El Castillo, en Puente Viesgo, ha arrojado mucha información sobre el periodo en que aconteció la extinción de los neandertales y la hegemonía de los sapiens.
El primer procesado de todo ese material se desarrolla en el mismo yacimiento. En una mesa a pié de excavación se clasifican las piezas más importantes que se van rescatando bajo tierra. Es el primer paso de un trabajo que configura la segunda fase de todo el proceso investigador, el que se desarrolla en el laboratorio.
«La tarea en el yacimiento se suele concentrar en los meses estivales y lleva unas cuatro semanas o seis;pero luego hay que analizar todo eso en el laboratorio y lleva mucho más tiempo». Un verano de recopilación de restos puede ocupar el resto del año en el laboratorio, acredita la investigadora del Iiipc Ana Belén Marín.
«Si son huesos, tratamos de identificar a qué tipo de persona o animal corresponden, a qué parte anatómica; si tiene procesado humano, marcas de carnicería o de depredación...», aclara Marín.
Para un no docto es complicado de entender la 'magia' que rodea a toda la ciencia arqueológica. Los métodos científicos han avanzado hasta un punto en que un mínimo resto puede alumbrar cantidades apasionantes de información del pasado. Estudiar la química de un simple hueso puede narrar casi la historia completa de su propietario: quién era, cuando vivió, con qué edad falleció y por qué causas... Qué comía y hasta cuál era su ascendencia. Recientes estudios de la genómica de varios restos de neandertales y sapiens encontrados en Próximo Oriente demuestran que existió mezcla genética entre ambas especies. Es la causa, por ejemplo, de que el hombre actual conserve aún hasta un 4% de ADN neandertal.
«Nosotros tenemos en el laboratorio de bioarqueología una de las osteotecas más importantes del norte de España. Esto nos permite comparar lo encontrado en los yacimientos con lo que tenemos y usarlo de referencia para identificar los restos», cuenta Ana Belén Marín. «Lo bueno que tiene la ciencia prehistórica es que se nutre de especialistas de diferentes ámbitos. Hay genetistas, estadistas, médicos, historiadores, biólogos, físicos...» Cada uno aporta una pieza clave para comprender cómo era la forma de vida de los grupos humanos en el pasado.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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