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Reivindica una ecología visual de autoprotección. «Pasamos la vida ante una pantalla, nuestra voracidad productiva y consumista arrasa con todo, lo devora todo». Desde hace más de tres décadas investiga la facultad de la memoria para ficcionar cada realidad y las relaciones o escalas que ... se establecen entre el archivo y la actualidad. Raúl Hevia (Oviedo,1965) artista afincado en Santander, desde donde ha abordado la mayor parte de sus proyectos, presenta en el Centro de Documentación de la Imagen de Santander (CDIS) una exposición sobre Daubray, 'Fotobiografía de un actor (1837-1892)', planteada como un ensayo, un lugar de reflexión sobre el retrato de un artista hoy olvidado, René Michel Thibault. «Un retrato es un conjunto de respuestas sobre alguien». Hace unos años en el festival aragonés Ababol planteó la construcción de un monumento único y singular: la instalación de la Fuente de la Eterna Juventud. Hevia instaló un conjunto de señales que indicaban cómo llegar hasta la fuente en un circuito cerrado que no tenía fin. «Es decir: la fuente puede que exista o puede que no, las señales son reales y la búsqueda es también real».
La creación de Hevia, Premio de Artes Plásticas del Gobierno de Cantabria se plasma a través de soportes como fotografía, vídeo y sobre todo el libro, subrayan la parte plástica del lenguaje escrito y la transposición de lo verbal a lo visual. Su Daubray se inscribe en esa línea de hacer hincapié en la repetición «para subrayar una sola cosa, el esfuerzo contra el olvido».
–Hay un fundamento claro en el eje de su proyecto, pero ¿por qué Daubray?
–Daubray llegó a mí por casualidad, en forma de fotos sucias, amontonadas y olvidadas en una caja desde hacía más de treinta años. Diría que él me eligió a mí. Al profundizar en el interior de esa caja, descubrí que se trataba de un único protagonista y que detrás de ese rostro olvidado había una gran historia. Así que me puse a investigar.
–En lo puramente físico y material, la compilación de retratos... ¿fue fruto del azar?
–La formación de la colección no es azarosa, de eso estoy seguro, pero no tengo la certeza de cómo empezó a crearse, solo alguna hipótesis. Luego yo la hice crecer hasta lo que vemos ahora.
–Sin la reflexión reposada, ¿la exposición del CDIS pierde consistencia y se vuelve lineal y aparente?
–Bueno, eso ocurre con cualquier trabajo expuesto al público: sin reflexión no hay contenido. Pero sí creo que las preguntas correctas están ahí planteadas.
–Durante el año que ha precedido al proyecto hasta su plasmación, ¿cuáles han sido los pasos del proceso?
–Limpiar, digitalizar, catalogar, investigar todas fuentes primarias, bucear en la prensa de la época, estructurar la biografía y la vida profesional, y pensar qué posición debía adoptar yo respecto a este sujeto hasta completar, dentro de lo que me ha sido posible, el relato de una vida cristalizado en la historia de una cara. Una cara que envejece ante la cámara. Profundizar, como hacía Flaubert, hasta el más mínimo detalle, hasta el punto de decir, con una sonrisa, claro está, Daubray c'est moi.
–¿Toda imagen no es en sí misma una fotobiografía como la del título?
–Eso depende de nuestra posición respecto de la misma, de autor, del lector, del espectador. En arte, siempre es una cuestión de posición. Es una buena pregunta ante un proyecto que plantea, por encima de otras cuestiones, qué es un autor.
–Esa especie de palimpsesto y arqueología que representa la colección que expone, ¿tiene algo de provocación?
–Absolutamente. Pero postura crítica en colisión, en todo caso, en cuanto a diálogo y reflexión. Hoy hacemos imágenes para que las lean las máquinas. Nada tiene por qué ser excluyente en términos de creación contemporánea. ¿Cuántos retratos necesito para hablar de mí, para explicar quién soy? Las respuestas pueden ser una sola o infinitas, y ambas respuestas serían correctas, plausibles.
–¿La democratización de la fotografía ha acabado en un usar y tirar, en la banalización de las imágenes y una celebración de la caducidad?
–Siempre ha habido imágenes banales, y nada dura para siempre, no creo que sea algo nuevo. Lo que se ha banalizado es el uso (por ejemplo, Snapchat, hablando de caducidad y fugacidad). Pasamos la vida ante una pantalla, nuestra voracidad productiva y consumista arrasa con todo, lo devora todo. Conservo miles y miles de imágenes que nunca veo y que no recuerdo. He empezado a practicar, como autoprotección, una ecología visual que se extiende a todo mi entorno, veremos hacia dónde nos lleva.
–¿Qué reflexión prima tras su investigación?
–Los relatos temporales han sido los protagonistas de mis últimos trabajos. Contar cosas, personas, días, noches, colores, calles. Crear unas reglas para después seguirlas a rajatabla. Daubray se inscribe en esa línea de hacer hincapié en la repetición, en este caso de un rostro que evoluciona y envejece foto a foto, para subrayar una sola cosa, el esfuerzo contra el olvido. O, mejor dicho, contra la imagen del olvido. Aunque no hay por qué tener miedo al olvido que llegaremos a ser.
–Los retratos son reiterativos y su diferencia suele estar acotada a un gesto. ¿Subyace en las imágenes elegidas una manera de contar (cuantitativa) y de narrar (cualitativa)?
–Son el producto de una época y de una postura profesional frente a la cámara y frente al sujeto. Cambian los fotógrafos, pero no cambia el estilo. Lo que se cuenta es 'el quién'.
–¿Ha perdido el retrato su condición de instrumento frente a la fugacidad y está condenado al museo?
–En la era de TikTok el retrato es casi una provocación. La pregunta que siempre me hago es ¿podemos hoy creernos, de verdad, un retrato? Ante un retrato contemporáneo, ¿qué valores transmitiría? Un retrato es un conjunto de respuestas sobre alguien. Quizás ya no es la fotografía la que prueba la autenticidad del mundo.
–¿Existe un abuso de lo conceptual, de proyectos expositivos donde la idea domina y subordina lo sensorial y lo emocional?
–Yo creo, por el contrario, que hay un abuso de lo decorativo, de lo bonito bien enmarcado, de lo insustancial. Un abuso general de lo expresivo frente a lo especulativo, de lo cuqui, de lo cursi y de lo 'resultón' incluso entre los artistas jóvenes. No es una cuestión de edad, es el aire de los tiempos, o el aire del mercado y toda esa cultura de la bella mancha que nutre las tiendas de enmarcación.
–¿Verdad y memoria son las materias primas de la imagen?
–La verdad es siempre cuestionable; la memoria, interpretable; la imagen se nutre en realidad de nuestro imaginario, de nuestras experiencias, de nuestras emociones y de nuestra subjetividad, más o menos frágil. Y de nuestra posición respecto a esa fragilidad. Usted no ve lo mismo que veo yo, por ejemplo, ante esa sonrisa de Daubray sin dientes. ¡Cuánto valor y humor hay detrás de esa imagen! La fotografía trabaja con lo que ya creemos y con o que ya sabemos. Por eso es tan difícil crear algo nuevo con ese lenguaje y por eso mismo también somos tan fáciles de manipular.
–¿Le preocupa que haya élites que acaparan la imagen como poder, o ya todo es publicidad y mensaje?
–Todo es mercado. Entretenimiento y mercado. Lo que me preocupa es lo mucho que las redes sociales potencian la creatividad, pero también nos engañan metiéndonos en un fascinante presente continuo sin salida. Confío en que las nuevas generaciones se planteen, de alguna manera, estas nuevas batallas con la imagen. Utilizo términos bélicos intencionadamente, estamos en un constante frente digital, en una guerra abierta por conseguir seguidores, mirones, esclavos visuales. En nuestra vida digital no se crean espacios políticos, al menos en el sentido en que Hannah Arendt pensaba el espacio político como aquel que se crea entre dos personas, de tú a tú.
–¿El CDIS es una isla? ¿Ha mejorado en Cantabria la consideración de la fotografía como lenguaje artístico y su comunicación con el público?–Aunque por ahora el CDIS es una isla con pocos habitantes, se trata de un espacio de recuperación de la memoria fotográfica, un hospital de la mirada y es único, hasta el momento, en su género en Cantabria, hasta que las instituciones regionales y los ayuntamientos se den cuenta de la importancia y necesidad de este tipo de centros para curar y cuidar el patrimonio fotográfico que dejamos para el futuro. La inversión en cultura debe ser siempre una inversión en términos de futuro. Respecto a la recepción de la fotografía, creo que sí ha mejorado notablemente, aunque deberíamos preguntarle al público qué se lleva de esas experiencias y cómo se relaciona con esos desafíos del lenguaje, si es que lo son. Pero todo cambia muy rápido, tendremos que estar atentos para ver cómo describirlo y coleccionarlo.
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