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El gran desconocido: Benito Pérez Galdós, periodista

El gran desconocido: Benito Pérez Galdós, periodista

Un joven que, como muchos de su época, estaba harto de los brutales gobiernos de Narváez, levantó testimonio de un Madrid insatisfecho, dolorido, intranquilo, embrutecido, un Madrid que quería terminar con los que le aprisionaban

Sábado, 4 de enero 2020

No sabe que va a ser Benito Pérez Galdós. O, mejor dicho, sabe que es Pérez Galdós, pero es aún muy joven, muy inexperto, está en formación y no es consciente de lo que su nombre va a representar años después. En ese momento, en 1865, es, simplemente, un joven estudiante de Derecho, que acaba de llegar a Madrid desde su Canarias natal, y que empieza a ser periodista, ambicionando ser novelista.

Son años convulsos, difíciles, en los que la revolución se acerca, se espera y se teme, en los que la violencia está por todas partes, en los que el poder está resuelto a todos para mantenerse. Galdós fue testigo de los sucesos de la 'Noche de San Daniel', el 10 de abril, cuando el ejercito atacó a los estudiantes que apoyaban al catedrático de Historia de la Universidad de Madrid, Emilio Castelar, que había criticado a la reina Isabel II. Castelar fue expulsado de su cátedra y los estudiantes de la Universidad, como protesta, se concentraron en la Puerta del Sol. El presidente del Gobierno, Narváez, y su ministro de Gobernación, González Bravo, mandaron cargar al ejército contra los concentrados en la Puerto de Sol. Según algunos historiadores hubo catorce muertos entre los manifestantes, según otros, más de noventa. Entre los soldados, solo un herido leve por una pedrada.

Ese 10 de abril de 1865 fue el inicio de una ira popular que culminó en la revolución de septiembre de 1868, la 'Gloriosa', que puso fin a la monarquía de Isabel II. Y en esos años, el joven periodista y estudiante de Derecho que se llamaba Benito Pérez Galdós, un joven que, como muchos de su época, estaba harto de los brutales gobiernos de Narváez, levantó testimonio de un Madrid insatisfecho, dolorido, intranquilo, embrutecido, un Madrid que quería terminar con los que le aprisionaban.

Las procesiones de Semana Santa, «un conjunto híbrido de fanatismo y descaro; tiene algo del drama terrorífico y del sainetón abigarrado». El Manzanares, que «no da nada, pero quita […] todo lo inútil, todo lo parásito, todo lo podrido para engrosar su inmenso vientre, hambriento de inmundicia». La Fiesta de San Eugenio en el Pardo en la que «el comestible que satisface la voracidad de los madrileños […] es la suculenta bellota […] las migajas que sobran en el festín de los cerdos de la casa Real». Un desfile militar que consiste en «pantomimas y pueriles ejercicios que, si fueran un poco más divertidos compararíamos a los que las comparsas de la zarzuela nos ofrecen con tanta frecuencia». El Carnaval, habitado por «seres que parecen hablar por boca de ganso, reír por boca de ganso, que gesticulan como autómatas y hablan como autómatas, mundo de sombras, de maniquís. Mundo de caras, pero sin fisonomías, mundo de muertos que hablan sin expresión».

Miau
1888

Miau

Novela de corte realista, Galdós critica las intrigas del Madrid burocrático y aristocrático de finales del siglo XIX.

Torquemada en la hoguera
1889

Torquemada en la hoguera

Inicio de la serie de Torquemada, uno de los mayores usureros de la literatura universal.

La mirada de Galdós se fija en la totalidad de la ciudad, a la que personaliza y humaniza, a la que convierte en una suerte de sujeto que va describiendo. Vemos un Madrid preocupado por la crisis económica, en el que «todo es desolación, alarmas presagios funestos, tristeza, luto y desaliento». Un Madrid que se asusta ante las noticias políticas, al que «parece que una gran desgracia le amaga, o que una nube siniestra, preñada de tempestades, amenaza descargar sobre su cabeza todo un arsenal de rayos, centellas y demás proyectiles atmosféricos». Un Madrid que se vacía ante la llegada del verano, que sufre el calor y que se despierta tras el verano sin mejorar su condición: «entre montones de basura, Madrid da un enorme bostezo y se levanta de su lecho de adoquines […] abandona el sabroso letargo de su borrachera, se contrae, se retuerce y comienza su vida de brutal y estúpida actividad».

Un Madrid que desea liberarse del peso de la monarquía isabelina y respirar libre. Galdós lo conoce, lo recorre, lo describe y lo retrata. Y en la crónica retrospectiva de unas bodas reales celebradas en mayo de 1868, apenas tres meses antes de la revolución que se llevaría por delante a la familia que celebraba los esponsales, el joven periodista describe, implacable, a los representantes de la monarquía:

«Es curioso y entretenido volver los ojos hacia aquellas farsas con que nos divertían los individuos de la inepta familia que ocupó por espacio de siglo y medio el trono de España.

¡Qué familia, santo Dios! En la fisonomía de todos ellos se observaban los más claros caracteres de la degradación. Ni una mirada inteligente, ni un rasgo que exprese la dignidad, la entereza, la energía, el talento. No se ven más que caras arrugadas y ridículas, deformes facciones cubiertas de una piel herpética, sonrisas y saludos afectados que indican la mala educación de los niños y el cinismo de los mayores.

(…)

¿Pero no comprendéis, imbéciles, la calma que os rodea? En las miradas, al parecer indiferentes de la multitud, ¿no conocéis lo que hay dentro? […] ¿No veis que va a llegar el momento de apagar de un soplo la linterna y condenar a perpetua oscuridad todas esas figurillas ridículas?»

Así decía Galdós, un 13 de octubre de 1868. Quizá para descansar unos meses al año de esa ciudad agitada y de esas figuras grotescas que la poblaban, se refugió en nuestro Santander.

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