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Se exhibe en el Museo Picasso de Málaga una gran exposición sobre María Blanchard (Santander, 1881; París, 1932), una retrospectiva que ha reunido ochenta y cinco obras significativas, importantes, para ofrecer un recorrido cronológico por las etapas que atravesó la trayectoria creativa breve, pero intensa, ... de esta pintora singular.
'María Blanchard, pintora a pesar del cubismo', comisariada por José Lebrero Stals, reúne obras prestadas por alrededor de cincuenta museos y grandes colecciones, entre las que hay que destacar las cedidas por el MAS y por el Gobierno de Cantabria, fundamentales para describir su etapa de formación. Algunos cuadros no habían sido nunca antes expuestos.
En esta retrospectiva, podemos ver una eficaz selección de trabajos que muestran su aportación al movimiento cubista, obras plenas de madurez, de investigación sobre la concepción del espacio, sobre la percepción de las formas, fuertes de línea y color, radicales, sobrias, constructivas, equilibradas, de las que puede ser buen ejemplo 'Mujer con guitarra' (1916-1917), del Petit Palais de Ginebra, en la que ya está presente, además del complejo entramado visual, el interés por el espacio creado a partir de lo que se toca con las manos.
En cierto modo, el mundo masculino del cubismo que se movía en torno a la vida de relaciones en el café, el bodegón, la amante, el vino, la guitarra, los cigarrillos, lo público cercano, evoluciona, en su etapa posterior, más personal, hacia una figuración de raíces cubistas de sensorialidad intensa, hacia las figuras de las madres, las tareas domésticas, las mujeres en su intimidad y en su trabajo, en sus relaciones de sororidad, hacia un lugar en el que el hombre prácticamente desaparece. Evoluciona del tiempo fragmentado y escaso del cubismo a un tiempo lento, demorado en lo doméstico, en lo íntimo.
Según avanzamos por la exposición, los rostros de las protagonistas nos asaltan, nos sorprenden por la gran emocionalidad que reflejan, se llenan de ternura, de empatía e interpelan con fuerza al observador: aparece una intensa, sobrecogedora carga emocional.
Escenas domésticas, niñas, mujeres trabajadoras, maternidades. Si la etapa cubista es, en María Blanchard, una investigación acerca del mundo de la mirada y de cómo esta construye el espacio desde su parcialidad e inestabilidad, un espacio visto, no como recipiente inerte, sino como acontecimiento transitorio, su obra posterior a 1920 está construida alrededor del mundo del tacto, de todo lo que se toca y se siente, vinculada al universo de los sentimientos. Al recorrer 'María Blanchard, pintora a pesar del cubismo', he sentido la fuerte presencia de las manos que, como en Caravaggio, toman un papel protagonista en las obras. Aparecen las sensaciones hápticas, los lugares cercanos que puede alcanzar la mano, vividos, sentidos a través de la piel. Los factores que conforman el universo del tacto tienen una gran importancia en la obra de Caravaggio, que buscaba la exquisita representación de un mundo de sensaciones intensas, de una sensualidad inmediata, intimista. Una simpatía por la fisicidad, por la materia encarnada que lo hace alejarse, como a María Blanchard, de lo simbólico, para sumergirse en un territorio material, untuoso, sensible, opuesto a los planteamientos grandilocuentes. Ese interés por el universo del tacto se ve reflejado en la importancia que dan ambos a las manos que, además de ser tocadas por la vista del espectador, reflejan lo sentido por el personaje. Las manos son expresivas no solo por su capacidad para el gesto que refleja las emociones, sino también por su capacidad para transmitir el calor de lo sentido. «Lo que vemos a través del andamiaje –o la abstracción– es el tacto: su palpación del mundo a través de la pintura convertida en una imagen del acto de tocar», nos dice Griselda Pollock en el catálogo de la exposición cuando comenta el cuadro 'La cocinera' (1923).
Pasión, intensidad, reflejada en la fuerte convivencia de colores complementarios, de luces y sombras marcadas, crueles, a la vez que extremada delicadeza, a la vez que la ternura envuelve los suaves perfiles curvados que expresan la fragilidad quebradiza de sus personajes, que desnudan el rigor de su debilidad ante la mirada acogedora de la observadora cómplice.
Son escenas en las que toda la materia expuesta es sensible, como un cristal, a los reflejos de la luz y de la mirada del espectador. Vemos la membrana que nos separa y nos une al mundo, la placenta, la fuerza de la dulzura, la energía de lo frágil. Todo su trabajo tiene un halo autobiográfico, una sincera implicación personal. No es casual que su gran compañero en la aventura creativa, Diego Rivera, dijera que: «sus manos eran las más bellas manos que yo jamás había visto». Pinta con sus bellas manos, otras tan hermosas como expresivas. Esta exposición, brillante y necesaria, reivindica la presencia de la obra de una autora que había quedado al margen de las grandes narrativas del progreso competitivo, al margen de la narrativa dominante, una autora que crece en importancia cada vez que regresamos a ella. Como dice Lebrero: «La bella todavía duerme en su bosque esperando que nuevas princesas lleguen para despertarla».
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