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Galdos Santanderino

Galdos Santanderino

De sus estancias en la ciudad a la pérdida de San Quintín. No solo en los veranos, sino también durante varios inviernos como le confesó a Azorín en una entrevista

Sábado, 4 de enero 2020, 07:48

A Benito Madariaga, 'in memoriam'

Los santanderinos en particular y los cántabros en general heredamos al nacer un sentimiento de culpa –especie de pecado original– por no haber sabido conservar en la capital de Cantabria el inmenso legado que nos dejó Benito Pérez Galdós.

«Me será muy difícil ser completamente imparcial hablando de Santander y de los montañeses, por el mucho cariño que tengo a este pueblo, mi cuartel de verano, mi refugio contra el calor desde hace catorce años», escribía Galdós en 1885.

Había llegado por vez primera a la capital en 1871. Así lo refiere Benito Madariaga –el mejor biógrafo de sus andanzas por nuestra región–, en su libro 'Pérez Galdós. Biografía santanderina': «Un día de estío santanderino de 1871 llegaba de viaje a la capital de la Montaña un joven escritor que, según parece, se quedó alojado en la fonda 'La Europa', en la calle Atarazanas. Contaba entonces el visitante 28 años, y diez más que él su inesperado y nuevo compañero, José María de Pereda, que con ánimo de conocerle había preguntado en aquella modesta fonda por don Benito Pérez Galdós».

El carácter abierto y expresivo de Pereda fue el mejor remedio para superar el muro inicial que imponía la personalidad más retraída de Galdós. Y fue el propio Pereda quien, pasado el tiempo, además de abrirle a la amistad de un grupo importante de intelectuales regionales, que luego Galdós ampliaría, le acompañó a visitar Cantabria (fruto de uno de esos viajes, el autor canario publicó 'Cuarenta leguas por Cantabria').

Aquella ciudad, que había tomado como «cuartel de verano», se convertiría con el tiempo en un destino ineludible. El escritor pasó primero por fondas, luego por alojamientos independientes del Muelle, y en 1877 hizo el primer intento de alquilar «en El Sardinero una casa amueblada a un precio razonable […] pues mi familia no transige ya con el inaguantable viaje a diario de Santander al Sardinero». La amistad con Pereda se había consolidado fuertemente, pese a la diferencia ideológica de ambos. Por eso el escritor de Polanco le escribió una carta en la que mostraba su temor a que, ante la dificultad de encontrar una casa digna y asequible, decidiera no volver a Santander: «Mucho sentiría que se malograsen sus propósitos, pues no le ocultaré que la presencia de usted en Santander, en cada verano, va siendo una necesidad para mí, y eso que cada vez me parece verle más empeñado en matarme a pesadumbres ]…]». La producción literaria del escritor canario, la venta de sus libros y el éxito de algunas obras teatrales le permitieron adquirir unos terrenos, primero, y construir más tarde un chalet próximo al Sardinero: 'San Quintín'. Y desde ese momento –año 1892– hasta 1917, acudió puntualmente a Santander, no solamente en verano, como es bien sabido, sino que sus estancias alcanzaron en más de una ocasión los inviernos, como él mismo confiesa a Azorín, en una entrevista realizada en el chalet de 'San Quintín' en 1895: «Esta chimenea –le dice a Azorín, refiriéndose a la que ocupaba un lugar central en su estudio– no la he encendido nunca; no se ha estrenado. He pasado aquí inviernos enteros; pero no siento frío. Lo único que molesta es el viento; es un viento furioso, que hace trepidar la casa. Está uno durmiendo y parece que va a volar la cama».

47 años de vecino le sirvieron para conocer nuestra región a fondo, bien viajando por ella con Pereda, bien con Rubín, su jardinero

Cuarenta y siete años de vecino le sirvieron para conocer nuestra región a fondo, bien viajando por ella con Pereda, bien con Rubín, su jardinero, tal como le relata a Azorín en esa misma entrevista: «Yo salgo mucho por los pueblos, acompañado por este jardinero que tengo aquí… un buen hombre ». Y, en efecto, Rubín fue un gran hombre, siempre fiel a Galdós. La web del Gobierno de Canarias recoge esta semblanza: «Rubín era un antiguo carabinero destinado en el cuartelillo de La Magdalena al que Galdós había confiado las llaves de la finca para que la cuidara cuando él estaba en Madrid, y luego le propuso contratarlo como jardinero mayor de sus plantaciones […] Pero, además de jardinero, Rubín hacía las veces de guarda, mayordomo y de amigo y acompañante de Galdós en San Quintín y en muchos de su viajes por España en diligencias, caballerías o trenes con billetes de tercera clase».

El propio Galdós le ratificaba a Azorín que para visitar los pueblos «hay que viajar en tercera; yo he hecho así muchos viajes. De otro modo no es posible enterarse, porque los señoritos que van en primera no pueden enseñarnos nada».

Rubín murió nueve años después de don Benito, sentado en el banco que había junto a la puerta de entrada de la finca, esperando a que llegase el pan y la leche, como había hecho durante los treinta años anteriores.

Muchos años más esperaron los herederos de Galdós para ver si el Ayuntamiento de Santander se decidía a adquirir la finca de San Quintín tras la muerte del escritor, pero pasaron las corporaciones –monárquicas o republicanas– y, pese a la voluntad de todas ellas, nada se arregló al respecto. Para colmo, la suerte dio la espalda. Refiere José Ramón Saiz Viadero que «después de muchas demoras, silencios políticos y dilaciones administrativas, finalmente habíase encargado a la persona de don Manuel Azaña Díaz, a la sazón Presidente de la República, la tarea protocolaria de tomar posesión de la finca en nombre del Estado y de la Diputación provincial, puesto que tanto uno como la otra formaban parte del acuerdo que se repartía la propiedad y consecuentemente se comprometía a hacer frente a los gastos derivados de esta adquisición. El presidente Azaña tenía pensado para aquel verano de 1936, gobernando el Frente Popular, veranear en Santander […] Pero la fatalidad, en forma de insurrección armada, iba a dar al traste con el proyecto para 'San Quintín', tan largamente acariciado como dilatado desde que surgieron las primeras iniciativas allá por el año 1919».

Voluntad
1895

Voluntad

Obra de teatro dividida en tres actos que narra y retrata la vida de la clase media en el Madrid galdosiano de finales del S. XIX.

El abuelo
1897

El abuelo

Galdós, ya maduro, vierte su pesimismo sobre la sociedad española y su visión moral del amor como fin último del ser humano.

Perdimos, pues, la finca y la casa. Perdimos todos los libros y los documentos de su interior. Perdimos los muebles. Perdimos las fotografías y los recuerdos. Por perder, perdimos hasta el edificio, pues quienes lo compraron no tuvieron la suficiente sensibilidad para conservar algo de él y cambiaron radicalmente su estructura. (Menos mal que gran parte de los libros, muebles, fotografías y recuerdos están a salvo en la Casa-Museo Pérez Galdós en Las Palmas de Gran Canaria).

El 8 de enero de 1920, cuatro días después de la muerte de don Benito, aparecía en la primera página de El Cantábrico este texto, como acusación premonitoria: «Adquirir esta finca es una obligación que impone a Santander la gratitud, tanto como la admiración, porque algún día nos sacarían 'los colores a la cara' si nos dijesen que habíamos permitido que la casa de Galdós, con todo lo que contiene, cayese en poder de algún veraneante […]».

De ahí esa cara colorada, esa culpa y ese pecado original con los que nacemos los santanderinos, en particular, y los cántabros, en general. Nuestros antepasados tuvieron todo en sus manos y no supieron preservar el legado del mejor novelista español. No supieron siquiera conservar las paredes en cuyo interior se fraguaron muchas de las mejores obras que escribiera el gran titán de nuestra literatura.

En julio de 2019, adelantándose a la conmemoración del centenario de la muerte de nuestro ilustre convecino, a modo de desagravio que tiene mucho de penitencia, el Ayuntamiento de Santander publicó un libro coral, 'Galdós santanderino', para evocar la presencia en Santander del gran novelista canario mediante siete visiones literarias (Juan Gómez Bárcena, Jesús Ruiz Mantilla, Gonzalo Calcedo, Enrique Álvarez, Javier Tazón Ruescas, Gerardo Gullón y Joaquín Leguina), enmarcadas entre un escrito de José Ramón Saiz Viadero y una entrevista de Azorín a Galdós, que sirven para centrar los textos. Un dibujo de Andrea Reyes ilustra su portada, con un caligrama que recoge la frase de cariño de Galdós a nuestra tierra y a nuestros paisanos: «Me será muy difícil ser completamente imparcial hablando de Santander y de los montañeses, por el mucho cariño que le tengo a este pueblo, mi cuartel de verano, mi refugio…».

Y a nosotros, don Benito, nos será muy difícil hacerle justicia. Aunque esta vez hemos dado un pequeño primer paso.

Que no sea el único.

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