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Había algo de desprendimiento y contención en su relación con el mundo. Y, sin embargo, cuando la emoción asomaba, lo pasional tomaba el mando. Un ... detalle fotográfico, un paisaje, el trabajo del operador de una película o el reflejo evolutivo de un pintor. A las inquietudes creativas de juventud, hay que sumar su ligazón formativa y creativa con el cine y la publicidad, y su constante vínculo con el arte bajo el sello Siboney. Pero el lenguaje de la fotografía primó en sus pasos. El pasado 13 de noviembre Rafael Riancho lograba fotografiar una ola de más de veinte metros sorteada por una surfista en una de las playas de Nazaré. Publicada en numerosas revistas especializadas de todo el mundo, el destino quiso que se convirtiese en la seña de identidad y en el ojo público del fotógrafo santanderino. Era la ola más grande que conseguía cabalgar una deportista, la francesa Justine Dupont. Un mes después, el día 18, el santanderino fallecía en un hotel de Nazaré (Portugal).
Durante la década anterior a su muerte, el fotógrafo se inclinó por la ecuación de imagen y mar, y la localidad lusa se convirtió en su santuario. El cántabro se había ganado un hueco por derecho propio entre los fotógrafos de olas grandes más importantes de Europa, gracias a su incesante e incansable ímpetu por fotografiar las gigantes de Praia do Norte (Nazaré) y a sus jinetes mediáticos. Pero Rafa Riancho vivió con el lenguaje fotográfico un idilio permanente y esa asociación de su nombre con el surf es solo la consecuencia natural de esa fiel trayectoria. No obstante, cine, publicidad y arte están relacionados con la vida del fotógrafo fallecido a los 63 años de edad debido a un infarto.
Sin estridencias ni prisas mediáticas, con pausas necesarias y silencios, la mirada de Rafa Riancho creció en paralelo a su trabajo vinculado a su hermano Juan, galerista de Siboney y director de Artesantander, especialmente en los noventa, tanto en el espacio de Castelar como en la presencia en ferias nacionales e internacionales.
En ese pequeño pueblo de pescadores portugueses, en el que se generan olas como edificaciones majestuosas, le llegó la muerte a Riancho el pasado día 18. «Cuando nos comunicaron la noticia, tuvimos la sensación de que además de la tragedia que suponía el hecho en sí, se sumaba la circunstancia de que hubiese muerto sólo, como un 'cazador solitario', término que en alguna ocasión se había aplicado a sí mismo». Pero, asegura Juan Riancho, nada más lejos de la realidad. En Nazaré estaba rodeado de personas que apreciaban su trabajo, valoraban su compromiso y su pasión y, sobre todo, su profesionalidad. En definitiva, personas que valoraban su buen hacer».
Tras fotografiar olas grandes de Cantabria (en especial, La Vaca y Santa Marina) y del resto del Cantábrico, «un día terminas acudiendo a Nazaré... Una vez allí, te das cuenta de su increíble potencial y de que aquello es una auténtica «caja de sorpresas», lo que me ha llevado a acudir con más asiduidad», confesaba Riancho. Aproximadamente en 2007 comenzaba su ligazón con ese lugar privilegiado. De su experiencia comentó: «La ola de Nazaré es todo un espectáculo que te deja sin palabras y a la vez agota los calificativos. En algunas sesiones, puede haber hasta 30 o 40 fotógrafos de todo el mundo. Eso sí, no se escucha ni un susurro. ¡Lo que estás contemplando te hace «enmudecer»!».
Sobre su proceso y método Riancho apelaba a una mezcla de rutina e intuición. «Madrugar, estar muy atento y pensar en los diferentes picos y si pueden entrar más derechas o izquierdas, también situarte bien... En ese sentido, Nazaré dispone de multitud de encuadres diferentes según el tamaño de olas, la posición de los picos, puntos de marea y otros factores». Asimismo, se mostraba partidario de «evitar el lugar fijo, una norma, eso sí. Intento cambiar de lugar en cuanto puedo y además así estás activo... Siempre hay un encuadre óptimo para cada ola, pero el tema es acertar con él y, por supuesto, buscarle». Con su Nikon, con los objetivos y el monopié su figura se hizo familiar en la costa de Nazaré, pero hasta esta última etapa de su vida, la fotografía ya había tenido otras rutas y perspectivas en su labor.
«Comencé a hacer fotos de crío y también enredé con los Super 8 mm de los años 60 y 70. Fuí a estudiar a Madrid en 1974 y, poco después, estuve trabajando en cine y publicidad en labores de producción y dirección durante los años 70 y 80, sobre todo, en tema de localizaciones y producción. Más tarde, y de forma intermitente, mi relación con la fotografía permaneció viva». De su posterior vínculo con el surf precisaba: «Curiosamente, conocía a mucha gente de mi generación que surfeaba y estaba vinculada al surf en sus comienzos en Santander, pero entonces el surf no estaba entre mis preferencias y ahora... ¡Las vueltas que da la vida! También existe una cuestión de carácter estético que creo que está muy ligada a la fotografía de surf».
A través de series, lugares y relatos sobre el mundo, sus fotografías protagonizaron exposiciones colectivas en Madrid, en espacio abierto, y en Santander en el pionero espacio de la galería ZOOM de Pedro Palazuelos, en las que exhibió sus series más espectaculares, con las señales y signos que caracterizaron su fotografía». Riancho mostró como factor común su querencia por lo macro, la macrofotografía. En la propia galería Siboney presentó una serie fotográfica más intimista en una cita colectiva en 2009, «piezas próximas al bodegón, imágenes de vida cotidiana y de interiores, de una belleza extraordinaria». La serie 'Milán' aglutinó esta creación dado que fue la ciudad italiana su principal escenario.
Muchas de sus imágenes pasaron al álbum icónico colectivo, pero la discreción y la mirada ajena al espectáculo dominó siempre su criterio y su posicionamiento. «Conservar la capacidad de entusiasmo creo que es fundamental; saber que sólo eres uno más y que, en lugares como Nazaré, estás rodeado habitualmente de excelentes fotógrafos, tanto locales como llegados de todas partes del mundo, es imprescindible», sostuvo.
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