Camus, silencioso copiloto
Cuando se cumplen tres años de la muerte del cineasta cántabro, recordamos su singular encuentro con los estudiantes del IES Miguel Herrero de Torrelavega
Germán Trugeda
Jueves, 19 de septiembre 2024, 07:27
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Germán Trugeda
Jueves, 19 de septiembre 2024, 07:27
Hace años montamos una radio en el instituto de Torrelavega donde daba clase. Los alumnos entraron al trapo con entusiasmo y eso nos empujaba a proponer y generar multitud de programas de todo tipo. En plena vorágine radiofónica, un 'amigo' –sin duda indiscreto– me proporcionó ... el teléfono –fijo– de Mario Camus. Sobra decir que era un director que los alumnos conocían; además, en clase habíamos visto alguna película ( 'La Colmena', creo, y 'Los Santos Inocentes', seguro) que formaban parte de la programación de aquel curso. El caso es que, cuando me proporcionaron su número, nos ilusionamos con que tal vez la chavalería pudiera entrevistarlo. Algo que para el alumnado era lo más parecido al sueño de unos periodistas en ciernes; y qué decir para mí, poder estar con alguien a quien consideraba un mito. Así pues, cuando tuve una hora libre en el instituto, me acerqué a Conserjería, pedí el teléfono y marqué aquel número. Nada. No lo cogía nadie. Otra vez. Nada. Otra. Nada. Estuve así unos diez minutos, y desistí cuando los conserjes empezaron a mirarme raro por tener bloqueado el teléfono del instituto. A las dos y media me iba para casa, cuando al atravesar el hall me abordó un conserje: «Que te llama el señor ese al que has estado llamando antes». Corrí hasta el teléfono. Al otro lado me encontré con un hombre bastante enfadado: «Me ha llamado usted como veinte veces, ¿me quiere decir quién es y qué es lo que quiere?». Me disculpé y brevemente le expliqué la idea. Naturalmente, no le gustó nada: «Mire usted, no voy nunca a ningún centro educativo, pero temo que siga insistiendo; así que, la semana que viene me viene a buscar a los pisos de Feygon (Santander), que yo no conduzco. El martes a las diez. Buenos días».
Llegado el día, unos quince minutos antes de las diez, mientras buscaba sitio para aparcar vi a un hombre plantado en la acera, esperando con los brazos cruzados. Chaqueta de pana, gafas redondas y una planta que, para quien no lo hubiera visto nunca, imponía bastante; no solo por su altura, sino más bien por el porte. Era él, Mario Camus, el autor de algunas de mis películas favoritas. Me acerqué un poquillo asustado. Impaciente por acabar algo que ni habíamos empezado, me saludó cordial pero seco: «No pensaba usted parar de llamarme, ¿verdad?». Entramos al coche y pusimos rumbo a Torrelavega. Poco a poco se fue relajando, y después de hacerme alguna pregunta, empezó a contarme historias de cuando él era un chaval y viniendo de Cabezón paraba en Torrelavega para meterse en el cine. Yo había leído su libro '29 relatos' donde contaba muchas anécdotas de su niñez y juventud, por eso algunas cosas me resultaban familiares. El viaje resultó una delicia, con una conversación rica, divertida, muy agradable. Hablamos de Ruiloba, de su biblioteca, de política, un poco de todo. Cuando llegamos, me dio rabia que el viaje durase tan poco; me hubiera gustado seguir hasta Finisterre y volver. Una vez en el instituto ya se le vio menos cómodo. Mientras yo, como si fuéramos viejos amigos, pensaba: qué pena que no le puedan conocer en el tú a tú. La charla, como no podía ser de otra manera, resultó extraordinaria. Aunque realmente no fue una charla, pues intentando ponérselo fácil, habíamos preparado una entrevista en el salón de actos. Las alumnas que lo entrevistaron lo habían preparado concienzudamente; pero así todo, si alguna pregunta no estaba bien formulada o contenía alguna pequeña inexactitud, se frotaba la cabeza con una mano y en un tono un tanto seco, se lo hacía saber inmediatamente. Era como si estuviese hablando con personas mayores; vamos, que no les hizo concesiones por ser estudiantes de la ESO, algo que como profesor me pareció perfecto para un buen aprendizaje.
Finalmente no pude ser yo quien lo llevase a Santander de vuelta, con lo que nos despedimos a la puerta del instituto. Para mí fue un momento muy emocionante, porque él nunca había ido a un instituto a dar una charla, pero yo cuándo pude imaginar que un día llevaría de copiloto a Mario Camus.
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