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Elsa Yranzo diseña, produce y comisaría proyectos con comida con el objetivo de transformar, inspirar, hacer reflexionar y generar nuevos vínculos entre la comida y las personas a través del diseño, el arte, la innovación y la belleza. Hoy, sábado, estará en Santander, en el ... Centro Botín, como una de las ponentes de las charlas que ha organizado el Certamen Tipos. Una jornada abierta al aprendizaje, a la reflexión y al diálogo en la que el público podrá conocer y escuchar a profesionales como Astrid Stavro, Pablo Amade del estudio Morbo y los directores artísticos de Buenaventura studio y Studio Dumbar / DEPT que mostrarán otras miradas del diseño. También lo hará Elsa Yranzo que está centrada en el 'food design' (diseño alimenticio) como herramienta de cambio para diseñar y construir «un nuevo ecosistema más justo, sostenible y bello». Y es que el trabajo de esta diseñadora y de su estudio -Creative Food Studio Bcn- muestra las múltiples posibilidades que tiene el 'food disign' «incluso para crear un mundo mejor».
«Es curioso cómo le damos tanta importancia al trabajo de los diseñadores en casas, muebles, coches... y la poca que le prestamos a quien diseña nuestra comida que es algo que nos metemos en nuestro cuerpo y tiene un efecto directo en nuestra salud y en nuestro planeta», explica. «Y por eso, en mi intervención de esta mañana en Tipos me gustaría que los asistentes sean capaces de cuestionarse esto porque realmente creo que es más necesario que haya diseñadores de alimentos que, por poner un ejemplo, de coches».
Según indica, «un diseñador de alimentos es aquella persona que plantea e investiga todo lo relacionado con el acto de comer» y aquí engloba a toda la cadena alimentaria, «desde el cultivo, al transporte, la conservación, el consumo, los espacios que venden, los utensilios que usamos para cocinar...» En este campo también incluye las manifestaciones culturales, las nuevas tecnologías y lo que se debe hacer con los residuos alimentarios. «Es decir, mi trabajo está relacionado con todo lo que sea diseñable dentro del acto de comer».
Reconoce que cada vez hay más gente interesada en este tipo de diseño, que ya no es tan desconocido cómo cuando ella se inició. «Tras estudiar diseño de interiores estuve mucho tiempo trabajando en un estudio de cocinas y ahí entendí la importancia que le daban los clientes a ese espacio de su casa». Fruto de ese interés comenzó a estudiar y leer una serie de artículos que le permitieron ver el acto de comer desde un punto de vista más holístico y a hacerse preguntas tipo ¿por qué comemos lo que comemos? ¿cómo lo comemos? ¿con quién?... Así que cuando dejó ese estudio de interiores empezó a ayudar a una amiga que tenía un catering «y ahí fue donde acabé de aprender que la gastronomía es un acto de expresión».
Luego llegaron los encargos para crear experiencias gastronómicas. «Los alimentos eran mi materia creativa, por sus colores, formas e historias antropológicas que junto a todo lo que acompaña el acto de comer, como la música o el mobiliario, me han ayudado a contar historias».
Sus historias han ido evolucionando desde la creación hace ya 14 años en Barcelona de Creative Food Studio en el que desarrolla distintas líneas de trabajo. Por un lado realiza esas experiencias para empresas como Hermes, Ikea, BMW, Carolina Herrera o Iberia y por otra parte tiene abierta una vía de investigación más compleja con centros culturales o museos donde muchas veces la comida no es ingerible sino un medio más artística que la permite hacer reflexiones más profundas. «A lo mejor no tan hedónicas o estéticas como las experiencias que hago para estas marcas, pero muy satisfactorias».
Por si esto fuera poco, también realiza una tarea de divulgación sobre lo que es el 'food disign' a empresas de publicidad o de alimentación. También imparte clases en diferentes universidades y en enero inaugurará el primer máster de diseño alimenticio que se va a impartir en el Basque Culinary Center. Una formación en la que ya se han matriculado veinte alumnos, «mitad cocineros, mitad diseñadores» con el objetivo de mostrarles como aplicar el diseño a cualquier pensamiento. «Y además hace dos semanas ha salido publicado mi primer libro, que he escrito dos compañeros, Sergi Freixes e Iván Merino, que se titula 'Food Design. La guía del diseño alimentario' editado por RBA».
Toda esta actividad la lleva a reafirmar que su especialidad está siendo cada vez más conocida. «No como cuando empecé que todo el mundo relacionaba este tipo de diseño con el plato bonito». Con su trabajo, lo que viene a recordar, es que la mayoría de alimentos fueron diseñados para un momento concreto de la historia o social, «como los cubitos de caldo que se crearon pensando en abastecer a las tropas napoleónicas y por lo tanto se pensó en el tamaño primando el espacio de sus macutos o el chupa chups que no deja de ser un caramelo al que alguien se le ocurrió incorporar un palo para que los niños no se mancharan las manos».
En cuanto a sus propios trabajos, asegura, que no pretenden ofrecer soluciones si no plantear preguntas «algo así como abrir un melón utilizando el lenguaje artístico» y recuerda que hace un par de años Iberia convocó a diferentes estudios de diseño para ver cómo se podía reducir el peso de los aviones en las alturas. «Encontré un artículo que señalaba que a determinados metros de altura perdemos la percepción salada de los alimentos. Vamos, que ahora mismo está volando una sal que los humanos no perciben. Hice una serie de cálculos del número aviones que vuelan a diario, de los pasajeros que llevan, de cuántas comidas se ofrecen y los miligramos de sal se usan en cada comida y con todos esos datos hicimos una presentación muy visual en la que explicábamos la cantidad de sal innecesaria que llevan los aviones», concluye. «Ya sé que esta campaña no solucionó el problema, pero espero haber abierto un melón y que haya servido para que alguien en Iberia se replantee no usar sal y sí otro tipo de alimentos que engañen a nuestro cerebro para que crea que lo es».
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