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Si esto fuera un relato literario, podría llamarse 'El doble exilio de Sergio Ramírez', pero, lejos de serlo, se trata de la vida del escritor, periodista, político y abogado nicaragüense, Premio Cervantes 2017 -fue el primer centroamericano en recibirlo- por su obra, en la ... que destaca su compromiso y su calidad.
El autor de 'El cielo llora por mí', exiliado de su país por el régimen de Daniel Ortega, como lo fue antes con Somoza, participó ayer en la primera jornada de la Feria del Libro de Santander, Felisa, echando de menos los 8.000 volúmenes de su biblioteca que se quedaron en su hogar.
-«Mientras más Nicaragua me quitan, más Nicaragua tengo», dice ¿Cuánta le llena ahora?
-Siempre mucha. Los primeros periódicos que abro en la mañana son los nicaragüenses, que se editan todos en el exilio, porque no queda ningún medio dentro de Nicaragua, para enterarme de cómo va la situación en el país y luego ya paso a leer diarios españoles. Es mi menú de la mañana.
-A partir de esa mirada de obligada distancia, ¿cómo definiría la situación actual?
-Muy compleja. Siendo realista, no veo que haya una salida en este momento. Influye mucho el hecho de que Nicaragua es un país, en términos económicos, marginal en América Latina. Tampoco tiene ningún papel geoestratégico. Para Estados Unidos y la Unión Europea es algo incidental. Se ocupan de vez en cuando, con alguna declaración y eso le abre un espacio a Daniel Ortega de hacer lo que le dé la gana dentro del país y sabe que tiene pocos límites. Dentro se siguen apretando las tuercas, la persecución, el exilio masivo...
-Vive su segundo exilio. ¿Imaginaba ese término iba a ser tan determinante en su biografía?
-No creo haberlo pensado hace cinco años. Entonces, quienes teníamos alguna relevancia en el país, por ser escritores o por haber tenido algún papel en la vida pública, teníamos un cierto espacio que el régimen, de alguna manera, respetaba; conmigo no se metían. Entraba y salía del país, escribía lo que me daba la gana, de repente me atacaban en los medios oficiales, pero todo eso lo veía normal. Creo que todo cambió a partir de 2018, cuando Ortega sintió amenazado su poder con el levantamiento cívico de los jóvenes, empezó a asegurarse de que no se le fuera de las manos e inició esas políticas de represión en las cuales no hay discriminación de ningún tipo.
-¿Evitar que se ponga el foco en lo que hace, pasa por silenciar a un escritor?
-Callar a un escritor y a todo el mundo. A los periodistas, cerrar los medios, los dirigentes políticos primero presos y ahora en el exilio... La escritura es un agregado de todo este clima represivo. No es que a Ortega le importen especialmente los escritores, sino que todo aquel que hace una voz crítica, sea a través de una novela o de una expresión de un artículo, cae en de esas redes.
-Afirma que está preso por ser un escritor, que es lo contrario a la mediocridad que representa el régimen. ¿Es su peor característica?
-Yo diría que es una característica más dentro del estado de calificaciones a Ortega. Si fuera mediocre, pero fuera demócrata, no me importaría. El problema es que la mediocridad acompaña este tipo de tiranías: el desprecio a la cultura, el abandono de los sistemas de educación integral, el hecho mismo de desvelarse todos los días por sostenerse en el poder a costa de la represión o la sangre. Son señales inquietantes.
-Con gobernantes distintos, es la misma situación que su país vivió en los años 70. ¿No aprendemos de los errores?
-Creo que son modelos que se acercan mucho. El primero fue el de la dictadura de la Revolución Liberal, a comienzos del XX; muy dura. Luego la dictadura de Somoza, que no representaba ya ningún ideal y ahora esta, que nace de una revolución, como la de 1979. Si uno busca en la historia moderna de Nicaragua, las democracias son una excepción y las dictaduras son la regla. No creo que sea una maldición eterna del país ni un signo recurrente. Simplemente, las instituciones son muy débiles y cuando comienzan a fortalecerse, viene alguien, les pega una patada y las destruye, porque no les conviene. Me parece que salir de ese círculo vicioso comienza por defender la institucionalidad.
-¿La publicación de 'Tongolele no sabía bailar', que relata la represión sufrida en 2018, fue el detonante de su exilio?
-Evidentemente. Si yo no hubiera escrito esa novela, quizá mi situación no sería la misma. Tampoco puedo imaginar cuál sería, porque no me veo viviendo solo en Nicaragua, en silencio. No escribir esa novela, habría significado silencio también. Si yo fuera un escritor que se dedica a escribir cuento rosa, no opina en política, podría vivir dentro de Nicaragua. Pero, en este momento, vivir dentro de Nicaragua, ¿qué significa? Estar callado, ser dócil. Sería como vivir en el limbo.
-Una de las cosas que más le ha dolido es que la Corte Suprema de Justicia le haya despojado de algo que, dice, sólo le debía a su padre; su título de abogado y notario.
-Exacto. Así fue. Esta persecución incesante del régimen es tan odiosa y descabellada que llega a tocar aquello que yo creo que ninguna dictadura se ha atrevido a tocar, que es lo que está ligado a la vida de las personas, a su estudio, a su juventud, que es lo que significa quitarte un título profesional. No encuentro comparación. Quitarte la ciudadanía es lo peor, porque supone querer borrarte del mapa, de tu origen y quitarte un título profesional es un agregado a eso.
-¿Es como querer quitarte los recuerdos?
-Sí. Te quieren mutilar los recuerdos, mutilar tu vida, arrancarte parte de lo que eres. Eso está dentro del esquema de crueldad que ellos utilizan.
-En esta realidad, ¿La lengua se convierte en una patria más grande que un país?
-Así es. Yo tengo esa suerte; escribir en una lengua que es más grande que mi propio país. Nicaragua es muy pequeño, apenas somos seis millones, pero hablo la lengua de centenares de millones, puedo ser entendido en cualquier latitud de América, en España o en el mundo. Eso me abre un espacio que, de otra manera, tendría la lengua por cárcel, pero uso una lengua sin fronteras.
-¿Esa lengua sin fronteras debe adaptarse a los tiempos y asumir su pasado colonialista?
-La lengua no es más que un testigo o un medio para comunicar las distintas fases de la historia. Tenemos un pasado colonial, obviamente, que tiene que ver con la conquista. Tenemos una vida prehispánica y yo diría que pertenezco a todas esas vidas. Soy un mestizo típico. Nuestro pasado es una corona de triple tiara. Somos europeos, indígenas y africanos. Asumir estas tres culturas y elevarlas, potenciarlas y reconocerse en ellas es lo que me toca como escritor.
-¿Es más importante para usted que España le diera el principal galardón literario que concede o el pasaporte?
-Son diferentemente importantes. Cuando recibí el Premio Cervantes, no esperaba que también recibiría la ciudadanía española. Lo aprobó el Consejo de Ministros y soy español desde 2018. No sabía que eso iba a ser tan valioso para mí en el futuro, porque no imaginaba que las circunstancias iban a cambiar tan radicalmente. Lo agradecí entonces como un gran honor y hoy se volvió una herramienta de mi vida. Tener una identidad real, poder identificarme, poder viajar con un pasaporte español. Este es mi otro país. Eso de la madre patria no es un cuento.
-Es novelista, cuentista, ensayista, político, abogado... A estas alturas, con cuál de esos perfiles se siente más cómodo para contar lo que vive?
-Como escritor de ficciones. Si en este momento me dieran a escoger entre regresar a la política y seguir siendo escritor, con los ojos cerrados digo escritor. No lo dudo. Dejé la política activa hace 30 años. Me quedo con mi herramienta, con mi vida, más bien, de escritor. Si otra vez me ponen a elegir entre escribir libros políticos, o mis memorias y el trabajo de ficción, vuelvo a elegir sin duda el trabajo de ficción. Yo soy un escritor de ficciones y el resto de mi vida quiero seguir siendo eso.
-En su escritura figura la novela negra americana, de la que menciona su «anomalía permanente». ¿Es una característica que se puede extender al estado de América Latina?
-Sí, en general se puede. En América Latina estamos entrando en el terreno de estados no imperfectos, sino fallidos. Me parece muy preocupante ver cómo los cárteles del crimen organizado, el narcotráfico avanzan, conquistan el poder político de territorios enteros, donde ejercen las funciones que están reservadas al estado, a la policía... Eso es una especie de aviso del peligro de la destrucción del estado que pasa a manos mercenarias. Eso es parte de la realidad anormal que yo llamo de América Latina y hay que tomarlo en cuenta en la ficción. Va desde que un juez corrupto esté comprado por el narcotráfico o al servicio de la dictadura y reciba las sentencias judiciales ya redactadas en las oficinas de Gobierno. Eso es muy común en Guatemala, en El Salvador, en Nicaragua... Eso entra en el caudal de la literatura.
-Si la mejor manera de cuidar los recuerdos es a través de la escritura, ¿siente que está contribuyendo a mantener la memoria no oficial de su país?
-De alguna manera sí, pero sin querer ser pretencioso. Para un escritor, el diálogo es el que se establece con su lector, en singular. Pretender el diálogo con la sociedad es pretencioso. No creo que una novela sea capaz de cambiar la historia de un país, pero puede cambiar la vida de una persona. Es a lo que yo aspiro.
-¿En cualquier sentido, pero generar un movimiento
-Generar algo. Un llamado a la sensibilidad. A la conciencia del lector. Que por lo menos diga; yo he vivido esto, yo me identifico con esto, yo siento que esta novela me pertenece. Eso ya me parece muchísimo para un escritor.
-¿Tiene esperanza porque las cosas cambien y poder regresar a Nicaragua?
-Muchísima. Creo que la gran desolación del exilio es la pérdida de la esperanza. Así como la gran desolación de la edad es la pérdida de la curiosidad.
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