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«Una de las grandes regalías de mi vida ha sido ser académico para aprender, no para enseñar», dice Darío Villanueva (Villalba, 1952). El gallego fue director de la Real Academia Española de la Lengua entre 2014 y 2018. Catedrático de la Universidad de Santiago ... de Compostela y profesor, es también escritor con una prolífica obra en la que su trabajo más reciente es 'Poderes de la palabra' (Galaxia Gutenberg, 2023), una recopilación de ensayos en los que muestra la aplicación de la retórica a diversos campos. Lo presentará el viernes en el Aula de Cultura de El Diario Montañés (19.00 horas)
-En su ingreso en la Asociación de Academias de la Lengua (Asale), en 2015, mencionó que «el ejercicio de la palabra ha ido acompañado del poder demiúrgico no solo de reproducir la realidad, sino también de crearla». Ahora le dedica un libro a esos poderes de las palabras.
-Ese poder demiúrgico de crear la realidad, es algo que ahora se está repitiendo mucho. Se dice que lo que no se nombra no existe. Estoy en contra de esa idea. Suelo citar el comienzo de 'Cien años de soledad'; cuando el padre de Aureliano Buendía lo lleva a que vea el hielo dice «el mundo era tan nuevo que muchas cosas todavía no tenían nombre y para designarlas había que señalarlas con el dedo». Las cosas existen y después se les pone un nombre. Ahora se utiliza la idea contraria, con un origen religioso mítico que no es real. De esto se deriva el concepto de que el problema de la realidad son las palabras y suprimiéndolas se suprime el problema
-Si lo que no se nombra no existe, ¿lo que se deja de nombrar desaparece?
-Claro, eso es lo que se pretende. Este libro es continuación de 'Morderse la lengua' (2015) y previo al cierre de la trilogía que será 'El atropello a la razón'. El argumento es ese y lo documento con una experiencia personal muy directa. Cuando fui secretario de la Real Academia durante cinco años y director durante cuatro, estuve recibiendo presiones continuas y en ocasiones muy agresivas, para que se retiraran palabras del diccionario. Siempre con la buena voluntad de resolver el mundo. Y hay que oponerse totalmente: la palabra no es culpable de la realidad y por tanto, si existe, porque la han creado los hablantes, la academia lo que tiene que hacer es recoger esa palabra, que luego será utilizada o no por cada hablante. Las palabras no son de uso obligatorio, pero las realidades sí son de consideración obligatoria. Si quieres remover una realidad tienes que recurrir a procedimientos que no son tan fáciles como cambiar una palabra. Lo dije hace poco: es más fácil y cómodo decir 'niñes' y 'todes' que luchar contra la ablación del clítoris. No se avanza en la igualdad con esos términos. Es una ficción posmoderna muy cómoda, un sucedáneo de la realidad.
-¿Este caso ejemplifica el uso político de una palabra para conseguir determinados fines?
-La manipulación de las palabras ha existido siempre, con intereses ni siquiera ocultos, pero sí de dominio o poder, político o económico. Las palabras pueden ayudar a que confundamos realidades, a encubrirlas, volverlas opacas o darles otros significados.
-En esa etapa en que presidió la academia, el debate en torno al poder de las palabras y su tratamiento, ¿es el mismo en cada una de los 24 centros del panhispanismo?
-Las academias tienen un trabajo continuo sobre cuestiones más bien técnicas. A ello dedican todos sus esfuerzos. La cuestión lexicográfica, el diccionario, todo lo que tiene que ver con la gramática, la ortografía y este tipo de cosas se hablan, pero no son un tema central en modo alguno. Se sitúa en otro plano. El de un debate ideológico y sociológico y en eso las academias tienen cuidado porque hay mucho trabajo que hacer. Se mantiene ese raro consenso que caracteriza el funcionamiento de Asale. Una lengua como la nuestra, extendida en cuatro de los cinco continentes, con casi 600 millones de hablantes, se beneficia de la unidad. Cada academia es pararrayos de su sociedad más inmediata; no es algo transversal. Al final, siempre hay salpicaduras.
- ¿La publicidad es el campo donde el uso de la retórica es más libre porque ya damos por supuesto que nos quieren convencer de algo?
-Yo soy un gran admirador de la creatividad de los publicitarios. Hay de todo, como en la viña del Señor, pero en España, el nivel de los creadores de publicidad es muy alto y manejan muy bien la palabra, si bien hoy en día es imposible concebirla sin la fuerza de la imagen. Son unos retóricos extraordinarios; conocen todos los entresijos y todas las técnicas que la retórica, desde los griegos, codificaron y presentaron siempre con el objetivo que tenía, que era llevar el huerto al público. Es simplemente una disciplina pensada para que alguien convenza de cualquier cosa a quien desea convencer llevándolo a su posición interesada y evitando la violencia. Eso se hizo con la política y se sigue haciendo con ella, pero en la publicidad ocurre tres cuartos de lo mismo, aunque se trate de vender un producto.
-Que se genere un debate social en torno a la tilde de una palabra como 'solo', ¿qué le parece?
-Es una tontería. ¿Tú al hablar usas tildes? No lo hacemos en español. Es una rayita que se pone por escrito. ¿Vamos a tener que buscar un gesto o un guiño de ojo para cuando sea adverbio o cuando sea adjetivo? Porque según dicen algunos hay un problema de confusión terrible que solo se arregla con la tilde. La lengua hablada, que es la manera fundamental de usar el español ¿lo necesita? Convertir eso en un tema de primera entidad, cuando hay otros mucho más importantes es una tontería.
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