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A Juanjo Quiñones, todo el mundo, y remarca, «todo el mundo», le está diciendo que está loco. «¿Para qué te metes en este jardín?», le ... preguntan. «Es una aventura», responde él. Una aventura con la que acaba de dar un paso crucial, no solo para sí mismo como artista, sino para la capital del Besaya en conjunto: abrir una galería de arte.
Pero empecemos por el principio. Leonés de nacimiento, palentino de adopción, residente en Barcelona, Madrid, Bilbao o Salamanca, vivió en Reinosa antes de trasladarse a Torrelavega. En la ciudad estaba buscando un espacio para trabajar tras el cierre de Espacio Garcilaso. Y lo encontró, pero se dio cuenta de que «pedía ser algo más que un estudio». Y con esa idea, decidió lanzarse a la aventura y abrir la Galería Yo-Yo. Ubicada en la calle Jesús Cancio 7, el característico arco que tiene en la fachada da la bienvenida ahora a un mundo de color y creatividad.
La propuesta nace con el objetivo de «dar a conocer a gente emergente, que tengan cosas nuevas y diferentes que aportar». También va a ser un espacio donde hacer instalaciones y performances. «Es por donde quiero ir», dice. Habrá obra de artistas locales «que son los que sustentan esta ciudad culturalmente», pero está abierto a propuestas de cualquier parte. Solo hay dos requisitos: el económico, que no sea un montante desorbitado y «¡que entre por la puerta!», dice riendo. Con parte del mobiliario comprado se dio cuenta de que el volumen era mayor del que cabía por la entrada del local y tuvo que cambiar de planes y adaptarse a un detalle inamovible.
Quiñones compaginará su labor como galerista con su propia creación. Ha ido trabajando de forma escalada, pasando de grandes formatos, «donde más luce el abstracto», de más de dos metros, sobre soporte negro «que me resultaba muy interesante para probar qué sucedía, pues todo es curiosidad», a piezas más pequeñas. «He ido reduciendo el tamaño», que es más comprensible y portable para el visitante.
Trabaja en azulejo, por ejemplo, modernizando una técnica tradicional. Utiliza materiales encontrados, por ejemplo sacados de casas de indianos que contenedor, o maniquíes que salen de ellos y se asoman al escaparate. «Cuando voy o vengo del estudio voy encontrando muchas cosas por la calle; marcos, cristales… Y todo eso lo voy reciclando», dice, señalando un cuadro hecho con latas recicladas. Quiñones está en contacto permanente con la naturaleza, especialmente con la montaña. «Cuando vivía en Reinosa era muy feliz; la tenía ahí y me cargaba las pilas. Me pregunto cómo podemos estar destruyendo todo esto», reflexiona. En sus creaciones se dejan ver peces o vacas, por ejemplo. Ahora, combinadas con característicos los robots creados por Ezquerra.
En estos momentos, en Torrelavega, es el único espacio expositivo privado que existe. «Significa contribuir a crear tejido cultural, que no vayan muriendo las cosas y se quede sin iniciativa».
La galería Yo-Yo abre sus puertas para cualquier tipo de público. Para que se sientan interpelados por la propuesta «hace falta educar el ojo», dice Quiñones. «Que la gente vea un poco de todo». Marinas, abstracción, paisajes, collage… El nombre atiende, de manera irónica «a lo que está sucediendo en la sociedad, donde hay un yoísmo brutal», expone. Y considera que «vamos por el mal camino; no pueden triunfar los Trump yo-yo en una sociedad solidaria que mira a los demás». También es el juego que invita al otro y una dualidad «entre el yo artista y el yo galerista». Una combinación de posibilidades porque «el arte es un juego y si no juegas; no puedes hacer arte».
En una ciudad en la que solo quedan espacios públicos para exponer (la Sala Mauro Muriedas o el Centro Nacional de Fotografía), Quiñones aterriza para sumar: «Esto es complementario; no anula los otros espacios, ni los otros a este. Donde no llega uno quizá llegan el otro». Incide, además en que por su ubicación, están de camino. Una línea recta para ver arte.
El pintor, «completamente visceral», se planta ante el folio en blanco y deja que «pase lo que tenga que pasar, lo que me sale de las tripas dependiendo de mi estado de ánimo, lo que haya visto, mis preocupaciones…Nunca sé lo que va a salir» y lo más complicado es, en ocasiones, saber cuándo parar y dar el cuadro por terminado, un proceso que puede terminar en un día o en varios meses. Una vez ha ocurrido, es partidario de que «cada uno haga su lectura», pero «si alguien no ve, yo puedo mostrar». Le gusta escuchar lo que otros interpretan en su obra y que quizá él mismo no ha descubierto.
La apertura oficial, con la presencia de autoridades varias, en un respaldo visible a las iniciativas que se instalan en la ciudad, será en las próximas semanas, pero Yo-Yo ya está abierta para todos los curiosos que quieran acercarse a un nuevo espacio y dejarse seducir por el color, las formas y la curiosidad.
Entre 1970 y 1983 desarrolló una intensa actividad la galería Puntal. Fundada por José Ramón Saiz Viadero, estuvo dirigida a partir de 1977 por Gloria Ruiz y Luis Alberto Salcines. Cuando se cumplieron 40 años de su cierre, se evocó su legado con una exposición en la sala Mauro Muriedas, bajo el epígrafe 'Ayer soñé que volvía a Manderley'. Pero para muchos habitantes de la ciudad, es una referencia desconocida a día de hoy. Hace también varias décadas, la galería de arte Espi, impulsada y gestionada por Marisa Berrazueta, en la calle Alonso Astúlez, se convirtió en epicentro de la ebullición creativa. Por allí, con una programación regular, pasaron algunas propuestas vanguardistas, que acomodaron el ojo de los torrelaveguenses a asomarse a curiosidades plasmadas en el lienzo. Entre los nombres que figuran en la memoria de la ciudad está el de la galería Rosa, que entre los 80 y 90 ocupó un espacio en la calle José María Pereda, donde también se ubicó una década antes Puente, dirigida durante algunos años por Mauro Muriedas hijo, y en la que se dieron a conocer muchos artistas cántabros. Allí expondrían Carmen Van den Eyde o Ángel Izquierdo, más adelante socio de Índice en la Casona de Calderón. El relevo lo cogió con el tiempo Garcilaso, con mimo y dedicación, combinada con un espacio comercial y ahora Robledo, en su nueva ubicación entre la calle Consolación y Carrera, dirigida por Rafa Crespo, dando visibilidad al arte local.
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Ana del Castillo
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