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'10 ingobernables' (Libros del K.O., 2016) recoge historias de personas de Cuba, de Nicaragua, España o El Salvador que, tras hallar su propia forma de disidir de modelos de vida normales pero asfixiantes, se sirvieron de la comunidad para llevar a cabo sus ... planes de ser felices, o, al menos, de vivir con honestidad. Su autora, June Fernández, cofundadora de la publicación feminista 'Pikara Magazine', lo presentó ayer en la Feria del Libro.
–El libro arranca con una frase de Caetano Veloso: «De cerca nadie es normal». ¿Esta es su forma de anunciar que la normalidad es relativa?
–El libro está formado por personas muy diversas que desafían la convención social de lo que se considera normal: qué sexualidad, qué cuerpo, que tipo de vida. Hay otra frase muy recurrente en el libro, la de complicarse la vida, ¿por qué complicárnosla pudiendo llevar una vida normal?
–Escribe sobre formas de oponerse a la normalidad muy personales, vividas en los márgenes, ni todas occidentales ni de ciudad.
–Hay una corriente ligada al feminismo, el 'movimiento queer' −'queer' viene de rarito, es como se ha insultado en los países de habla inglesa a las personas con pluma, a gays, lesbianas, transexuales…−. Lo 'queer' ha llegado a España desde la academia, nos hemos puesto a leer a autoras como Judith Butler o Paul B. Preciado, que tienen un registro muy académico. Esto ha hecho que mucha gente tenga el prejuicio de que lo 'queer' es una corriente posmoderna a la que le dan vueltas personas privilegiadas. Viajando por Cuba, Nicaragua o El Salvador, he encontrado a personas que viven en una situación precaria y que también tienen disidencias de género. Quería cuestionar las categorías hombre-mujer y cuestionar la normalidad respecto al cuerpo de una forma más vivencial, no tirando tanto de discurso intelectual, sino mostrando que son inquietudes que afectan a quienes viven en Madrid y en posición acomodada, o a personas de un contexto rural en El Salvador.
–¿La sociedad está preparada para romper las categorías masculino-femenino?
–La respuesta 'no estamos preparados para esto' suele revelar una resistencia, un afán de conservar un orden tradicional que para mucha gente no es sostenible. Las disidencias sexuales y de género han existido siempre en la historia: en 'Pikara' hemos publicado la historia de La Pastora, un maqui intersexual en tiempos del franquismo;en la Revolución mexicana hubo un coronel transexual llamado Amelio Robles, y en el País Vasco tenemos el referente de la monja alferez, Catalina de Erauso. Esto no es una vanguardia para la que la sociedad tenga que prepararse, sino que es decir 'estamos aquí y queremos formar parte de la sociedad'. Soy optimista, pienso que la gente joven tiene cada vez más normalizada la diversidad de género y de sexualidad. Incluso en la televisión, en programas como 'First dates', aparece una persona diciendo: no me siento ni hombre ni mujer, vivo mi género de forma más fluida.
–¿Programas como 'Forst dates' u 'OT' ayudan a la normalización?
–Ayudan mucho. En 'OT' asistimos a conversaciones de gente joven cuestionando la depilación; vimos a dos hombres besarse en el escenario en vez de fingir, entre bailarinas, que su sexualidad era otra. En otros programas han pasado cosas interesantes. Tengo en mente un cantante transexual, amigo nuestro, que se llama Viruta FTM, que fue a 'Got Talent' y al que Risto [jurado de ese programa] le dijo: 'te he prejuzgado como friki y me has enseñado que la normalidad es un concepto que nos asfixia y provoca discriminación'. Me parece interesante salirnos de la contracultura y que en programas de máxima audiencia nos cuestionemis qué es ser mujer, qué es ser hombre, dar a conocer que hay otras formas de vivir el género.
–Parafraseando a Joumana Haddad, se presenta en Twitter: «Soy lo que me dijeron que no fuera». ¿Cómo decidió complicarse la vida?
–En primer lugar, en esta sociedad, ser activista no goza de la buena fama que debería. Si decides hacer un peridismo comprometido, honesto, utilizarlo como forma de transformación social y defensa de los derechos humanos…, eso se ve como ir a contrapelo. Incluso en la familia siento que es un tabú, no solo mis elecciones sobre la vida en pareja o la sexualidad, sino que ser activista, ser feminista te supone conversaciones incómodas, cierta hostilidad en ocasiones, y tener que justificarte mucho. El libro pretende ser un homenaje al activismo y a la defensa de los derechos humanos. En un momento tan individualista, estas personas comparten el activismo y lo comunitario como tabla de salvación. La forma de superar estas historias individuales de violencia, y de sentirse útiles a la sociedad, ha sido organizarse con otras personas.
–¿Por qué en España se respaldó tanto huelga feminista del 8 de marzo?
–En parte es un poco misterio, pero también nos habla de una organización social muy potente. Ha sido una manifestación con meses de trabajao, hecha en barrios, escuelas. Era importante que no hubiera consignas supercerradas, era una convocatoria flexible: grupos de estudiantes organizados en su escuela, un grupo de científicas lanzando un manifiesto... Qué bonito fue lo de las periodistas paramos. Cuando las movilizaciones se organizan a nivel sectorial, un montón de mujeres que no se sienten identificadas, a priori, con el feminismo, de repente viven esa toma de conciencia colectiva. En cada país es distinto, y aquí veníamos de las movilizaciones por el juicio de 'la manada', por el derecho al aborto hace años… Hemos ido ganando impulso y sumando fuerzas con distintos ciclos de movilización.
–Cita en su libro a Pedro Lemebel: «Hay tantos niños que van a nacer/ con una alita rota/ y yo quiero que vuelen, compañero/ que su revolución/ les dé un pedazo de cielo rojo/ para que puedan volar». ¿Cómo ofrecer ese pedazo de cielo rojo?
–Un discurso que me pone muy nerviosa es el de que la juventud es más machista que antes. Es injusto, la cosa es más compleja. Estamos en un momento en el que los roles de género están muy fuertes , pero, por otra parte, la gente joven nos está enseñando mucho sobre diversidad sexual y de género. Quien piense que los jóvenes son más machistas que nunca, que reflexione sobre lo que ha hecho el mundo adulto para criar jóvenes que, en vez de más libres, están más encorsetados. Y segundo, es necesario visibilidad a la gente joven que hace cosas. Se habla más de 'youtubers' machistas que de los que están usando la plataforma para promover un pensamiento más igualitario y plural. Estos días en Valencia ha habido feministas que han pedido que se cancele un concierto de Maluma. Esa vía a mí no me gusta. Hay un montón de gente joven, a la que le gusta Maluma, que se van a quedar con que 'las feministas nos aguan la fiesta'. Sí, Maluma tiene letras machistas, pero vamos a visibilidad alternativas: hay reguetoneras feministas y lesbianas como 'Chocolate Remix', está la canción 'Cómeme el donut'... Nuestros hijos e hijas, nuestros hermanos pequeños tienen, para muchas cosas, la cabeza más oxigenada. Tenemos que darles espacio y reforzarles.
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