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PILAR G. RUIZ
santander.
Miércoles, 9 de agosto 2023, 02:00
«Cambia mucho la cosa» de poder ver las caras que uno tiene enfrente cuando canta, a cómo se siente el artista que tiene enfrente un mar de miradas silenciadas por las mascarillas. La última vez que Diego El Cigala pasó por Cantabria, la pandemia ... aún mandaba en los protocolos de los espectáculos. Esta noche en Comillas, podrá mirar a su público frente a frente. Será en el ciclo Caprichos Musicales, que se celebrará en el Palacio de Sobrellano (22.00 horas) con entradas a la venta desde 48 a 65 euros en la web loscaprichosmusicales.es.
El cantaor ha estrenado ya el primero de los singles del que se será su nuevo disco, dedicado a los boleros, que se publicará íntegramente en septiembre. Es parte de su constante inquietud creativa y del afán por meterse en charcos sonoros que han tenido significado en su larga trayectoria, que se remonta a su adolescencia. El destino musical previo fue México. Canto las rancheras del país que «me abrió las puertas de Latinoamérica y al que vuelvo desde hace veinticinco años», explica. Canta por José Alfredo Jiménez, por Chavela Vargas, por Vicente Fernández y pone voz a las composiciones de Armando Manzanero. Referentes que van desapareciendo y con ellos un legado. «Ahora la música va por otros derroteros y eso se está perdiendo», lamenta. Un patrimonio que merece la pena proteger, porque «el folclore musical es también la memoria de un país». Él siente la responsabilidad de subirse a un escenario para darle vida al del suyo propio.
Partiendo del flamenco, que es «un estado vital que se aborda desde las alegrías o las penas propias», al jazz, el tango, o cualquiera de las manifestaciones a las que ha prestado su voz. Impredecible, impetuoso, viviendo más de tarde que de mañana, asentado en su propia figura, se ha hecho un hueco entre el público que gusta de los sonidos de raíz, pero quiere una dosis de mezcla con otras experiencias sonoras.
A los 15 años, Diego, que en realidad se llama Ramón Jiménez Salazar, se escapó de casa para iniciar una gira con compañías de baile en Japón y Australia. Esa experiencia única le sumerge de lleno en el lenguaje universal de la música y su naturaleza integradora de culturas, un mensaje que está presente a lo largo de toda su trayectoria. «Cuba tiene a los soneros, Portugal el fado, Brasil la samba», enumera. Y él no dice que no a nada. De todo el proceso creativo, su parte favorita sigue siendo meterse en el estudio y darle forma a las canciones. Allí dentro «soy la rehostia», bromea con respecto a su exigencia. Sobre el escenario, solo necesita un acompañamiento de piano para callar a la audiencia y lograr ese embrujo propio de un género que hunde sus raíces en el recuerdo. «Eso se tiene o no se tiene», zanja, entre el tintineo de anillos, pulseras y collares de gruesa factura que siempre le acompañan.
A sus 53, ha saboreado las mieles del reconocimiento mundial tras meterse, en el año 2002, en un estudio con el pianista Bebo Valdés. Allí se fraguó 'Lágrimas negras' y lo demás es historia.
El año pasado, Chucho Valdés, hijo del que fuera su compañero y maestro, Bebo, vino a este mismo ciclo, definió el jazz como un paseo a través de la música que uno no debe perderse. «Desde luego», coincide el madrileño «un paseo fundamental».
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